martes, 14 de abril de 2009

Un viejo texto



Venecia huele a lejía, la realidad te degrada:
los muchachos, la arena, los pasadizos, la realidad te frota como lo hace el toallón que nodriza apura.
Ni siquiera ella conoce el sentido de tu perfil señalándome –porque es a mí a quien señalas— lo que es lejano. Oh, mi verdad; oh, belleza: un solo dedo tuyo se estira hacia el infinito, y yo transpiro la brillantina, el rímel, y mi asombro, mi amor, mi conclusión.
Huye de mí, huye de Venecia. Existe un pequeño catamarán, en Gualeguaychú; el nombre de la embarcación es “Siroco”. Escucha esos sauces que rozan el agua, no este adagio imperfecto, maloliente. Oh, corazón mío, están bajando las lonas de las carpas. Vete, vete.
I.G.

3 comentarios:

staff dijo...

más, me das cada día más...
(parezco pero no soy Valeria Lynch, sólo pasé y mencontré este texto)
J.

Irene Gruss dijo...

Te amo te odio dame más, je. Gracias, Irene

El Charrense dijo...

Rápida como escupida de músico, Señora... Ese humor, que recupera el murmullo de los sauces y, sin nombrarlos, te obligan a evocar los reflejos del río. Me encanta.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char