lunes, 14 de junio de 2010

Reclinada en la ausencia del agua


IRMA CUÑA
(Neuquén, Argentina, 1932- 2004)



Casi una niña,
el collar de claros corales a la espalda,
huyes vestida de gasa, de lila, de rosa.
Llevas los ojos en los pies que no alcanzo,
los ojos en las manos escondidas,
los ojos en la cara sin huésped.
Dejas una espuma
ahilada
de trigo,
una confusión de lino
en tanto aire,
la copa de amapolas desvaídas,
el mundo de polen en vuelo.

Reclinada en la ausencia del agua,
segura entre rocas invisibles,
la almohada de sílex te espera como una concha áspera.

La niña-flor va por el aire
entre los dedos lisos de las ramas,
sin tocar el hilván de la luz,
separada,
mujer de muro mielado,
olvidada del sol,
mariposa confusa,
caléndula,
uva moscatel que el otoño mueve.
***
I

Nos distraemos
cuando la luz cae desde más lejos que la luna blanca,
desde mucho más lejos que los mundos.

II

Decir era la flor,
el aire entero,
las caracolas altas
y unas palmas.
Cuando venía a sorprender el aire
la arena breve.
Decir eran los ángeles atentos
y dos pájaros blancos
y unas algas
atravesadas por la sal inquieta.
Decir era una vena,
sangre toda
encauzada en auroras y gargantas.

III

Si levanto mi voz es que está sola
y nos sorprende el alba
a nosotras, mi voz y yo,
distantes
en la no prevención de tener alma.
Ignoramos la prisa,
largos vientos,
hemos visto pasar las caravanas.
(Unos iban a pie, otros en alas.)
Pero igual es decir raíz que vuelo,
no hay apuro en verdad detrás del ansia.

Estremecido atardecer espera
la misma soledad acostumbrada.

IV

Noche es ya. Noche entera.
La voz se ha levantado para cortar las ramas.
Precipita dos pájaros nocturnos
y se le olvida un nido.
Noche alzada.
En la actitud desvelo y muchedumbre.
Esta la voz no alberga telarañas
sino las juega al viento, y en él arden,
estrellas celulares, sin galaxias.

1963
***
Todo por decir

Y callando.
Fatiga
desaliento
aliento
del desastre.

Y no querer decir
en el vacío
no urdir nada.
Silencio
del adentro.

Sólo un vaivén
respiratorio
circulatorio
en la piel
del mundo
ilocutorio.

Y todo por decir...
Quién lo diría.
**

Irma Cuña, El riesgo del olvido, Neuquén, Ediciones Culturales de la Ciudad, 1992.
Foto tomada de lacebolladevidrio.blogspot.com

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char