viernes, 4 de noviembre de 2011

Entonces las ventanas se abrían como madres

NIRA ETCHENIQUE

Cilzanira Edith Etchenique
(Buenos Aires, Argentina, 1926-2005)

Sin embargo recuerdo.
Un cuarto piso.
Gorriones que venían con espejos,
Un suave olor a nardo,
Un suave olor a sexo,
Un suave olor a noche,
Un suave, suave, suave,
Un suave olor a humano.

Entonces las ventanas se abrían como madres
Y el cigarrillo ardía
Y ardía la campana, la lámpara, el abismo
Del muslo que gemía, del labio que quemaba,
Del áspero silencio sangrando boca arriba.

A veces te tocaba como si hubieras muerto.
Se me ocurrían cosas de loca, parecía
Que el mundo era de yema,
De azúcar, de canela,
Que había alcohol caliente tocando las paredes
Y pájaros de trigo colgando de mis senos.
Se me courrían cosas de loca, me reía
O acaso no reía,
O acaso me callaba
O sólo, solamente
O solamente acaso
Lloraba con el gusto de tu pelo en mi boca.

A veces te miraba como si hubieras muerto,
Dormido, estremecido, sin protección ni odio,
Prófugo de mi arena, solo en isla de miedo,
Negro de negra ausencia
Marinero sin espumas.
O quizá me soñabas y me estabas soñando
Pero yo te miraba como si hubieras muerto.
Entonces en el barco feroz de mi garganta
Navegaba cigarras, hormigas, grillos ciegos,
Un circo de cristales
Un mercado de lobos un pozo de calandrias
Y un cántaro de rosas.
La tarde se ponía color de cien naranjas.

Volvías a tu isla.
Naufragabas en mí.
***
6

Pregunto por la muerte y me pregunto
por dónde te quitaron de mi sangre,
quién fue, quién quiso, quién estuvo
comiéndote el amor con dientes grandes.
Ahora ya me callo, es el crepúsculo.
El sol se agarra a dios como a un ahogado.
***
Dibujo original de Josefina Robirosa para la primera edición del poemario.
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char