lunes, 25 de mayo de 2009

El presente inmortal, airado


Unos pocos poemas de LEOPOLDO "TEUCO" CASTILLA
(Salta, Argentina, 1947)


OCTAVO DIA

I

No hay espacio.
Sólo un acto neutro que de sí mismo se alimenta
(lo visible son las cicatrices
de esa autofagia)

intentamos representar el todo
para ser finitos
reducimos el mundo al tamaño del ojo
incluimos el ojo
en la dimensión del mundo

pero traspasamos y somos traspasados
lo que se va ya está reunido

decimos espacio
para pensarnos parte.

II

No verás nunca lo que no coincida con tu imagen
(la lucidez sólo es reflejo).

Extraño la suposición de existir
no la conciencia,
existimos siempre sin saberlo: yo mismo
ahora

pero en la vida
produje una incisión al universo
un gesto de libertad.

UN CABALLO

No hay una fuerza
que en otra se serene:
la leche suave arma un caballo

mira cómo dobla el cuello
y cierra el mundo
(lo demás
son cielos como olfatos)

la punta de los pastos
son relinchos

el que las muerde
se vuelve caballo.

XI

Un hombre
cae
hasta perder su nombre

el futuro no alcanza
la velocidad de la sangre.

En el salto
sólo el salto es alguien.

El rincón

Se acuesta en el hueco del trinchante oscuro.
Visto desde ahí
el mueble parece un ataúd. El niño juega
a que ya se ha muerto.
O va a la cocina, a un rinconcito
y mira a las mujeres pelando choclos
mientras cuentan historias de mayores
(esas bandadas de sentidos no lo alcanzan
pues él todavía no llegó al presente).

Mira a su madre. Si ella está allí, debe ser de este mundo.
Él, que viene de tan lejos, no tiene donde ir.
Juega a que está vivo
mientras arde, indefenso, el rincón
y más allá toda la tierra,
de vida
arde,
inocente,
alrededor de ese leve meteorito.

Fuga de la sombra

Al difunto
le vuelve la sombra al cuerpo.
Se dicen adiós
ya no tiene quien lo siga,
ella se ha ido demasiado lejos

dentro de él
dobladita
como un pañuelo.

LOS MANSOS

a Irma Egea

Hay quien huye hacia dios,
no soporta ser visible;
otro que huye devorándose
mermando su camino;
los que huyen hacia la ebriedad
y quieren parecerse a todo
y están los que no huyen
porque el mundo es tan grande como ellos,
los mansos
que se abren en la atmósfera,
y al tiempo, intactos, cierran los piadosos párpados,
los que nunca supieron cómo se dice adiós.

Sobre el amor

No creas que tu amor
depende de ti o de ella
de lo que sienten o ven o sueñan
hay metales, movimientos
campos de fuerza cuya acción no
empieza nunca
actos virtuales
que te despedazarían
en algún lugar
esas materias
esos instantes que contienen lo universo
libran una batalla
los que se aman
han sobrevivido.

Arrieros chinos

A Héctor Berenguer

Siglos van que no llegan
que la misma polvareda y una misma hora los persigue,
en Laos, camino a Natha,
lejos de este mundo,
desencadenados del jardín mudo de la edad media
y de la voluntad del emperador,
libres por la sierra
arriando rumbo a la antigua China.

Ahí van, el presente inmortal, airado,
en el penacho de plumas
que corona las mulas;
enarbolando un bastón, y en la punta del bastón
un papagayo,
flor carnicera de los resucitados.

Fuera de la historia, pasa la historia,
invicta, viuda, prodigiosa.

4 comentarios:

sibila dijo...

'fuera de la historia, pasa la historia,
invicta, viuda, prodigiosa'...
vaya remate. mejor dicho, los remates
gracias, irene.

Irene Gruss dijo...

Je, lo de invicta yo lo pondría entre signos de pregunta. Gracias, Irene

silvia camerotto dijo...

no sé por qué, su respuesta me provocó una sonrisa.
un saludo.

Irene Gruss dijo...

Era la intención, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char