jueves, 15 de octubre de 2009

Esta soledad la conciencia


IDEA VILARIÑO
(Montevideo, Uruguay, 1920-2009)


LA SOLEDAD

Esta limitación esta barrera
esta separación
esta soledad la conciencia
la efímera gratuita cerrada
ensimismada conciencia
esta conciencia
existiendo nombrándose
fulgurando un instante
en la nada absoluta
en la noche absoluta
en el vacío.

Esta soledad
esta vanidad la conciencia
condenada impotente
que termina en sí misma
que se acaba
enclaustrada
en la luz
y que no obstante se alza
se envanece
se ciega
tapa el vacío con cortinas de humo
manotea ilusiones
y nunca toca nada
nunca conoce nada
nunca posee nada.
Esta ausencia distancia
este confinamiento
esta desesperada
esta vana infinita soledad
la conciencia.
***
EL MAR NO ES MÁS QUE UN POZO

El mar no es más que un pozo de agua oscura,
los astros sólo son barro que brilla,
el amor, sueño, glándulas, locura,
la noche no es azul, es amarilla.

Los astros sólo son barro que brilla,
el mar no es más que un pozo de agua amarga,
la noche no es azul, es amarilla,
la noche no es profunda, es fría y larga.

El mar no es más que un pozo de agua amarga,
a pesar de los versos de los hombres,
el mar no es más que un pozo de agua oscura.

La noche no es profunda, es fría y larga;
a pesar de los versos de los hombres,
el amor, sueño, glándulas, locura.
***
CALLARSE

Estoy temblando
está temblando el árbol desnudo y en espejos
cantando
y cantando está la luna
riendo
sin silencios
la lírica y romántica
flauta y en cielo en hoz
por vez primera
se abren su luz cereza y el estiércol.

No se pueden quejar ni las mañanas
ni el ardiente sopor que por lo estéril
no canto más no canto
ni puedo deshacer en primavera
ni negarla y beber
ni matar sin querer
ni andar a tientas
ya que el aire está duro
y hay monedas locuras
esperando
la marca del el agua
en desazón riendo
riéndose riendo.

Ah si encono si entonces
ya no quiero
ya no pude se pasa nunca alcanza
una ola se vaga la marea
se desconcierta así
y el sol no existe aquí más que en palabras
Pero en cambio en el cielo
caben muchas pero muchas. A veces
se molestan se muerden
en los labios.
***
Tan arduamente el mar...

Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.
Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso...

Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo...

Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
Padre de mi silencio.
***
SI MURIERA ESTA NOCHE

Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera.
***
CARTA II

Estás lejos y al sur
allí no son las cuatro.

Recostado en tu silla
apoyado en la mesa del café
de tu cuarto
tirado en una cama
la tuya o la de alguien
que quisiera borrar
-estoy pensando en ti no en quienes buscan
a tu lado lo mismo que yo quiero-.
Estoy pensando en ti ya hace una hora
tal vez media
no sé.

Cuando la luz se acabe
sabré que son las nueve
estiraré la colcha
me pondré el traje negro
y me pasaré el peine.

Iré a cenar
es claro.

Pero en algún momento
me volveré a este cuarto
me tiraré en la cama
y entonces tu recuerdo
qué digo
mi deseo de verte
que me mires
tu presencia de hombre que me falta en la vida
se pondrán
como ahora te pones en la tarde
que ya es la noche
a ser
la sola única cosa
que me importa en el mundo.
***
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto...

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.
Tal vez debí quedarme en los amores quietos
que podrían llenar mi vida con un nombre
en vez de buscar al evadido del hombre,
despojado, sin alma, ser puro, esqueleto.
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto.
sino amarse y amar, perdida, ingenuamente.
Tal vez pude subir como una flor ardiente
o tener un profundo destino de semilla
en vez de esta terrible lucidez amarilla
y de este estar de estatua con los ojos vacíos.
Tal vez pude doblar este destino mío
en música inefable. O necesariamente...
**
Fragmentos de la entrevista con Idea Vilariño
Elena Poniatowska
La Jornada semanal (agosto de 2004)

–¿Idea, cómo has vivido la poesía a lo largo de tu vida?
–En el único reportaje que consentí en publicar hasta ahora, le recuerdo a Mario Benedetti que hacía versos antes de saber escribirlos, antes de mis seis años. En esa casa se oía música, mucha ópera; mi padre, un fino poeta, nos decía a menudo –aunque supongo que esto fue algo después– poemas suyos o de otros. Pero lo que yo hice hasta la adolescencia no se parecía a nada de lo que escuché. No se me ocurría remedar, no asimilaba nada de aquello, no aprendía ni siquiera de los que más me gustaban –Juan Ramón, Darío, José Asunción Silva. Las pocas cosas que recuerdo de aquella niña analfabeta eran estrofas breves e ingenuas, que no decían nada mío; malas, pero perfectamente medidas y rimadas, aunque yo no supiera qué era eso. No las decía. Tampoco mostraba las de mis diez, doce años, aunque en casa ya sabían que "escribía". Creo que las cosas cambiaron a mis quince o dieciséis años.
–¿Por qué?
–A los once años me quedé mirando en un espejo mis ojos serios, adultos. Fue una conmoción profunda saber que estaba ahí –persona, no niña. Como estoy hoy. Los ojos siguen estando. Simplemente, hubo zonas que al ser tocadas se pusieron a vivir. Pero siempre supe todo.
Se fueron sumando vida, madurez; el mundo fue cambiando.
–¿Tu padre?
–Mi padre era un poeta y un gran conocedor de formas y de ritmos. Y tal vez el mejor lector de poemas que conocí: hacía oír también el sonido, los acentos. Ambas condiciones fueron una buena escuela desde temprano. Por otra parte diría que tengo algo de eso que llaman "espíritu científico" porque pensaba dedicarme a la investigación científica. Quise saber qué pasaba con los versos. Perdí mucho tiempo leyendo acerca de sáficos y anapésticos, de rimas femeninas y masculinas. Luego di con Servien y su método y, aunque él mismo no lo había desarrollado, fue lo que yo estaba buscando. Permite un estudio de los ritmos casi infinito y para mí apasionante. Es lo que sé hacer mejor. Alguna vez le dije a Ruffinelli que, si hoy no hubiera otras cosas más urgentes en qué trabajar, habría que pagarme para que me encerrara a trabajar en eso. Tal vez no importa demasiado; hoy importan más, y con sobradas razones, otras zonas del quehacer artístico. Sea como sea, a mí la poesía me interesa sobremanera.

Habría que decir que Idea Vilariño es considerada según Natalia Gianini como la voz de toda una generación de resistencia a la dictadura. Escribió la canción de protesta más querida, "Los Orientales", y a menudo sale reseñada en programas televisivos y en periódicos con Mario Benedetti, sobre todo por su poesía de carácter político. Sin embargo, ella misma ha dicho que la poesía no tiene nada que ver con la política. En el documental "Idea" de 1997, dirigido por Mario Jacobs, Idea Vilariño comenta que detesta gran parte de lo que se llama poesía y declara que "Dios es un problema que no existe". Para ella la verdad última se encuentra en uno de sus poemas titulado: "Es negro". "Es negro para siempre/ las estrellas, los soles y las lunas/ y pingajos de luz diversos/ con pequeños errores/ suciedad pasajera/ en la negrura espléndida/ sin tiempo/ silenciosa." Su actitud recalcitrante le ha dado su fuerza pero también su debilidad.

–¿Y la poesía, Idea? –pregunto por no dejar y porque en 1994 Cal y Canto publicó su Poesía completa con sus poemas de los veinte años que tienen la misma visión sombría de sus Nocturnos y de No y contienen ya la esencia de su poesía adulta. "El amor no es más que un pozo de agua oscura,/ los astros sólo son barro que brilla,/ el amor, sueño, glándulas, locura,/ la noche no es azul, es amarilla."

Atada al mástil


–La poesía, Elena, fue una conmigo siempre. La viví naturalmente, como algo inevitable, privado, que no me daba ningún realce y la hacía sin deliberación, sin proponérmelo, como lo hice después, como lo he hecho siempre. Creo que nunca supe cómo iba a terminar un poema –hasta ahora es así. Necesito decir algo; eso es compulsivo. Pero no sé cómo lo diré, aunque al escribir tenga un dominio absoluto de lo que hago, pero desde la primera línea el poema, su ritmo, eso que es imperativo decir me lleva hasta el final, hasta el cierre inevitable.
Sé que parece contradictorio. Bueno, es así.

"Mi poesía soy yo"

–¿Entonces qué es para ti la poesía?
–No sé cómo decirte qué es la poesía para mí. Es una forma de ser, de mi ser. Todo lo demás de mi vida son accidentes. Pude ser profesora o no. Sola o no. Música o no. Traductora de Shakespeare o no. Estudiosa de la prosodia o no. Todas las cosas que amé y que realicé en la medida que pude. La poesía no fue accidental. Mi poesía soy yo. Por eso no me interesaba publicar; es más, deseé no haber publicado nunca (hay poemas que jamás mostré). Escribir era otro asunto. Era, como te decía, compulsivo. Salvo las cosas políticas, y alguna carta, nunca escribí pensando que alguien lo leyera. Lo que decía era privadísimo y no buscaba llegar a otro, comunicar. Publicar fue tan contradictorio, tan poco coherente como seguir viviendo cuando sabía, y cómo, cuando pensaba lo que pensaba del hecho de vivir. Esas incoherencias fueron difíciles de sobrellevar. A esta altura ya nada importa.
Empecé a hacer versos antes de saber escribir. Tonterías, pero muy cantables. Me parecían admirables los poemas de mi padre. De sobremesa le pedíamos que dijese nuestros favoritos. Julio Herrera:
"Junio, el rey más blanco, blanco néctar bebe/ bebe blanca nieve; nieve blanca harina..." ¡Almafuerte! Darío: "El olímpico cisne de nieve...", "Margarita, está linda la mar..." A los diez años ya me sabía de memoria el larguísimo "Los motivos del lobo", de Darío, pero por mi timidez jamás me habría atrevido a decirlo en público. Pero no creo que hubiera muchos rastros de todo eso en mis malos poemas de entonces ni en los de mi primera adolescencia. Escribir era un acto privado y ni se me ocurría decir lo de otros o mejorar las cosas acordándome de lo que hacían. Si no tal vez lo hubiera hecho mejor.
Tampoco vi en otras admiraciones que vinieron después ejemplos sino coincidencias en las vivencias. Verlaine: "Qu´as tu fait, ó toi que voilá,/ pleurant sans cesse,/ dis, qu´as tu fait, toi que voilá/ de ta jeunesse?". Zonas de Hugo, de Mallarmé, de Leconte de L´Isle: "Moi, je t´envie au fond du tombeau calme et noir/ d´etre affranchi de vivre et de ne plus avoir/ la honte de penser ni l´horreur d´etre un homme". Y Alexandre y Neruda y Jorge Guillén y los descubrimientos de Quevedo y Yeats y de Vallejo, que leí muy tarde. Y no habría que hablar sólo de los poetas. Supongo que es la historia de todos; supongo que todos nos modifican en alguna medida pero en zonas poco detectables. Tal vez rompen los ojos, pero no veo en mis cosas influencias claras de lo que más me importó. Escribir siguió lo más privado, auténtico, desgarrado mío, desligado, por otra parte, como acto creador, de toda voluntad o actitud "literaria". Lo que sabía y lo que hubiera incorporado ya eran yo. ¿Yo?
Hubo cuatro libros que seguramente me hicieron algo, y son cuatro antologías que llegaron, me parece ahora, en un momento clave: las de poesía española de Domenchina, y las de poesía uruguaya de Zun Felde y de Brughetti. De esta última recuerdo ahora los impactos de Vicente Basso Maglio y del primer Juan Cunha.

"Uruguay y América latina me importan entrañablemente"

–¿Qué América latina? ¿Qué Uruguay?
–Qué América Latina, qué Uruguay. Están entre las cosas que me importan entrañablemente, como aquellas de publicar sin querer publicar, de vivir sin querer vivir. Están por un lado el amor, la congoja, la esperanza –a veces, cuánta– el imperativo moral que me llevan a ayudar, a actuar y, por otro, el escepticismo, el descreimiento. Uno de mis poemas comienza así: "Por qué no volará en cien mil pedazos/ esta escoria volante este puñado/ de tierra y de dolor/ aire y basura." Otro termina así: "este amor desgarrado por el mundo/ esta diaria constante despedida". Y ambos son verdad. ¿Cómo puedo explicarte estas contradicciones?
(…)
–¿Cómo definirías tu propia poesía dentro del contexto de América latina?
–Definirla no sé. Es una pregunta extraordinariamente difícil. Soy una cruel lectora. A veces pienso que detesto la poesía, por lo menos cuando no se trata de los grandes fulgores de belleza, del canto serio. Tengo un implacable rigor conmigo misma cuando escribo, tal vez por eso no tengo que corregir después. Y lo tengo para los otros.
Puedo equivocarme como el que más, aunque no lo creo; piso con tanta seguridad en ese terreno.
–Dedicas tus libros a J.C.O.
–Aunque este libro está dedicado a J.C.O., no todos los poemas son suyos. Lo son, sin duda, los más dolorosos o desolados. No porque aquel amor fuera así, sino porque fueron escritos en momentos así.
–¿Escribes en versos libres?
–Nunca los ha habido menos libres. Un ritmo riguroso los ordena y sólo para los ojos parecen libres. ¿Qué significado tiene el ritmo?
Es fundamental en todo hecho poético. En un poema puede fallar todo lo demás; hasta puede, en determinados juegos, faltar el sentido; nunca el ritmo. Es esencial; por él algo es o no lírico.
(…)
–¿Las influencias? Sí, hay que pensar en los admirables poemas de amor de Salinas, tan intelectuales; en los juegos inteligentes y llenos de humor de Queneau. ¿Jiménez? Tal vez tenga yo influencia de Jiménez en los primeros poemas que publiqué, finalmente no creo que tenga muchas influencias. Como le dije al principio mi poesía soy yo.
–¿La crítica?
–Así como me importa mucho el juicio moral sobre mi conducta –política, gremial, etcétera– nunca me importó lo que se dijera sobre lo que escribo. Ni nunca me sirvió de nada. Recuerdo haber atendido una observación de Juan Carlos Onetti, otra de Manuel Claps, una de mi hermana Poema. Eso es todo.
La mayor parte de lo que se ha escrito sobre mi obra es en extremo comprensivo y generoso, salvo los malentendidos de siempre. Sin embargo, nunca lo miro sino muy rápidamente, y el sentimiento predominante es de violencia, de rechazo, porque está invadiendo mis fueros más privados. Naturalmente que la culpa es mía por publicar mis poemas. La propia índole de lo que escribo lleva al crítico a ocuparse de la persona más que de lo hecho.
No sé si me reconocería por la calle o en cualquier circunstancia.
Uno de mis problemas es hoy un problema de identidad. Tal vez porque no se puede ser tantas cosas y en tantos planos como estamos obligados a ser, y a seguir sabiendo quiénes somos. Recuerdo que una noche en Cuba me puse a leer mis propios poemas para saber quién era.

"Yo./No sé quién soy./ Mi nombre/ ya no me dice nada./ No sé qué estoy haciendo./Nada tiene ya más que ver con nada/ Digo yo/ por decirlo de algún modo."

"El acto más privado de mi vida"

–Escribir poesía es el acto más privado de mi vida realizado siempre en el colmo de la soledad y del ensimismamiento, realizado para nadie, para nada. A menudo, a la mañana siguiente lo olvidé y pueden pasar meses antes que encuentre esas líneas, el poema escrito de una vez, aunque a veces seguidas. Y, por supuesto, salvo raras excepciones, no lo muestro; en algún caso, por años.
–Entonces ¿para qué publicas?
–¿Por qué he publicado? La poesía puede ser como el acto creador algo muy íntimo, pero una vez realizada podría darse la necesidad de comunicación. Bueno, tal vez algo falla porque tampoco la siento. No tengo en ese campo los reflejos propios de un escritor y que funcionan cuando escribo ensayos, por ejemplo. Pero viviendo entre escritores, siendo yo misma un crítico, vi en algún momento que este o aquel conjunto de poemas –siempre poemas de cierto tiempo, como para poder considerarlos objetivamente, como si fueran de otro, casi– vi que tenían coherencia, que eran un libro. Y entré en el juego. No estoy segura de que esta sea la explicación correcta u honesta. Hay una evidente dicotomía. Sé que desearía no haber publicado nunca. No me importa ya cuando se trata de reediciones. Pero dado el carácter de dolorosa intimidad de la mayor parte de mis poemas, sentí, después, cada libro como un acto de impudicia, de exhibicionismo. Hay poemas que nunca publiqué ni mostré a nadie. Eso debería haber hecho con todos. O casi. A esta altura ya todo eso importa poco.
(…)
Cuando la lucha contra el Tratado Militar con Estados Unidos publiqué algunos poemas políticos –uno, que nunca más vi, "En archa"; otro, "A Guatemala" que no gustaron a nadie. Pero el Uruguay era otro. Con un poco de distracción todavía eran posibles el individualismo, el retraimiento, el trabajo intelectual reposado. Hubo la tarea absorbente de hacer la revista Número, hubo una buena dosis de enfermedad, dificultades, amor.
–¿Qué significó Número para ti?
–¿A quién puede importarle Número hoy? Éramos "escritores", gente distinta que irrumpía en una especie de vacío literario, y construimos nuestro vehículo. En un país que vegetaba, o se pudría opacamente, y en un medio literario que seguía el mismo camino teníamos una tarea cultural convencional y alineada, pero necesaria y creadora, entre las manos. Ayudamos a hacer, supongo, esa actitud crítica y rigurosa que saneó el ambiente, a crear público, a ponerlo un poco al día. En la segunda época no quise colaborar, entre otras cosas, porque entonces ya no tenía sentido, me parecía, una tarea puramente literaria, apolítica.
Para mí, en aquel entonces, significó bastante: el trabajo en equipo, la obligación de escribir, pero ahora me parece cosa de otro mundo.
Por el '60 andaba comenzando mi casa en "Las Toscas" para retirarme, salirme de todo. Y entonces empezó la lucha por Cuba, y después la nuestra. Entonces la revolución, como toda experiencia auténtica, fue dando sus poemas.
–De allí que hayas trabajado en letras de canciones políticas.
–El factor determinante fue, sin duda, la pléyade de excelentes cantores populares militantes y valientes que tenemos. Si no, me hubiera quedado en los poemas políticos. Pero había allí un vehículo inmejorable –llegan a donde nuestros libros no llegaron nunca, a todos– y, además, ellos necesitaban letras. Y la gente necesita oírlos.
Por eso me ha dado mucha más alegría oír cantar por ahí, más o menos anónimamente, "Los Orientales", que la edición de mis poesías completas que ni a mí ni a nadie importó nada.
–¿El amor y la muerte son tus obsesiones?
–No son obsesiones sino certezas. Y creo que la actitud más lúcida, más sana, es tener presente que la vida y que el amor se acaban. Ver a los otros y a uno mismo caminando a la muerte, vivir el amor a término, tal vez hagan el amor y la vida más terribles, pero también digo que los hacen más intensos y más hondos.
(…)
Aun antes del golpe que los desbarató, la asonada militar de 1973, Idea Vilariño dijo: "¿Quién se suicida, quién se retira del mundo, quién lleva un diario íntimo, quién, ahora?".
Era como si profetizara el espejo cruel en el que se tachó del todo, el libro No, publicado por Arca. Decía ahí, en el poema "Epitafio": "No abusar de palabras / no prestarle / demasiada atención. / Fue simplemente que / la cosa se acabó. / ¿Yo me acabé? / Una fuerza / una pasión honesta y unas ganas / unas vulgares ganas / de seguir. / Fue simplemente eso". Y aún más dijo en ese No sobre la muerte: "Quiero morir. No quiero / oír ya más campanas. (...) Simplemente no quiero / no quiero oír más nada".

Poesía completa (Lumen, 2008), Vuelo ciego (Visor, 2004), .Poesía completa (Cal y Canto, 2008).

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char