miércoles, 26 de mayo de 2010

Me disgustan profundamente las heroínas


Entrevista a María Elena Anníbali
(Oncativo, Córdoba, Argentina, 1978)

Por Emanuel Rodríguez

Annibali escribe una poesía de tono narrativo, poemas que cuentan cosas que suceden en la llanura cordobesa. Un territorio que Annibali describe con la certeza de algunas imágenes hermosamente tristes: “hace un tiempo aquí hubo caballos”, por ejemplo.

La autora vive en Oncativo, un pueblo que hoy vive el esplendor económico de la soja pero que guarda una especie de registro secreto de otras épocas, aunque sea en la forma de determinadas ausencias. Algo de eso transmite Annibali en Tabaco Mariposa, un regreso a paisajes de la infancia que siempre es trágico, pero no dramáticamente trágico, ni siquiera explícitamente trágico. Hay una extraña sutileza en la escritura de Annibali, un manejo exquisito del silencio y del rodeo, que de vez en cuando se rompe en una palabra acaso demasiado fuerte: “los aviones cargados de roundup”, por ejemplo.

–Más allá de las cuestiones autobiográficas, ¿por qué hay más llanura que montaña en tu poesía? ¿por qué hay más pueblo y campo que ciudad? ¿Te sentís más próxima a una sensibilidad rural que a una sensibilidad urbana? (te lo pregunto por contraste con la poesía de Lucas Tejerina, por ejemplo, que también es muy narrativa, pero sumamente urbana, como si la escribiera sobre el asfalto...)
–No, no me siento más próxima a una sensibilidad rural que urbana. De hecho, sé que si cambiara mi escenario, el escenario de mi poesía también cambiaría. Pienso que es una eventualidad propia de mi experiencia vital. Es como un trasfondo movible, donde los temas que me preocupan y me interesan se encarnan en situaciones, espacios y seres particulares, y adquieren una densidad que está en conformidad con esas singularidades.

–¿Dónde creés que reside lo trágico en tu poesía?
–Es una idea que fluye en algunos poemas de manera muy fuerte, y es la de una cierta aceptación del mundo tal y como es. Me disgustan profundamente las heroínas, los mesías, las femmes fatales, todo aquello que es –sin ser- a través de la pose, el barniz, la grandeza. Mis personajes son –o fueron- seres humanos reales, los elegí porque mi deseo es que emerjan de ese fondo de indiferenciación en que han transcurrido sus vidas, que un poco fue la mía propia, también, por haberla compartido con ellos. Pero si los hice emerger, no fue para instalarlos como sujetos modelo. Eso son o fueron, y así intenté describirlos, darles carnadura, tornarlos visibles. Por eso hablo de aceptación, que es una manera incómoda de ser y estar en el mundo. Aceptando que puede haber idealismo, pero que no se puede vivir conforme a él, porque la realidad está ahí para desbaratarlo, para desbordarlo, para parodiarlo. Lo trágico es, también, ese estado fantasmal en el que algunos transcurren la existencia. ¿Hay vida donde no está el ojo que la ve, que la relata?

–En uno de tus versos decís “La sed es real”. ¿Sed de qué?
–La sed define un estado de carencia, y el pozo alrededor del cual se gira es un poco el espacio que a la vez evidencia y oculta aquello que la calma. Pero para eso, es preciso sumergirse, ir hacia el fondo, bucear, buscar. La infancia es el tiempo de aprender y fijar cuáles son esas carencias y es el tiempo, también, del entrenamiento en volverlas soportables. Si digo que ahora la sed es real, es porque ese entrenamiento también puede estar constituido por un juego, por una ficción. Todo juego sucede en torno a un acuerdo, a una convención entre dos. Se finge, el niño dice que hace (o hace que hace). Pero cuando se vuelve real, ocurre que no hay, ya, acuerdo entre partes, ya no hay dos. Lo real propone el tipo de experiencia que se vive en soledad. Y la relación con los bordes, también se vuelve distinta, y más peligrosa.
Está la solución, o están las respuestas, o está el agua, pero nosotros caminamos en la frontera, y es ese un lugar de tensiones, donde transcurre la angustia porque separa lo que es de lo que es sin ser.

Muerte y poesía
–Un tema recurrente del libro es la muerte. ¿Por qué?
–Porque la muerte tiene un punto más de veladura que la vida. La vida ofrece aspectos “constatables”, tibiamente constatables, es verdad. Pero la muerte no ofrece nada, salvo un testimonio, que es un cuerpo en un estado de no-vida que no es capaz de expresar nada más que esa mera realidad. La corrupción no es, creo yo, la constatación de la muerte, sino la afirmación de algo que ha huido, de un despojo. ¿Es eso todo lo que tengo para hablar de la muerte? Sí, eso es todo. Entonces, el único recurso que tengo no ya para comprender a la muerte, sino para interrogarme sobre ella, es la palabra. Y la palabra nombra como muerte a un lugar que nos es, en todo, extraño, irreductible al concepto. Abre las posibilidades al juego de la imaginación, o mejor, de la especulación imaginativa. En ese sentido, yo creo que la poesía es una modalidad del discurso filosófico.

–¿Qué relación hay, en tu obra, entre muerte y paisaje?
–El paisaje es, también, ese cuerpo físico del que te hablaba, donde se constata ese despojamiento. Pero también ocurre que, por haber vivido siempre aquí, me siento con la posibilidad de leer y relatar las mutaciones, los cambios de piel de ese paisaje. En el enfrentamiento entre la memoria de lo que fue (que es, también, una ficción construida con la materia de los deseos, de lo sublimado) y lo que es ahora, es casi imposible no advertir la fractura, el desgarramiento. Que no lo es sólo de la naturaleza, lo cual no dejaría de ser, con todo, un dato objetivo, sino que además me obliga al necesario ejercicio de llevar el foco de la cámara hacia mí misma. Y preguntarme qué pasó en mí, cuáles son mis propios cambios de piel.

–Escribís sobre animales, en este libro, casi todas hembras. Lobas, zorras. ¿Qué búsqueda hay detrás de esa elección?
–Creo que esos poemas son lugares de articulación con mi primer libro, Las madres remotas, donde todos los personajes son femeninos. Pero también ocurre –y esto es una intimidad- que esos poemas fueron escritos en un tiempo donde estaba leyendo con mucha atención a Marosa di Giorgio, que es esa clase de escritora peligrosa que es capaz de fagocitar cualquier estilo, sobre todo si se trata, como el mío, que es, todavía y lo será siempre, una búsqueda. Tuve que dejarla, pese a lo atractiva que me parece su escritura, porque yo misma era conciente de las marcas que iba dejando en mi propia poesía, y me estaba quedando sin voz propia. Tuve que volver a autores mucho más austeros y secos para equilibrarme. De allí que haya, en esos poemas, una cierta…exhuberancia, una cierta voluptuosidad, sobre todo en relación al trazado de estos animales-hembras que vos mencionás.

–En el penúltimo poema se puede leer cierta idea de un amor brutal: ¿para vos hay una relación directa entre amor y brutalidad?
–Sin duda. Eso que llamamos con mucho convencimiento y hasta con mucha fe amor siempre está cruzado, alterado, desvirtuado por el discurso del poder, por un juego de estrategias. Donde lo que se dice es la ínfima manifestación visible de otras cosas que se ocultan por sí o por el otro. Y éste poema juega con la idea de verdad en tanto discurso de lo literal. Mientras uno entra en ese juego de fingimiento amoroso, de estereotipo, el otro, lejos de aceptar esa convención, se vuelve contra ella (o la usa de una manera distinta) y al amparo de ese diálogo entre dos códigos que divergen ocurre la crueldad.

–¿Por qué elegiste cerrar el libro con un poema como “Hiroshima”?
–Fue una decisión que hablamos bastante con el editor. Yo lo respeto mucho a Alejo y confío en su visión. Creemos que Hiroshima comulga, tranquilamente, con la misma estética de los otros poemas del libro. En cuanto a lo temático, creo que no se desdice, sino que propone un zoom: lo que en los otros textos tenía un color local, aquí trasciende el mero localismo y se ubica en un sentido universal. El exotismo (o aparente exotismo) de este poema puede leerse, también, en otro sentido: el dolor, la tragedia o la muerte es común a todos. O debería serlo. De hecho el poema plantea eso, que la muerte es un elemento igualador.

Blog

María Elena Annibali lleva adelante el blog Che Madamme.
–¿Qué opinión tenés sobre el blog como formato para la poesía? ¿Te interesa el tipo de feedback que propone el blog?
–Yo pienso que el mejor soporte para la poesía, sigue siendo el papel, el libro, que te permite un acercamiento más... íntimo, si se quiere, más del orden de lo físico. El libro tiene textura, tiene olor, tiene peso, tiene un cuerpo. El blog carece de eso pero en cambio, ofrece una posibilidad extra al lector de poesía de tener acceso a textos que no se consiguen en las librerías, porque están agotados, porque ya no se editan, porque sus autores son nóveles. Y a la vez ofrecen al que escribe poesía de tener una clase de contacto casi inmediato con el que lee. Eso a mí me parece positivo pero también me despierta suspicacia, en el sentido de que algunos bloggers ordenan, forman y deforman su producción en relación a los intereses de los eventuales lectores, como si la calidad de las obras se tratara solamente de una cuestión de mercado. Personalmente, y en relación a mi blog, trato de que siga manteniendo ese sentido de bitácora, de diario personal pero abierto. No me persigo por cantidad o calidad de comentarios, ni posteo compulsivamente. Doy testimonio de la felicidad de escribir, nada más.
De Diario La Voz, Córdoba, Argentina, 25/11/09
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Para leer algunos de sus poemas,
aquí

Imagen: Jackson Pollock, Ornament Nº 1

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char