lunes, 4 de mayo de 2009

Morían como moscas


LEÓN TOLSTOI
(Rusia, 1828-1910)
Fragmentos
De Guerra y paz

Las autoridades francesas no habían tomado ninguna nueva disposición, desde la salida de Moscú, respecto del grupo de prisioneros, entre los cuales se hallaba Pedro… El número de prisioneros había disminuido sensiblemente. De trescientos treinta que eran a la salida de Moscú, quedaban menos de cien, los cuales, sin embargo, daban más preocupaciones a los soldados de la escolta que los furgones de la caballería y los de Junot. Si los soldados, hambrientos y ateridos de frío, comprendían, con todo, que era su deber custodiar los carruajes de la impedimenta y de los equipajes de Junot (éstos y las cucharas de Junot podían servir para algo), consideraban, en cambio, penoso y hasta odioso vigilar a aquellos rusos, tan hambrientos y desfallecidos como ellos, que morían como moscas, y a quienes tenían orden de fusilar a la primera tentativa de evasión... Algunos de los prisioneros trataron de evadirse a través de un pasaje subterráneo que habían excavado, pero fueron sorprendidos in fraganti y fusilados...Todos los que podían andar iban juntos y Pedro se reunió, pues, a partir de la tercera etapa…
De todos cuantos sufrimientos lo agobiaban en aquellos momentos y cuyo recuerdo guardo hasta la muerte, los más insoportables eran los que le producían los pies descalzos, magullados y cubiertos de costras. (La carne de caballo le parecía sabrosa y apetitosa; el gusto a salitre dejado por la pólvora empleada en lugar de sal era incluso agradable; no se padecía mucho frío; durante el día, al marchar, hacía siempre calor, y en la noche se encendían hogueras; los piojos que lo devoraban lo mantenían caliente.)…"
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De Ana Karenina
"Nadie, a excepción de sus familiares, podía sospechar que Alexis Alejandrovicht, este hombre frío y razonable, fuese víctima de una debilidad en contradicción absoluta con la tendencia general de su temperamento.
No podía oír llorar a un niño o a una mujer, sin perder su sangre fría; la vista de las lágrimas lo turbaba, lo descomponía y lo privaba de sus facultades.
Cuando, al volver de las carreras, Ana le confesó sus relaciones con Wronsky, y, cubriéndose la cara con las manos, estalló es sollozos, Alexis Alejandrovicht, por más odio que profesara a su mujer, no pudo evitar una turbación profunda. A fin de no revelar ninguna señal exterior, incompatible con su posición, trató de reprimir la más mínima apariencia de emoción; quedó impasible, sin mirarla, con una rigidez mortal que impresionó vivamente a Ana.
Al llegar a casa, hizo un gran esfuerzo para descender del coche y despedirse de su mujer con los miramientos y cortesía habituales.
Las palabras de Ana vinieron a confirmar sus peores sospechas, y el mal que le causaron hasta hacerle derramar lágrimas fue muy cruel…
…"Es una mujer perdida, sin honor, sin sentimientos, sin religión. Siempre lo presentí; pero por compasión hacia ella traté de hacerme ilusiones"…
…"He cometido un error ligando mi vida a la suya; pero en mi error no ha habido nada de culpable; por consiguiente no tengo de qué acusarme. La culpable es ella; lo que le pase no me concierne; ella ya no existe para mí…"
…"Y bien, lo que ha herido a tantos otros ahora me hiere a mí. Lo principal es hacerle frente a la situación."…
…"Darlof optó por batirse en duelo…"
…"El estado de nuestra sociedad es todavía tan bárbaro que mucha gente aprobaría un duelo:…
…Descartado el duelo, quedaba el divorcio.…
…El divorcio, por otra parte, rompía todas las relaciones con su mujer, entregándola al amante…
…"Podría también –continuó, buscando un alivio–, imitar a Karibanol y a ese bueno de Dramm, es decir, separarme"; pero este recurso tenía casi los mismos inconvenientes que el divorcio; era tanto como echar a su mujer en los brazos de Wronsky.
"¡No, es imposible, imposible! –pensó, tironeando nerviosamente de la manta–. No quiero ser desgraciado mientras que ellos son felices"…
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char