JAMES JOYCE
(Dublín, Irlanda, 1882 – Suiza, 1941)
“Se quedó inmóvil en el zaguán sombrío, tratando de captar la canción que cantaba aquella voz y escudriñando a su mujer. Había misterio y gracia en su pose, como si fuera ella el símbolo de algo. Se preguntó de qué podía ser símbolo una mujer de pie en una escalera oyendo una melodía lejana. Si fuera pintor la pintaría en esa misma posición. El sombrero de fieltro azul destacaría el bronce de su pelo recortado en la sombra, y los fragmentos oscuros de su traje pondrían las partes claras del relieve. Lejana melodía llamaría él al cuadro si fuera pintor.”
(...)
El aire del cuarto le helaba la espalda. Se estiró con cuidado bajo las sábanas y se echó al lado de su esposa. Uno a uno se iban convirtiendo ambos en sombras. Mejor pasar audaz al otro mundo en el apogeo de una pasión que marchitarse consumido funestamente por la vida. Pensó cómo la mujer que descansaba a su lado había evocado en su corazón, durante años, la imagen de los ojos de su amante el día que él le dijo que no quería seguir viviendo.
Lágrimas generosas colmaron los ojos de Gabriel. Nunca había sentido aquello por ninguna mujer, pero supo que ese sentimiento tenía que ser amor. A sus ojos las lágrimas crecieron en la oscuridad parcial del cuarto y se imaginó que veía una figura de hombre, joven, de pie bajo un árbol anegado. Había otras formas próximas. Su alma se había acercado a esa región donde moran las huestes de los muertos. Estaba consciente, pero no podía aprehender sus aviesas y tenues presencias. Su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose.
Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento, vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.
(Dublineses, "Los muertos", fragmento)
Alianza Editorial; traducción de Guillermo Cabrera Infante a partir del texto corregido por Robert Scholes, que reproduce con la mayor fidelidad la versión preferida por Joyce y sigue escrupulosamente su puntuación preferida [nota bene]
***
El joven Donal
(o Promesas rotas)
Anoche, muy tarde el perro hablaba de ti,
la agachadiza hablaba de ti en lo profundo de su pantano.
Eres el pájaro solitario que recorre los bosques
y quizás no tengas compañero hasta que me encuentres.
Me lo prometiste y mentiste
que estarías antes que yo donde se reúne el rebaño.
Te silbé y di trescientas voces,
y sólo hallé una oveja balando.
Me prometiste algo difícil para ti,
un barco de oro bajo un mástil de plata,
doce ciudades y un mercado en cada una de ellas,
y una hermosa senda blanca junto al mar.
Me prometiste algo que no es posible,
que me traerías guantes de piel de pez,
que me traerías zapatos de piel de ave
y un traje de la seda más rica de Irlanda.
Cuando voy por mi cuenta al Pozo de la soledad,
me siento y entro a través de mi problema;
cuando veo el mundo y no ver a mi chico,
el que tiene un tono de color ámbar en el pelo.
Fue ese domingo cuando te di mi amor;
el último domingo antes de Pascua.
Y yo, de rodillas, leía la Pasión;
y mis dos ojos te daban mi amor para siempre.
Mi madre me dijo que no hablara contigo,
ni hoy ni mañana, ni el domingo.
Escogió un mal momento para decírmelo,
fue como cerrar la puerta después de que la casa fuera robada.
Mi corazón está tan negro como la negrura de la endrina,
o como el carbón negro que está en la fragua;
o como la suela de un zapato izquierdo en salas blancas;
eras tú el que ponía esta oscuridad en mi vida
Me despojaste del este, me despojaste del oeste;
tomaste lo que está delante de mi y lo que está detrás de mí;
me quistaste la luna, me quitaste el sol
y mucho me temo, que me hayas arrebatado a Dios".
Anónimo irlandés, en Middle Irish, lengua irlandesa hablada entre el siglo X y el XII]. Tomado de William B. Yeats, Ideas of Good and Evil. Anonymous. 8th Century Ireland, translated by Augusta Gregory.
***
The Lass of Aughrim
If you'll be the lass of Aughrim
As I am taking you mean to be
Tell me the first token
That passed between you and me
O don't you remember
That night on yon lean hill
When we both met together
Which I am sorry now to tell
The rain falls on my yellow locks
And the dew it wets my skin;
My babe lies cold within my arms;
Lord Gregory, let me in
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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