lunes, 7 de septiembre de 2009

Lo que mata es la humedad


Amor líquido.
Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos
,
por Zygmunt Bauman
(Polonia, 1925)

De todos los impulsos, inclinaciones y tendencias "naturales" del ser humano, el deseo sexual fue y sigue siendo el más irrefutable, obvia y unívocamente social. Se dirige hacia otro ser humano, exige la presencia de otro ser humano, y hace denodados esfuerzos para transformar esa presencia en una unión.
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Los hijos son una de las compras más onerosas que un consumidor promedio puede permitirse en el transcurso de toda su vida. (...) en nuestros tiempos, tener hijos es una decisión, y no un accidente, circunstancia que suma ansiedad a la situación.
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Todos hemos visto, oído, y aun escuchado a pesar nuestro, a pasajeros del tren que, a nuestro lado, hablan sin parar por sus teléfonos. (...) Uno diría que están contando los minutos que los separan de sus seres queridos y que no ven la hora de poder mantener esas conversaciones cara a cara. Pero quizás no haya pensado que muchas de esas charlas por celular que usted escuchó por azar no eran el prolegómeno de una conversación más sustancial a producirse al llegar, sino un sustituto de ella. Que esas charlas no preparaban el terreno para algo real, sino que eran lo real en sí... Que muchos de esos jóvenes anhelantes de informar a sus invisibles interlocutores acerca de su paradero, ni bien lleguen a sus hogares correrán a sus cuartos a cerrar la puerta con llave detrás de sí.
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La idea misma de "relación" (...) sigue cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro. Quizás por eso, más que transmitir su experiencia y expectativas en términos de "relacionarse" y "relaciones", la gente habla cada vez más de conexiones, de "conectarse" y "estar conectado". En vez de hablar de parejas, prefieren hablar de "redes".
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A diferencia de las “relaciones”, el “parentesco”, la “pareja” e ideas semejantes que resaltan el compromiso mutuo y excluyen o sosla­yan a su opuesto, el descompromiso, la “red” representa una matriz que conecta y desconecta a la vez: la redes sólo son imaginables si ambas actividades no están habilitadas al mismo tiempo. En una red, conectarse y desconectarse son elecciones igualmente legítimas, gozan del mismo estatus y de igual importancia. ¡No tiene sentido preguntarse cuál de las dos actividades complementarias constituye “la esencia” de una red! “Red” sugiere momentos de “estar en con­tacto” intercalados con períodos de libre merodeo. En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad. Una relación “indeseable pero indisoluble” es precisamente lo que hace que una “relación” sea tan riesgosa como parece. Sin embargo, una “conexión indeseable” es un oxímoron: las conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables.
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Las conexiones son “relaciones virtuales”. A diferencia de las rela­ciones a la antigua (por no hablar de las relaciones “comprometi­das”, y menos aún de los compromisos a largo plazo), parecen estar hechas a la medida del entorno de la moderna vida líquida, en la que se supone y espera que las “posibilidades románticas” (y no sólo las “románticas”) fluctúen cada vez con mayor velocidad entre mul­titudes que no decrecen, desalojándose entre sí con la promesa “de ser más gratificante y satisfactoria” que las anteriores. A diferencia de las “verdaderas relaciones”, las “relaciones virtuales” son de fácil acceso y salida. Parecen sensatas e higiénicas, fáciles de usar y amis­tosas con el usuario, cuando se las compara con la “cosa real”, pesa­da, lenta, inerte y complicada. Un hombre de Bath, de 28 años, en­trevistado en relación con la creciente popularidad de las citas por Internet en desmedro de los bares de solas y solos y las columnas de corazones solitarios, señaló una ventaja decisiva de la relación elec­trónica: “uno siempre puede oprimir la tecla ‘delete’”.Como si obedecieran a la ley de Gresham, las relaciones virtua­les (rebautizadas “conexiones”) establecen el modelo que rige a to­das las otras relaciones. Eso no hace felices a los hombres y las mu­jeres que sucumben a esa presión; al menos no los hace más felices de lo que eran con las relaciones previrtuales. Algo se gana, algo se pierde.
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Tal como señaló Ralph Waldo Emerson, cuando uno patina so­bre hielo fino, la salvación es la velocidad. Cuando la calidad no nos da sostén, tendemos a buscar remedio en la cantidad. Si el “compromiso no tiene sentido” y las relaciones ya no son confia­bles y difícilmente duren, nos inclinamos a cambiar la pareja por las redes. Sin embargo, una vez que alguien lo ha hecho, sentar ca­beza se vuelve aún más difícil (y desalentador) que antes —ya que ahora carece de las habilidades que podrían hacer que la cosa fun­cionara-. Seguir en movimiento, antes un privilegio y un logro, se convierte ahora en obligación. Mantener la velocidad, antes una aventura gozosa, se convierte en un deber agotador. Y sobre todo, la fea incertidumbre y la insoportable confusión que supuestamente la velocidad ahuyentaría, aún siguen allí. La facilidad que ofre­cen el descompromiso y la ruptura a voluntad no reducen los ries­gos, sino que tan sólo los distribuyen, junto con las angustias que generan, de manera diferente.
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Con la demanda de gente especializada que suele decrecer en menos tiempo que el que lleva adquirir y dominar la especialización, con credenciales educativas que pierden valor con respecto al costo anual que tienen o que incluso se convierten en "equidad negativa" mucho antes de su supuesta duración "para toda la vida", con las fuentes de trabajo que desaparecen de un día para otro casi sin advertencia, y con el lapso de vida dividida en series de proyectos breves y únicos, las perspectivas de vida se parecen cada vez más a las caprichosas circunvoluciones de los proyectiles inteligentes en busca de blancos elusivos, efímeros e incansables, más que la trayectoria predeterminada y predecible de un misil balístico.
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Este libro está dedicado a los riesgos y angustias de vivir juntos, y separados, en nuestro moderno mundo líquido (del Prólogo a la obra citada).
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Amor líquido.
Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos
,
de Zygmunt Bauman,
Fondo de Cultura Económica.
Trad. de Mirta Rosenberg y Jaime Arrambide.

(Selección de fragmentos, por Paloma Colino, extraído de www.lafabulaciencia.com y propios)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char