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jueves, 4 de julio de 2013

Los pañuelos de adiós del horizonte

ELVIO ROMERO
Caricatura de Fiorello Botti (tomada de Portal Guaraní)

(Yegros, Paraguay, 1926-Buenos Aires, Argentina, 2004)

El eclipse

¡Salto en alto!

Transpiraciones celestes,
Mágica irrupción,
Rugidos.

¡Salto del tigre a la Luna!

Acechó el tigre a la Luna
De blancos colmillos, ¡río
De Luna por sus colmillos!, tigre
Noche, tigre lluvia,
Tigre que persiguió al viento
Azul tigre azul, ofensa
De Luna por los colmillos
Del tigre acechando al viento
Nocturno frente a la Luna.

Persecución, maleficios
Del tigre azul en la noche.

Mágica irrupción,
Rugidos
Del tigre sobre los montes,
Del monte al viento,
Del viento al aire,
Del aire al tigre,
Del tigre.

(¡Salto en alto!)

¡El tigre devoró a la Luna!

Luna de colmillos blancos
Bajo la Luna,
Colmillos de tigres, blancos
De Luna contra la Luna
Blanca que persigue el tigre
Cerrando el paso a la Luna.

Transpiraciones celestes.

Persecuciones del tigre.

¿Qué motas mancha la Luna
Con color de piel de tigre;
Qué tigre
Manchó con motas de Luna
La piel de color de tigre,
Luna
Con motas de piel de tigre,
Tigre
Con motas de piel de Luna?

¿Devoró la Luna al tigre?

¿El tigre devoró a la Luna?

Persecución, maleficios
Del tigre azul en la noche.

Luna de colmillos blancos
Bajo la Luna,
Colmillos de tigres, blancos
De Luna contra la Luna
Blanca que persigue el tigre
Cerrando el paso a la Luna.

¡Salto en alto!

Mágica irrupción,
Rugidos
Del tigre sobre los montes,
Del monte al viento,
Del viento al aire,
Del aire al tigre,
Del tigre.

¡El tigre devoró a la Luna!
***
Muerte de Perurimá, cuentero, enredado en su lengua...

... Y entonces se fue yendo,
Y se fue yéndosele, se le fue
El párpado cayendo,
Y se le fue la boca,
Y se le fue yendo el habla,
Yéndose en sombras, yéndosele
Los pasos fuésele yendo el tiempo
Y yéndosele
Se le fue el silencio.
¡Las viejas cuentan
Cosas increíbles!

Que trampero y tramposo,
Perurimá acababa
Enredado en su lengua,
Con la ojera en la oreja,
La oreja por la ojera,
Clueco en el recoveco
De su lengua cuentera;
Que a su voz se enredaba
Dicharachero, ojoso,
La ceja como un fleco
Menguante que no mengua,
El cuerpo de mandioca
Contorsionado, seco,
El ojo como arveja
Que mira el labio mudo,
Demudado el saludo
Que fritaba en la boca.

... Y se engullía el aire,
Frotando con su voz el aire, trotando
El eco con su voz, trotándosele
Y frotando la lengua herida y rota,
Rota al trotarle por la boca
La lengua, trotándosele la lengua
Rota sobre la boca,
Engulléndose el eco
Al frotársele el aire sobre la boca
Trotando sobre la lengua.

... Tragaba la fatiga,
Rasguñándose las pestañas,
Destiñéndose el habla hablando,
Virando el ojo en ajo,
En lodo el lado
Resabio de su labio,
Tragándose la voz, atragantándosele
El habla en la garganta
(Lampiña lengua Luna)
Tragándose la Luna, fatigándosele
La voz se fatigaba,
Y se le fue yendo el habla,
Fuésele yendo el tiempo,
Y se le fue yéndosele, se le fue
El párpado cayendo
Y se le fue cayendo el silencio.
¡Las viejas cuentan
Cosas increíbles!
***
Tren con banderas

Era un tren con banderas
Aquel tren de mi pueblo; un tren hermoso
Como esos trenes hondos que aran la quemadura
De la imaginería popular; tren compartido,
Mínimo y desolado por entre cordilleras,
Por entre atajos, por entre donde brotan
Los pañuelos de adiós del horizonte.

Era un tren con banderas.

Cuando avanzaba solo
Como arisco alazán por la pradera,
Era una clara y lenta respiración del aire,
Centella imaginaria de Luna y aguacero,
Una fiesta ligera de infancia y de colores;
Volaba el viento norte sobre sus ventanillas,
Sus medas fulguraban sobre espuelas de rieles,
Su silbido era un canto de pájaro de fuego.

La cruz del sur, caída,
Viajaba en sus furgones. Y lo demás: los frutos
Radiosos de la tierra; el violento verano
Cernido en los maizales, los arrieros
De las fronteras, el grito seco de las plantaciones;
Todo se acumulaba en sus vaivenes: la resolana de enero,
Rostros cetrinos y guitarras hondas,
Cántaros con serpientes, fugitivos callados,
Embarazadas, brisas, bandoleros.

Era un tren con banderas.

El Paraguay entero
Cabría en sus vagones, su violencia
Y su encendida música; cabrían sus silencios
Y su desamparado destino, el afán soterrado
De libertad, su cruz y sus crucifixiones,
La madera olorosa de sus montes cerrados,
Su profunda y amarga masticación de muerte.

Era un tren con banderas
Y ojos abrasadores; tren orlado
Por historias de guerra y rebeliones,
Tren cruzado de gritos altos y lejanías,
De sombra y naranjales; una llama
Prendida sobre un vértigo dorado,
Un tren de lumbre y alba sobre una tierra en celo.

Aquel tren de mi pueblo solitario y profundo,
¡Era un tren con banderas!

lunes, 15 de febrero de 2010

Deja que el viento muerda sobre el viento


ELVIO ROMERO
(Paraguay, 1926-2004)


Viene, me digo siempre

Viene, me digo siempre. Bella y nocturna, digo,
y está a mi lado y viene. Y en la noche descanso
junto a su pecho, al borde de su pecho, al remanso
de su cálida sombra sirviéndose de abrigo.

Siempre me digo, viene,
Bella y Nocturna, y siempre se levanta en mi sueño
despacio, apareciendo como en un bosque
umbrío, fiel y asidua en mi frente,
como alguien que debiera, siempre bella
en un bosque, responder cuando digo
Bella Nocturna en sueños
cuando me digo, viene.

Y acude fiel y asidua, con cálida sombra
cuando, Bella Nocturna, con su sombra me abrigo.
***
Alegres éramos...

Usted sabe, señor,
qué alegría colgaba en la floresta;
qué alegría severa
como raigambre sudorosa;
cómo el alegre polvo veraniego
fulguraba en su lámina esplendente,
cómo, ¡qué alegremente andábamos!

¡Qué alegremente andábamos!

Usted sabe, señor,
usted ha visto cómo
la lluvia torrencial sempiterna caía
sobre un textil aroma de bejucos salvajes
y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos
su flora resbalosa,
su acuosa florería.

Usted sabe, señor,
cómo los sementales retozaban
hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,
con qué poder la noche deponía
su amargura en la altura del rocío
tal como deponía la desdicha
su arma en las arboledas.

Usted sabe qué alegre
aflicción de racimos por las ramas
en frutal arco iris vespertino;
cómo alegres luciérnagas subían
a encender las estrellas,
a conducir azahares que estallaban
como emoción nupcial o lumbraradas.

Usted sabe, señor,
que antes de que aquí se enseñoreara
la pobreza, frunciendo hasta las hojas,
desesperando el aire,
bien sabe, bien conoce
que cualquier miserable aquí podía
fortificar un canto en su garganta,
en su pecho opulento.

(¡Cómo podías reír, muchacha mía!
Juvenil, ¡cómo izabas
una sonrisa fértil como un grano,
cómo te coronaban los jazmines
y cómo yo apuraba
mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!)

Antes, antes de la amargura,
antes de que sorbiéramos
un caudaloso cáliz de indigencias boreales,
antes de que amarraran los perfumes,
que en su reverso el sol guardase el hambre,
¡qué alegres caminábamos!

Antes,
antes de que el aura ofendieran,
de arrancar la raíz sangrándole los bulbos,
antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,
qué alegría, señor,
¡qué alegremente andábamos!
***
Aguafuerte

Sujeto a palos en cruz,
un hombre, quieto,
sobre dos palos en cruz,
con sogas entre los huesos.

Y abajo el viento.

Acaso atada mi tierra
como un tamborón de cuero
sobre dos palos en cruz.

Y enfrente el viento.

¡Toda la patria en el suelo
sobre dos palos en cruz!

¡Y encima el viento!
***
Tormenta

La noche ha sido larga.
Como desde cien años
de lluvia,
de una respiración embravecida
proveniente de un fondo de vértigo nocturno,
de un cántaro colorado
jadeando en la tierra,
el viento ha desatado su tempestad violenta
sobre el velo anhelante de la ilusión
efímera, sobre los fatigados menesteres,
y tú y yo, en la colina
más alta,
en el rincón de nuestros dos silencios,
abrazados al tiempo del amor, desvelándonos.

Deja que el viento muerda sobre el viento.

Yo te cerraré los ojos.
**
Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char