miércoles, 3 de agosto de 2011

¡No quiero morir!

Otro poema de ENRIQUE MOLINA
(Buenos Aires, Argentina, 1910-1996)

LUZ DE PATÍBULO

¡No quiero morir! me digo a menudo como un imbécil
descorriendo los paños agrios del amanecer sobre mi
máscara de mono
sobre mi corazón sin principios
¡entre la avaricia de la tierra confusa y ardiente como el
camarín de una loca!

No quiero morir sin conocer a fondo una piedra una mano
la rueda de hormigas y vino que mueve la noche la amistad
de los pájaros en esas regiones baldías donde se muele la harina
sin fin en el calendario
con mi alma de encrucijada y de caricia girando en el viento
de la frustración
excitante como el horizonte
¡como un sexo insatisfecho hasta los últimos óvulos de la
costa que se pierde de vista!

¡No quiero morir! me digo aullando con la apuesta perdida
de otro día en plena sangre
yo que insultaba a esos cargadores de inmundicias y a esos
otros devoradores de migajas benditas por amor a la muerte
exijo una piel de orquídeas bajo la demencia de las estrellas
una injuria de prisionero secuestrado por las olas
esas mujeres fanáticas insomnes en sus pobres hospitales de
besos entre los fuegos nocturnos.

Yo hijo de labores incompletas y regiones extrañas
hijo de sementeras errantes y de matrices ansiosas
hijo de corrientes de uñas hambrientas
hijo de hembra fosforescente
no quiero morir bajo mi piel
bajo mi voz
para vociferar en la sombra tras esos ventanales inmensos
y empañados
donde apoyan la frente criaturas de muralla y de lluvia...

2 comentarios:

sibila dijo...

ah! mi queridísimo molina. gracias, i.

irene gruss dijo...

Todo suyo; Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char