lunes, 22 de junio de 2009
Fragmento de una entrevista a
THOMAS BERNHARD
(Holanda, 1931-Austria, 1989)
—“¿Tiene necesidad de silencio para escribir?”
—“De hecho, puedo escribir en cualquier parte, cuando llega el momento. Hasta puedo escribir en medio de la gente, con un ruido espantoso, cuando las cosas están a punto, y cuando las cosas no están a punto, el silencio puede ser tan grande, tan ideal como se quiera pero no marcha. No hay lugar preciso ideal.”
—“Qué hace cuando no puede escribir?”
—“Es espantoso, absolutamente espantoso. Pero finalmente uno se enamora de eso también, puesto que se sabe que hay primero muchos meses de horror. (...) Lo que nos mantiene es la tensión. Mientras se soporta no escribir, no se está obligado a hacerlo. Rilke dice que no se tiene derecho sino cuando se está obligado. De hecho no se está obligado a nada, se está obligado a ir hasta el fin, y ni siquiera eso”.(...)
Yo: “¿Cómo llegó a la primera publicación?”
Bernhard: “Eran poemas. Porque escribía muchos y me figuraba que eran mejores que los de Rilke, Trakl y los de todo el mundo. Se los llevé a Otto Müller. Se sentó, eligió algunos y efectivamente aparecieron. Era 1956. En esa época yo era muy ambicioso, muy pretencioso, y todo eso. Después, cuando se ha llegado, se ve que eso no es nada en absoluto. En el momento es como el sentimiento de subir a una cima. Pero cuando se está arriba se percibe que eso no tiene fin. A fin de cuentas, no es nada en absoluto. (...)
—“¿Ha intentado suicidarse alguna vez?”
—“Cuando era niño quise ahorcarme, pero la cuerda cedió. Tenía siete u ocho años. Después, me maldijeron diciendo que era un niño exaltado que quería hacerse el interesante atrayendo la desgracia sobre la familia”.
—“¿Siempre piensa en suicidarse?”
—“Es un pensamiento que siempre está allí. Pero no, por lo menos en este momento”.
—“¿Por qué?”
—“Creo que por curiosidad, por pura curiosidad. Sólo la curiosidad, creo, me mantiene con vida.”
—“¿Cómo es eso? Otros ni siquiera son curiosos y viven sin embargo”.
—“Pero yo no estoy contra la vida”.
—“Hay quienes, en embargo, consideran sus libros como una incitación al suicidio”.
—“Sí, pero nadie me sigue. Hace quince días encontré de pronto delante de mi ventana a una mujer que me dijo que era necesario que me hablara. Dijo: Antes de que sea tarde. Le dije: ¿Usted se quiere suicidar? Me dijo: No, pero usted sí. Le dije: Vuelva a su casa. Dijo no, es necesario que entre en su casa. Le dije no, es imposible, me voy a acostar en seguida. Dijo: No tenga miedo, tengo ya un marido, no tengo intención de ir a la cama con usted... Todo esto pasaba con la ventana abierta y cuando la quise cerrar, metió el dedo entre los batientes. Le dije: le aplasto el dedo. Entonces lo retiró, cerré la ventana y me recosté. Un rato después miré para afuera, estaba todavía en el patio. Se fue en un momento cualquiera y me mandó una carta diciendo que el día tal, a la hora veinte, en el cementerio junto al portal de la derecha, me esperaría. Pero ese día no estaba yo en casa. Entonces me escribió otra carta, de dieciséis páginas, donde contaba su vida. Quería probablemente suicidarse conmigo en el cementerio.” (...)
Yo: “¿Se ríe también cuando está solo?”
—“Me ha ocurrido reír solo, pero muy raramente. No importa qué situación, puede ser la mía propia, cuando algo me parece repentinamente ridículo”.
—“¿Aun de su desesperación?”
—“Sí, también”.
(...)
—“Cuando se reflexiona demasiado todo termina por parecer idiota. Si reflexiono primero en lo que voy a escribir y me ocupo de eso demasiado tiempo, no escribo nada”.
Yo: “Sigo asombrándome de que sea tan productivo ya que es consciente de lo absurdo de la escritura. Escribe sobre lo absurdo de la vida y vive. Casi se podría creer que es una deshonestidad”.
—“Aunque fuese una deshonestidad, la cosa no cambiaría nada. El nombre que se le dé no importa en absoluto. No se sabe nunca cómo nacen las cosas realmente. Uno se sienta, es todo, y es un esfuerzo que sobrepasa nuestra capacidad y después, un día, está terminado. (...) Ni la razón ni nada que se parezca al intelecto impiden hacerlo. Se lo hace o no se lo hace, es todo.”
Yo: “¿Puede imaginarse en un estado de ánimo en el que perdiera el control de sí mismo?”
—“No, no lo pierdo nunca. Pero eso no significa nada. ¿Qué quiere oír?”
—“Que no se suicidará”.
—“Nada ni nadie está a salvo de ello (...). Existen sistemas fantásticos en los que se cree que se ha erigido algo definitivo y enorme, y un instante después, ya no queda nada de ello. Una construcción de cemento no es sino un castillo de naipes. Basta que llegue la ráfaga precisa. (...) No puedo imaginar que alguien se suicide en un estado en que se observa a sí mismo, si se supone naturalmente que no crea en una vida después de la muerte. ¿Un verdadero ateo no se ha dado muerte nunca delante de un espejo?”
Yo: ...
Bernhard: (...) No hay nada que no pueda imaginarse, porque cada hombre es perfectamente diferente. No hay tampoco filosofía que sea válida, que valga para ningún otro que para aquel que la hizo. (...) Las verdades cambian constantemente, además, en el interior mismo de la persona. El hombre vive absolutamente por nada o por todo. (...) Cada segundo es un punto de partida. Se está siempre en la situación primera, sólo que hoy existe el nailon, pero ¿qué son estas cosas? Camisas de fuerza que la humanidad se inventa para tener una vez más de qué escapar”.
Yo: “Su característica personal, escribe en la autobiografía, es la indiferencia”.
Bernhard: No es posible decir eso, así como así. Nada me es indiferente, pero es necesario que todo me sea indiferente. De otro modo la cosa no podría continuar. Es la única frase que sobre ello puedo pronunciar.
Yo: “La frase ‘quiero estar solo’ ¿es todavía verdadera?”.
—No tengo otra solución que la soledad para llegar al fin de mis días. La proximidad me mata. Pero no debo quejarme. La culpa de todo está en uno”.
Yo: “¿Existe algo que pueda eventualmente reemplazar la escritura?”
—“Nada puede ser nunca reemplazado”.
—“¿Qué haría si un día no tuviera más ideas?”
—“Esa clase de preguntas no conducen a nada. Como si le preguntara a una cantante que haría si no tuviese más voz. ¿Qué debería responder? ¿Qué cantaría aires mudos? De todos modos, cada vez que se escribe algo se cree que se acabó, que no se puede y que no se quiere más. Pero ninguna otra cosa me interesa.”
—“¿Y si encontrara mañana el gran amor?”
—“No podría impedirlo”.
---
Entrevista de André Müller (1979) –extraído de Thomas Bernhard, Tinieblas (Barcelona, 1987).***
Un fragmento de
Maestros antiguos
(.../...)
Durante esas seis semanas de encierro sólo sostuve algunas conversaciones telefónicas con el administrador de mis bienes y leí a Schopenhauer, eso me salvó probablemente, así Reger, aunque no estoy seguro de si es acertado haberme salvado, probablemente, así Reger, hubiera sido mejor no haberme salvado, haberme matado. Pero la verdad es que sólo el hecho de que, en relación con el entierro, hubiera tenido que hacer tantas gestiones, no me dejó tiempo para matarme. Si no nos matamos enseguida, la verdad es que no nos matamos ya, eso es lo espantoso. Tenemos el deseo de estar muertos exactamente como nuestro ser querido, pero sin embargo no nos matamos, pensamos en ello, pero no lo hacemos, dijo Reger. Curiosamente, en esas seis semanas no soportaba ninguna clase de música, ni una sola vez me senté al piano, una vez, con el pensamiento, hice un intento con un pasaje de El clave bien temperado, pero renuncié inmediatamente a ese intento, no fue la música lo que me salvó en esas seis semanas, fue Schopenhauer, una y otra vez unas líneas de Schopenhauer, así Reger. Tampoco fue Nietzsche, sólo Schopenhauer. Me sentaba en la cama y leía unas líneas de Schopenhauer y reflexionaba sobre ellas y volvía a leer unas frases de Schopenhauer y reflexionaba sobre ellas, así Reger. Después de cuatro días de sólo beber agua y leer a Schopenhauer, comí por primera vez un pedazo de pan, que estaba tan duro que tuve que cortarlo de la hogaza con un hacha de cortar carne. Me senté en el taburete de la ventana del lado de la Singerstrasse, ese espantoso asiento de Loos, y miré abajo a la Singerstrasse. Figúrese, finales de mayo y había una ventisca de nieve, dijo. Me espantaban los hombres. Los contemplaba desde el piso, allí abajo en la Singerstrasse, yendo de un lado a otro, bien forrados de prendas de vestir y de comestibles, y me daban asco. Pensé, no quiero volver con esos hombres, no con esos hombres y al fin y al cabo no hay otros, así Reger. Mientras miraba abajo a la Singerstrasse tuve conciencia de que no había otros hombres que los que iban de un lado a otro allí abajo en la Singerstrasse. Miraba abajo a la Singerstrasse y aborrecía a aquellos hombres y pensaba, no quiero volver con esos hombres, así Reger. A esa bajeza y esa mezquindad no quiero volver, me dije, así Reger. Saqué varios cajones de varias cómodas y miré en ellos y cogí una y otra vez fotografías y escritos y correspondencia de mi mujer y los fui poniendo sobre la mesa y lo fui mirando poco a poco todo, mi querido Atzbacher, como soy sincero, tengo que decir que mientras tanto lloraba. De pronto dejé libre curso a mis lágrimas, hacía decenios que no lloraba y de repente dejé libre curso a mis lágrimas, así Reger. Estaba allí sentado y daba curso libre a mis lágrimas y lloraba y lloraba y lloraba, así Reger. Durante años no había llorado, no desde mi infancia, y de repente dejé libre curso a mis lágrimas, me dijo Reger en el Ambassador. Al fin y al cabo no tengo nada que esconder ni nada que callar, dijo, a mis ochenta y dos años no tengo lo más mínimo que esconder ni que callar, dijo Reger, y por lo tanto tampoco tengo que callar que, de repente, lloré a lágrima viva y una y otra vez lloré a lágrima viva, durante días enteros lloré a lágrima viva, así Reger. Estaba allí sentado y miraba las cartas que había escrito mi mujer en el transcurso del tiempo y leía las notas que había tomado en el transcurso del tiempo y lloraba a lágrima viva. Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada y más elevada y elevadísimo, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. Cuántas cosas hemos hecho a ese único ser querido, dijo Reger, en cuántos miles y cientos de miles de sufrimientos hemos precipitado a ese ser al que, más que a cualquier otro, hemos querido, cómo hemos atormentado a ese ser y, sin embargo, lo hemos querido más que a cualquier otro, dijo Reger. Cuando el ser querido por nosotros más que cualquier otro del mundo ha muerto, nos deja con horribles remordimientos, dijo Reger, con espantosos remordimientos, con los que tenemos que existir después de su muerte y en los que un día nos asfixiaremos, dijo Reger. Todos esos libros y escritos que he reunido durante mi vida y que he llevado a mi piso de la Singerstrasse, para abarrotar todas esas estanterías, no me habían servido al final de nada, mi mujer me había dejado solo y todos esos libros y escritos eran ridículos. Creemos que podemos aferrarnos entonces a Shakespeare o a Kant, pero es un error. Shakespeare y Kant y todos los demás que hemos levantado en el curso de nuestra vida como lo que llamamos Grandes nos dejan en la estacada precisamente en el momento en que los hubiéramos necesitado tanto, así Reger, no son ninguna solución para nosotros ni son para nosotros ningún consuelo, de repente sólo nos resultan repugnantes y extraños, todo lo que esos, así llamados, Grandes e Importantes, pensaron y por añadidura escribieron nos deja fríos, así Reger. Creemos siempre que podemos confiar en esos, así llamados, Importantes y Grandes, lo que sean, en el momento decisivo, es decir, en el momento decisivo para nuestras vidas, pero es un error, precisamente en el momento decisivo para nuestras vidas todos esos Importantes y Grandes y, como suele decirse, Inmortales, nos dejan solos, no nos dan más que el hecho de que también entre ellos estamos solos, abandonados a nosotros mismos en un sentido totalmente horrible, así Reger. única y exclusivamente Schopenhauer me ayudó, porque sencillamente abusé de él para mi objetivo de sobrevivir, así Reger a mí en el Ambassador. Si todos los otros, incluidos por ejemplo Goethe, Shakespeare, Kant, me repugnaban, me precipité sencillamente sobre Schopenhauer en mi desesperación y me senté con Schopenhauer en el taburete del lado de la Singerstrasse para poder sobrevivir, porque la verdad es que de repente quería sobrevivir y no morir, no seguir a mi mujer en la muerte sino quedarme ahí, permanecer en el mundo, me oye, Atzbacher, así Reger en el Ambassador. Pero naturalmente sólo tuve con Schopenhauer una oportunidad de sobrevivir porque abusé de él para mi objetivos y lo falsifiqué realmente de la forma más innoble, así Reger, al convertirlo sencillamente en un medicamento de supervivencia, lo que en realidad no es en absoluto, lo mismo que tampoco los otros que ya he nombrado. Nos confiamos durante toda la vida a los Grandes Ingenios y a los, así llamados, Maestros Antiguos, así Reger, y nos vemos luego mortalmente decepcionados por ellos, porque no cumplen su finalidad en el momento decisivo. Atesoramos los Grandes Ingenios y los Maestros Antiguos y creemos que podremos luego, en el momento decisivo de supervivencia, usarlos para nuestros fines, lo que no quiere decir otra cosa que abusar de ellos para nuestros fines, lo que resulta ser un error mortal. Llenamos nuestra caja fuerte espiritual de esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos y recurrimos a ellos en el momento decisivo para nuestras vidas; pero cuando abrimos esa caja fuerte espiritual, está vacía, ésa es la verdad, nos quedamos ante esa caja fuerte espiritual vacía y vemos que estamos solos y realmente por completo sin recursos, así Reger. El hombre atesora en todos los campos durante toda la vida y al final se encuentra vacío, así Reger, también en lo que se refiere a su patrimonio espiritual. Qué monstruoso patrimonio espiritual he atesorado, así Reger en el Ambassador, y al final me encuentro totalmente vacío.
(.../...)
Maestros antiguos, Ed. Alianza.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
6 comentarios:
lindo pa´rrancar el lunes temprano... me ha encantau
Sí, y con este sol, como diría Juan Moreira..., Irene
"Cada segundo es un punto de partida"
"Lo que nos mantiene es la tensión...Cada vez que se escribe algo se cree que se acabó, que no se puede y que no se quiere más"
Sí, eso es. Gracias, Irene
Bravo. Qué entrevista. Me leí la pentalogía autobiográfica de este tío, me encantó. Luego he probado con otras cosas de él, pero no las resisto (culpa mía).
Abrazos neorrabiosos.
Hasta pronto.
Le recomiendo, insista, "Helada". Gracias, Irene
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