viernes, 3 de abril de 2009

Detrás de ese suelo pardo-rojo hay un cielo


Cartas a Théo,
de VINCENT VAN GOGH
Fragmentos


Yo mismo no sé cómo lo pinto, acabo de sentarme con un cuadro blanco delante del sitio que me impresiona, observo lo que tengo delante de los ojos y me digo: este cuadro debe volverse algo -y me vuelvo descontento-, lo echo a un lado y después de haber reposado lo miro con cierta angustia -y sigo descontento porque tengo demasiado en el espíritu esta maravillosa naturaleza para que pueda estar contento-, pero, a pesar de eso, veo en mi obra un eco de lo que me ha impresionado, veo que la naturaleza me ha contado algo, me ha hablado, y que yo lo he anotado en estenografía.
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Los cipreses me preocupan siempre; quisiera hacer algo como las telas de los girasoles, porque me sorprende que nadie los haya hecho todavía como yo los veo.
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Acabo de pintar un paisaje en el que yo mismo estoy extasiado. Sobre una pequeña pradera, un brote de sauces rojos, y sobre ellos, un sol verde. Al frente una casa campesina, de un blanco humilde, con una pequeña ventana oscura abierta a un cielo estrellado. Yo quise dejar iluminada esa ventana, pero sólo a los hombres del mañana les será dado ver brotar de ella luz.
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Sueño con decorar mi taller con una media docena de cuadros de girasoles, una decoración en la que gamas crudas o rotas estallen sobre distintos fondos".
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«Por lo que respecta al cuadro de los que están comiendo patatas, estoy seguro de que quedará muy bien enmarcado en oro. Igualmente quedará muy bien sobre una pared cubierta de papel pintado que tenga el tono profundo del trigo maduro».
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«En mi cuadro Café nocturno he tratado de expresar que el café es un sitio donde uno puede arruinarse, volverse loco, cometer crímenes. En fin, he tratado por los contrastes de rosa tierno y del rojo sangre y borra de vino, del suave verde Luis XV y Veronés, contrastando con los verdes amarillos y los verdes azules duros, todo ésto en una atmósfera de hornaza infernal, de azufre pálido, de expresar algo así como la potencia de las tinieblas de un matadero». «...Las ideas para el trabajo me vienen en abundancia, y esto hace que aun estando aislado no tenga tiempo de pensar o de sentir; sigo pintando como una locomotora... Los estudios exagerados como El sembrador como ahora el Café nocturno, me parecen atrozmente feos y malos por lo general, pero cuando estoy emocionado por cualquier cosa, como este pequeño artículo sobre Dostoievski, entonces son los únicos que me parecen tener una significación más seria.»
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¡Uf! ... El segador está terminado; yo creo que éste será uno que guardarás para ti -es una imagen de la muerte, tal como nos habla en el gran libro de la naturaleza- pero lo que he buscado, es el «casi sonriente». Es todo amarillo, salvo unas líneas de colinas violetas, de un amarillo pálido y rubio. A mí eso me divierte, después de haberlo visto así a través de las rejas de una casa de locos».
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Es muy curioso que tú y yo parecemos a menudo tener las mismas ideas. Tanto es así que regresé ayer por la tarde con un estudio del bosque, y precisamente esta semana he estado muy preocupado por esta cuestión de la profundidad del colorido. Yo no sé si nos hemos impresionado exactamente por la misma cosa, pero sé muy bien que lo que me ha golpeado especialmente tú mismo lo habrás sentido igual y quizás visto de la misma manera.
El bosque se va volviendo ya demasiado otoñal y tiene efectos de color que sólo he encontrado muy raramente en los cuadros holandeses.
Me ocupé ayer por la tarde de un terreno cubierto de árboles, algo en pendiente y cubierto de hojas de haya apolilladas y secas. El suelo era rojo-marrón, de pronto más claro, de pronto más oscuro, a causa, principalmente, de las sombras de los árboles, que arrojaban líneas ya débiles, ya fuertes o esfumadas a medias...

Porque uno no se puede imaginar un tapiz tan admirable como este pardo-rojo profundo en el ardor de un sol del crepúsculo de otoño, atemperado por las ramas.

De ese suelo surgen las jóvenes hayas, que captan la luz de un costado y son de un verde centellante, y el lado oscuro de esos troncos es de un verde negro cálido y potente.

Detrás de esos pequeños troncos, detrás de ese suelo pardo-rojo hay un cielo, muy fino, azul-gris, cálido, casi sin azul definido, centellante. Y debajo hay un borde nebuloso de verdura y una redecilla de pequeños troncos y de flores amarillentas.
Algunas figuras de recogedores de leña vagan como conjuntos sombríos de sombras misteriosas.
Te describo la naturaleza y yo mismo no sé hasta qué punto he podido reproducirla en mi croquis, pero sé muy bien cuánto me ha impresionado por la armonía de su verde...
Sin embargo, no es gran cosa; un macizo de cedro o de ciprés en bola plantado en la hierba. Ya conoces este macizo de bola, ya tienes un estudio del jardín. El macizo de verde; algo broncíneo y variado.
La hierba es muy, muy verde.
Y el verde es de una calidad tan distinguida...
(...) Este día trascurrió como un sueño; había estado sumergido de tal modo toda la jornada en esta música punzante, que literalmente me olvidé de comer y de beber."
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Tengo además una tela de 30; jardín de otoño; dos cipreses verde botella y en forma de botella también; tres pequeños castaños de follaje tabaco y anaranjado.
Un pequeño tejo, de follaje limón pálido y tronco violeta; dos pequeños macizos,
de follaje rojo sangre y púrpura escarlata.
Un poco de arena, un poco de césped, un poco de cielo azul.

3 comentarios:

hugo luna dijo...

cuando vuelvo sobre estas cartas me recorre una savia emocionada... podría volverme verde, fecundo... salud Irene!!!

Irene Gruss dijo...

Vuelva a ellas seguido entonces, pero eso de verde..., ja, mmmmhhh. Gracias a Usted, Irene

Anónimo dijo...

esyan muii buenos los kuadros proo malisimoo el viegoooo jajajajaaaaaa

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char