domingo, 25 de septiembre de 2011

Me quedé sin nube

DELFINA TISCORNIA, In Memoriam
(Buenos Aires, Argentina, 1966-En 1996 se quitó la vida)

Hija y bisnieta de escritores (Lucía Gálvez, Delfina Bunge y Manuel Gálvez). Tuve el honor de que participara en mi taller. Colaboró en diarios y revistas de Buenos Aires y del interior del país. En 1993 publicó su primer libro de poemas, Equivocación del paisajeMientras la noche avanza, 1997, es de publicación póstuma.
El 1° de junio de 1996 se quitó la vida.

"No hay conflictos en mi escritura, no hay poesía
objetiva del dolor, por tanto no seré poeta sino convaleciente catártica."

Equivocación del paisaje

Hoy es trece, creo
y abajo todo espera:
la sierra es un cartón deshabitado.
Un pájaro termina de deshacer la tarde,
sombra contra sombra en un frío espejo de agua,
asombrado tal vez de su propio silencio.

Todo el paisaje se quiebra
como resaca de aguardiente,
líneas duras
se abren paso entre franjas de cielo y polvo,
líneas cavadas por una mano infinitamente terca
que tal vez quiso aliviar el espacio
de la costumbre del vacío,
o se dejó llevar, blandamente,
en un sueño de vino oscuro y secreto
y trazó su contorno,
su dolorosa imagen.

Aquí y allá la tierra está partida
mitad respiración, mitad ceniza.
Un viento desparejo anuda la montaña a su altura,
como un monstruoso corazón de piedra.
Esta quietud meticulosa
se me enreda en los dedos: el aire es otro cuerpo
dejándose caer sobre mis hombros.

Y soy un animal
que espera la música del agua
doblado en la cruz de su piel y sus huesos,
arrojado al final de la tarde
como una equivocación del paisaje.

La Cumbrecita, 1989
***

El pie palpa la alfombra como un gato rosado
y el reloj mira las copas vacías,
el dedo de vino en la botella.

Los rostros pesan en las caras;
las bocas son peces ahogándose en el aire.
El brillo de una alhaja,
el galope suntuoso de los dados antiguos
enhebran un ritmo de señales.

Madera de otro tiempo, espadas y cortinas:
atraviesa la noche
el pálido fantasma de la luna.
La casa cobija a los insomnes,
vieja y segura como una madre judía.

Las horas no pasan,
se amontonan como pesadas bolsas
a un costado del tablero negro y blanco.

Nada hace falta y nada ocurre,
las preguntas dobladas como servilletas
en un oscuro cajón de la vajilla.
Podría pasar la muerte sin ser vista,
sin quebrar
el juego.

Éste es el paraíso,
un acuerdo sin miedo y sin deseo,
una partida de dados infinita
al costado del tiempo.

1995 (De Mientras la noche avanza)
***
Más acá, por favor


Me quedé sin nube
fuera de todo, hasta de la lluvia.
Desde aquí alcanzo a ver tu silueta
pateando latas y puteando al perro.

Qué rara paz;
este estar abierto y sin deseos
como una ameba boba
fundido en el todo o en la nada,
da lo mismo.

Ah, qué prisa llevan allá abajo,
si supieran
no serían capaces de reírse de sí mismos
por creerse más necesarios que una hormiga.

Bueno, mantengo el vicio del lenguaje
todavía.

Así que de esto se trataba
tanto misterio
y luego del zarpazo final
la calma chicha
(y unos cuantos descontentos,
como en todos lados).
Pero hay algo, un detalle
que debo confesarte
y me avergüenza,
lo que realmente añoro
es aquella increíble idea de un dios
patentador y responsable de este insípido quilombo
que aliviaba mis noches
cuando vivía allá abajo.

(1995)

5 comentarios:

Unknown dijo...

Un placer leer estos versos otra vez. Delfina fue una gran amiga y hasta el día de hoy me duele su partida.
Saber que está viva en el recuerdo y en las palabras que dejó ayuda a que la pérdida sea menos cruel.

Irene Gruss dijo...

Gracias por pasar, Georgina. Va mi abrazo, Irene

ALBIN dijo...

me encantó esta poeta, parece que describiera la cotidianeidad haciendo uso de todas las armas de la poesía, ¿será eso la genialidad?

Irene Gruss dijo...

No lo sé pero es buena poeta, sí. Gracias por pasar, Arlane; Irene

Unknown dijo...

Georgina , fuiste (sos amiga ) de Delfina . Cuántas anécdotas tendrás . Amo su Poesía !!! Saludos.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char