domingo, 1 de noviembre de 2009
Soy puerto para el bien y para el mal
Leyendo poemas de
WALT WHITMAN y otros textos
(EE.UU., 1819-1892)
1
Yo me celebro y yo me canto,
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te
pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta
tierra, con este aire,
Nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo
mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con
salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.
Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás ;
me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin
cuidarme de riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.
***
2
Las casas y las habitaciones están llenas de fragancia
los armarios cargados de fragancia,
Yo aspiro la fragancia, la reconozco y me gusta,
El aroma me embriagaría, pero no lo permitiré.
El aire no es un aroma, no huele a nada.
Desde el principio ha sido destinado para mi boca,
estoy enamorado de él. Iré a la ribera junto al bosque, me quitaré el disfraz
y quedaré desnudo,
Me enloquece el deseo de que el aire toque todo
cuerpo.
El vaho de mi aliento,
Ecos, ondulaciones, roncos susurros, raíz de
amaranto, hilo de seda, horca y vid.
Mi aspiración y mi espiración, el latido de mi pecho, el
paso de la sangre y del aire por mis pulmones,
El olor de las hojas verdes y de las hojas secas, y de
la ribera y de oscuras rocas marinas, y del heno
del granero,
El áspero sonido de las palabras en mi boca que se
pierden en los remolinos del viento,
Un beso fugaz, un abrazo, los pechos que se buscan.
El juego de luz y de sombra sobre los árboles y el
movimiento de la rama flexible,
El goce de estar solo o en la agitación de las calles,
o por los campos o en la ladera de las colinas,
La sensación de la salud, la plenitud, del medio día, mi
canto al levantarme de la cama y saludar al sol.
¿Has creído que mil hectáreas son muchas? ¿Has
creído que la tierra es mucha?
¿Te ha costado tanto aprender a leer?
¿Te enorgullece comprender el sentido de los poemas?
Quédate conmigo este día y esta noche y serás dueño
del origen de todos los poemas,
Serás dueño de los bienes de la tierra y del sol (aún
quedan millones de soles),
Ya no recibirás de segunda o de tercera mano las
cosas, ni mirarás por los ojos de los muertos, ni
te alimentarás de los espectros de los libros,
Tampoco mirarás por mis ojos, ni aceptarás lo que te
digo,
Oirás lo que te llega de todos lados y lo tamizarás.
Traducción de Jorge Luis Borges
***
18.
Con estrépitos de músicas vengo,
con cornetas y tambores.
Mis marchas no suenan solo para los victoriosos,
sino para los derrotados y los muertos también.
Todos dicen: es glorioso ganar una batalla.
Pues yo digo que es tan glorioso perderla.
¡Las batallas se pierden con el mismo espíritu que se ganan!
¡Hurra por los muertos!
Dejadme soplar en las trompas, recio y alegre, por ellos.
¡Hurra por los que cayeron,
por los barcos que se hundieron el la mar,
y por los que perecieron ahogados!
¡Hurra por los generales que perdieron el combate y por todos los héroes
vencidos!
Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes mas
grandes de la Historia.
Versión de León Felipe
***
32.
Creo que podría volverme a vivir con los animales.
¡Son tan plácidos y tan sufridos!
Me quedo mirándolos días y días sin cansarme.
No preguntan,
ni se quejan de su condición;
no andan despiertos por la noche,
ni lloran por sus pecados.
Y no me molestan discutiendo sus deberes para con Dios...
No hay ninguno descontento,
ni ganado por la locura de poseer las cosas.
Ninguno se arrodilla ante los otros,
ni ante los muertos de su clase que vivieron miles de siglos
antes que él.
En toda la tierra no hay uno solo que sea desdichado o venerable.
Me muestran el parentesco que tiene conmigo,
parentesco que acepto.
Me traen pruebas de mi mismo,
pruebas que poseen y me revelan.
¿En dónde las hallaron?
¿Pasé por su camino hace ya tiempo y las dejé caer sin darme cuenta?
Camino hacia delante, hoy como ayer y siempre,
siempre mas rico y mas veloz,
infinito, lleno de todos y lo mismo que todos,
sin preocuparme demasiado por los portadores de mis recuerdos,
eligiendo aquí solo a aquel que más amo y marchando con {el en un abrazo
fraterno.
Este es un caballo. ¡Miradlo!
Soberbio,
tierno,
sensible a mis caricias,
de frente altiva y abierta,
de ancas satinadas,
de cola prolija que flagela el polvo,
de ojos vivaces y brillantes,
de orejas finas,
de movimientos flexibles...
Cuando lo aprisionan mis talones, su nariz se dilata,
y sus músculos perfectos tiemblan alegres cuando corremos en la pista...
pero yo sólo puedo estar contigo un instante.
Te abandono, maravilloso corcel.
¿Para qué quiero tu paso ligero si yo galopo más deprisa?
De pie o sentado, corro más que tú.
Versión de León Felipe
***
24.
Walt Whitman, un cosmos, el hijo de
Manhattan,
turbulento, carnal, sensual, comiendo,
bebiendo y procreando,
no es un sentimental, no mira desde
arriba a los hombres y mujeres ni se
aparta de ellos,
no es más púdico que impúdico.
¡Quitad los cerrojos de las puertas!
¡Quitad las puertas mismas de sus quicios!
Quien degrada a otro me degrada a mí,
y todo lo que hace o dice vuelve a la postre a mí.
La inspiración mana y mana de mí,
me recorren la corriente y el índice.
Pronuncio la contraseña primordial,
doy la señal de la democracia,
nada aceptaré, ¡lo juro!, si los demás
no pueden tener su equivalente
en iguales condiciones.
Voces desde hace largo tiempo
enmudecidas me recorren,
voces de interminables generaciones
de cautivos y de esclavos,
voces de enfermos y desahuciados,
de ladrones y de enanos,
voces de ciclos de gestación
y de crecimiento,
y de los hilos que conectan las estrellas,
y de los úteros y de la savia paterna,
y de los derechos de los pisoteados,
de los deformes, vulgares, simples,
tontos, desdeñados,
niebla en el aire, escarabajos que
empujan bolitas de estiércol.
Voces prohibidas me recorren,
voces de sexo y lujuria,
veladas voces cuyo velo aparto,
voces indecentes por mí purificadas
y transfiguradas.
No me tapo la boca con la mano,
trato con igual delicadeza
a los intestinos que a la cabeza
y el corazón,
la cópula no es para mí más grosera
que la muerte.
Creo en la carne y en los apetitos,
y cada parte, cada pizca de mí
es un milagro.
Divino soy por dentro y por fuera, y
santifico todo lo que toco o me toca,
el aroma de estas axilas es más
hermoso que una plegaria,
esta cabeza más que los templos,
las biblias y todos los credos.
Versión de León Felipe
***
Cuando escuché al docto astrónomo...
Cuando escuché al docto astrónomo,
cuando me presentaron en columnas
las pruebas y guarismos,
cuando me mostraron las tablas y diagramas
para medir, sumar y dividir,
cuando escuché al astrónomo discurrir
con gran aplauso de la sala,
qué pronto me sentí inexplicablemente
hastiado,
hasta que me escabullí de mi asiento y
me fui a caminar solo,
en el húmedo y místico aire nocturno,
mirando de rato en rato,
en silencio perfecto a las estrellas.
Versión de Leandro Wolfson
***
LO QUE SOY DESPUÉS DE TODO
¿Qué soy, después de todo, más que un
niño complacido con el sonido
de mi propio nombre? Lo repito una y otra
vez,
Me aparto para oírlo -y jamás me canso de
escucharlo.
También para ti tu nombre:
¿Pensaste que en tu nombre no había otra
cosa que más de dos o tres inflexiones?
***
¡OH CAPITÁN, MI CAPITÁN...!
¡Oh Capitán, mi Capitán!
Nuestro espantoso viaje ha terminado,
el navío ha salvado todos los escollos,
hemos ganado el anhelado premio,
Ya llegamos a puerto, ya oigo las campanas, ya el
pueblo entero acude gozoso y te aclama,
Los ojos siguen la firme quilla del navío resuelto y audaz,
Mas ¡oh corazón, mi corazón, mi corazón!
No ves las rojas gotas sangrantes que caen lentamente allí,
en el puente, donde mi capitán
yace extendido y muerto.
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las campanas.
Levántate. Es por ti que izan las banderas. Es por ti que suenan los clarines.
Son para ti estos ramilletes y esas guirnaldas engalanadas.
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes,
es hacia ti que se alzan tus clamores, que se vuelven sus almas y rostros anhelantes.
¡Ven Capitán! ¡Querido padre!
¡Deja pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser, sin duda, un sueño que yazgas sobre el puente.
Extendido, helado, muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles;
mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
la nave, sana y salva, ha arrojado el ancla; su travesía ha concluido.
¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje!
¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!
Mas yo con pasos fúnebres,
recorro la cubierta donde mi Capitán
yace extendido, helado, muerto.
***
Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.
Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas,
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase,
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.
De Hojas de Hierba
Versión de León Felipe
***
Fragmentos del prólogo para su traducción de Hojas de hierba:
Quienes pasan del deslumbramiento y del vértigo de "Hojas de hierba" a la laboriosa lectura de cualquiera de las piadosas biografías del escritor, se sienten siempre defraudados. En las grisáceas y mediocres páginas que he mencionado, buscan al vagabundo semidivino que les revelaron los versos y les asombra no encontrarlo. Tal, por lo menos, ha sido mi experiencia personal y la de todos mis amigos. Uno de los propósitos de este prólogo es explicar, o intentar una explicación, de esa desconcertante discordia.
Dos libros memorables aparecieron en Nueva York el año 1855, ambos de índole experimental, ambos muy distintos. El primero, inmediatamente famoso y ahora relegado a las antologías escolares o a la curiosidad de los eruditos y de los niños, fue el "Hiawatha" de Longfellow. Éste quiso donar a los pieles rojas que habían habitado New England una epopeya profética y mitológica en lengua inglesa. En pos de un metro que no recordara los habituales y que pudiera parecer aborigen, recurrió al Kalevala finlandés que había forjado - o reconstruido - Elías Lönnrot. El otro libro, entonces ignorado y ahora inmortalizado, que fue "Hojas de hierba".
He escrito que los dos eran distintos. Innegablemente lo son. "Hiawatha" es la obra meditada de un buen poeta que ha explorado las bibliotecas y que no carece de imaginación y de oído; "Hojas de hierba", la inaudita revelación de un hombre de genio. Las diferencias son tan notorias que resulta increíble que ambos volúmenes fueran contemporáneos. Un hecho, sin embargo, los une: los dos son epopeyas americanas.
América era entonces el símbolo famoso de un ideal, ahora un tanto gastado por el abuso de las urnas electorales y por los elocuentes excesos de la retórica, aunque millones de hombres le hayan dado, y sigan dándole, su sangre. El orbe entero tenía puestos los ojos en América y en su "atlética democracia". Bajo el influjo de Emerson, que de algún modo siempre fue su maestro, Whitman se impuso la escritura de una epopeya de ese acontecimiento histórico nuevo: la democracia americana. No olvidemos que la primera de las revoluciones de nuestro tiempo, la que inspiró la revolución francesa y las nuestras, fue la de América y que la democracia fue su doctrina.
¡Cómo cantar de un modo condigno esa nueva fe de los hombres! Había una respuesta evidente; la que hubiera elegido, tentado por las facilidades de la retórica o por la mera inercia, casi cualquier otro escritor. Urdir laboriosamente una oda o tal vez una alegoría, no desprovista de interjecciones vocativas y de letras mayúsculas. Whitman, felizmente, la rechazó.
Pensó que la democracia era un hecho nuevo y que su exaltación requería un procedimiento no menos nuevo.
He hablado de epopeya. En cada uno de los modelos ilustres que el joven Whitman conocía y que llamó feudales, hay un personaje central -Aquiles, Ulises, Eneas, Rolando, El Cid, Sigfrido, Cristo- cuya estatura resulta superior a la de los otros, que están supeditados a él. Esta primacía, se dijo Whitman, corresponde a un mundo abolido o que aspiramos a abolir, el de la aristocracia. Mi epopeya no puede ser así; tiene que ser plural, tiene que declarar o presuponer la incomparable y absoluta igualdad de todos los hombres. Semejante necesidad parece conducir fatalmente a un mero fárrago de la acumulación y del caos; Whitman, que era un hombre de genio, sorteó prodigiosamente ese riesgo. Ejecutó con felicidad el experimento más audaz y más vasto que la historia de la literatura registra.
[...]
En algún verso de su libro, Whitman recuerda telas medievales con muchos personajes, algunos aureolados y preeminentes, y declara que se propone pintar una tela infinita, poblada de infinitos personajes, todos con sus aureolas. ¿Cómo ejecutar semejante hazaña? Él, increíblemente, lo hizo.
Necesitaba, como Byron, un héroe, pero el suyo, símbolo de la populosa democracia, tenía que ser innumerable y ubicuo, como el disperso Dios de los panteístas. Elaboró una extraña criatura que no hemos acabado de entender y le dio el nombre de Walt Whitman. Esa criatura es de naturaleza biforme; es el modesto periodista Walter Ehitman, oriundo de Long Island, que algún amigo apresurado saludaría en las aceras de Manhattan, y es, asimismo, el otro que el primero quería ser y no fue, un hombre de aventura y de amor, indolente, animoso, despreocupado, recorredor de América. Así, en alguna página de su obra, Whitman nace en Long Island; en otras, en el Sur. Así, en una de las piezas más auténticas del "Canto de Mí Mismo", refiere un episodio heroico de la guerra de México y dice haberlo oído contar en Texas, donde no estuvo nunca. Así, declara haber sido testigo de la ejecución del abolicionista John Brown. Los ejemplos podrían multiplicarse abrumadoramente; casi no hay página en que no se confundan el Whitman de su mera biografía y el Whitman que anhelaba ser y que ahora es, en la imaginación y en el afecto de las generaciones humanas.
Whitman ya era plural; el autor resolvió que fuera infinito. Hizo del héroe de "Hojas de hierba" una trinidad; le sumó un tercer personaje, el lector, el cambiante y sucesivo lector. Éste ha tendido siempre a identificarse con el protagonista de la obra; leer Macbeth es de algún modo ser Macbeth. Whitman, que sepamos, fue el primero en aprovechar hasta el fin, hasta el interminable y complejo fin, esa identificación momentánea. Al principio recurrió al diálogo; el lector conversa con el poeta y le pregunta qué oye y qué ve o le confía la tristeza que siente por no haberlo conocido y querido. Whitman responde a sus preguntas:
"Estos son en verdad los pensamientos de todos los hombres
en todas las épocas y países; no son originales míos.
Si no son tan tuyos como míos, son nada o casi nada,
si no son el enigma y la solución del enigma, son nada,
si no son tan cercanos como lejanos, son nada.
Esta es la hierba que crece donde hay tierra y hay agua,
este es el aire común que baña el planeta."
Innumerables son los que han imitado, con éxito diverso, la entonación de Whitman: Sandbourg, Lee Masters, Maiakovski, Neruda... Nadie, salvo el autor del inextricable y ciertamente ilegible "Finnegans Wake", ha vuelto a acometer la creación de un personaje múltiple. Whitman, insisto, es el modesto hombre que fue desde 1819 y hasta 1892 y el que hubiera querido ser y no acabó de ser y también cada uno de nosotros y de quieren poblarán el planeta.
Mi conjetura de un triple Whitman, héroe de su epopeya, no se propone insensatamente anular, o de algún modo disminuir, lo prodigioso de sus páginas. Antes bien, se propone su exaltación. Tramar un personaje doble y triple y a larga infinito, pudo haber sido la ambición de un hombre de letras meramente ingenioso; llevar a feliz término ese propósito es la proeza no igualada de Whitman. En una polémica de café sobre la genealogía del arte, sobre los diversos influjos de la educación, de la raza y del medio ambiente, el pintor Whistler se limitó a decir: "Art happens" (el arte sucede), lo cual equivale a admitir que el hecho estético es, por esencia, inexplicable. Así lo comprendieron los hebreos, que hablaban del Espíritu; así los griegos, que invocaban la musa.
En cuanto a mi traducción... Paul Valéry ha dejado escrito que nadie como ejecutor de una obra conoce a fondo sus definiciencias; pese a la superstición comercial de que el traductor más reciente siempre ha dejado muy atrás a sus ineptos predecesores, no me atreveré a declarar que mi traducción aventaje a las otras. No las he descuidado, por lo demás.
[...]
El idioma de Whitman es un idioma contemporáneo; centenares de años pasarán antes que sea una lengua muerta. Entonces podremos traducir y recrearlo con plena libertad, como Jáuregui lo hizo con la "Farsalia", o Chapman, Pop y Lawrence con la "Odisea". Mientras tanto, no entreveo otra posibilidad que la de una versión como la mía, que oscila entre la interpretación personal y el rigor resignado.
Un hecho me conforta. Recuerdo haber asistido hace muchos años a una representación de Macbeth; la traducción era no menos deleznable que los actores y que el pintarrajeado escenario, pero así a la calle dehecho de pasión trágica. Shakespeare se había abierto camino; Whitman también lo hará.
Jorge Luis Borges
Buenos Aires, 19 de junio de 1969.
**
Fragmentos de Habla Walt Whitman (Pre-Textos). (una selección de frases del poeta en sus últimos años en Camden, procedentes de libros de conversaciones con él. Dicha selección y la traducción son del poeta venezolano Rafael Cadenas.)
-Yo no aprecio la literatura como profesión. Respecto a ella siento lo que Grant sentía respecto a la guerra. Él odiaba la guerra. Yo odio la literatura.
-Creo en todo eso –en el béisbol, en los picnics, en la libertad: creo en el tiempo de las fiestas sin los clérigos y sin la policía.
-Es maravilloso, si se piensa en ello, cuánto de un hombre se centra en su vientre: el vientre es la fuerza irradiante que distribuye vida.
-Qué felicidad reside en los pies y las rodillas, cuánto depende de nuestros poderes de locomoción.
-Hace muchos años tuve una trifulca por defender a la reina –y había ingleses presentes también. Pero en mi filosofía –en los significados de fondo de Hojas de hierba– hay puesto para todos. Y yo, por mi parte, no sólo incluyo anarquistas, socialistas, qué sé yo, sino también reinas, aristócratas.
-Debo proceder ociosamente, como si tuviera todo el tiempo que existe.
-Dudo que sea factible la fotografía a color. ¿Cómo podrá lograrse alguna vez? Parece que hay dificultades técnicas insuperables en el camino. Sin embargo, ¿cómo podemos dudar de algo en esta época?
-No espero que la política renueve a la política: lo espero de fuerzas que están fuera de ella.
-Qué despreciable es el entusiasmo del votante, su triste, afligente, enfermante parloteo sobre “mi candidato”, “mi candidato”, “mi candidato”. Nuestra política necesita un gran impulso que la levante a un plano más alto.
-Cada hombre cree que soy radical a su manera; supongo que lo soy, pero no soy radical sólo a su manera.
-Queremos hombres; hombres, un mundo de hombres, hombres vertebrales.
-Mucho de lo que pasa por habilidad en los negocios es sólo brutalidad. No olviden eso, ustedes, amos: ustedes no son tan malditamente listos como piensan; son sólo vulgares, crueles, inmorales, eso es todo, eso es todo.
-No soy un lector constitucional: no me aplico a leer en la forma usual. He leído, sin duda, pero después de todo eso no ha sido lo principal para mí.
-El misterio no es la negación de la razón sino su honesta confirmación: la razón, en verdad, conduce inevitablemente al misterio, pero como usted sabe, misterio no es superstición: misterio y realidad son las dos mitades de la misma esfera.
-Yo hiervo, me quemo, pero con frecuencia mantengo la boca cerrada. Me muevo con lentitud, no me doy prisa ni en mis rabietas. Mis pasiones están listas para la acción, pero bueno, hay muchos peros.
-Nuestros ideales modernos de lo que constituye una cara bonita son despreciables.
**
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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