miércoles, 2 de septiembre de 2009
¿Qué reloj de cucú, qué mirlo en jaula?
Unos pocos poemas de MARIO JORGE DE LELLIS
y otras cosas
(Buenos Aires, Argentina, 1922-1966)
CANTO A LOS HOMBRES DEL PAN DURO
Nacen, se reproducen, después mueren.
De cobre son y el cobre los golpea.
Llevan de cobre el corazón y la camisa.
Llevan de cobre las mujeres recias.
Llevan de cobre el ojo y los abuelos.
De cobre son y suenan.
Nacen, se reproducen, después, mueren.
Y es de cobre el vapor del caldo escaso,
de cobre el duro tálamo, la higuera,
el defendible hinojo,
la charla sobre el pan, el hasta cuándo,
las mesas de hule roto, la impaciencia
por ver caras alegres, frutillas, casas propias,
amigos bajo el sol, bajo la siesta.
Nacen, se reproducen, después, mueren.
Fueron cadetes de la industria,
albañiles de andamios,
fabricantes de cosas inútiles modernas,
paladines del aire y del martillo,
fregadores de pisos, humo de chimeneas.
Nacen, se reproducen, después mueren.
¿Quién obtuvo sus sangres?
¿Quién destinó sus vértebras?
¿Quién los puso de gallos en la aurora
caminando y gritando, pateando y acatando,
hirviéndoles la sangre compañera?
Yo los he visto hastiados hasta decir no quiero,
los he visto matando en frigoríficos,
matando en primaveras
en que todo nacía sin motivo aparente
como nacen las flores;
lo he visto con bolsas,
moverse, trabajando, cuando era
la hora de comer,
la hora egregia del amor y del descanso;
los he visto trepados a las torres,
trepados a las viejas torres,
dándoles cal, charlando con los ángeles,
mirando un punto de la tierra,
un solo punto vivo
al cual pertenecían
y por el cual hilaban sus días, sus esencias.
Los he visto volviendo a sus hogares
con la honradez al hombro, mirándose las piernas,
detallándose niños y costumbres,
algunas cosas que suceden,
pisándose las huellas,
hollándose los marzos, los octubres,
los panes sin almuerzo, las amargas cosechas
del frío, las amargas recolecciones para otros
y las amargas siembras
del cobre que resuena en el alma
como un gran acordeón tocando a fiesta.
Yo sé que nacen, sí.
Yo sé: se reproducen. Yo sé: se mueren.
Sé que suenan a cobre, sé que suenan
a rasgadoras fiebres, a pan hermoso y triste.
Tienen hijos de cobre, muy sonoros;
tienen mujeres recias,
cigarrillos baratos en los dedos,
hondas causas vitales manchando sus ojeras.
Están aquí y allá.
Suenan, resuenan.
Son de una gama gris.
Andan y trepan.
Naturalmente cobres, naturalmente solos,
tienen el sol cerrado sobre la mano abierta.
Y un día caen trizados por el tiempo,
con unos ojos amplios hacia el norte
y un pan duro indicando sus presencias.
Son esos hombres duros como el cobre.
Suenan, resuenan.
***
CANTO A LOS HOMBRES DEL PAPEL SELLADO
Uno los ve fundamentales, tristes,
palideciendo al puro contacto con las rosas
con larga urbanidad prolijamente seca,
ojo de gancho duro, talonarios,
y aroma de calas siguiéndoles las muertes,
y un impecable estar adentro de la ley
como al fondo de un sótano marino.
Uno los ve con corbatas y gominas,
electores correctos,
fanatizados cuerpos bajo el saco,
inmóviles, de negro, cerrando abriendo puertas,
decreciendo en constante pulso inútil.
Uno los ve al margen de las cosas vivas,
hazmerreíres serios,
impermeabilizados.
Uno quisiera alzarlos hasta las lentas noches
donde duele la acacia y las lunas varían
de acuerdo al pensamiento;
uno quisiera alzarlos hasta el salado sitio de los mares
donde navega en busca de occidentes
el leve calamar o la gaviota;
uno quisiera despertarlos, acaudillarlos,
llevarlos al jilguero, a la harina,
al quiróptero hundido entre las sombras
de las malditas casas,
a la dulce majada renovada en el muy blanco sur,
al taller con muchachas que se asoman al día
sonriendo sus cansancios,
al gangoso impedido en una esquina,
al tañido violín, a la metáfora,
al viento y al cereal y al perejil
y a las más altas cumbres y a la niebla.
Uno quisiera incluso concederles un poco de horizonte,
un dorso de sus días, un quiosco entre las nubes,
un extraño país con calabazas,
con altos cuellos de ocas investigando lluvias.
Puesto que no verán este fanal del mundo, de los hombres,
de las tallas auténticas,
de la lana abrigándonos las carnes del invierno,
del mar impenetrable penetrando
en un ritmo de ojos y palomas.
No sentirán ciprés, abeja, río,
no sentirán amor tendido como un tierno animal
buscándose en los dedos,
ni una impalpable vida funcionando en los latidos mínimos.
Uno quisiera incluso que supieran,
que se fueran con vientos por el mapa
como nos fuimos todos los raros mensajeros
del aire y de las cosas.
Pero siguen allí, fundalmente, tristes,
cumpliendo sus deberes,
oxidando sus caras poco a poco,
con acalambramiento amargo entre los dedos,
sin saber por qué son, sin comprender tampoco
que inevitablemente terminarán nutridos de materia.
Duros. Solos.
Extraído de CANTOS HUMANOS, Colección "Ventana de Buenos Aires", Bs. As., 1956.
***
Roberto Arlt
Para él no fue el ágape, la peña, el capellán,
el afrancesamiento afeminado,
ni el suplemento azul de los domingos,
ni los señores dulces biselados.
Tuvo una cara de color de loco.
tuvo una flauta de color estaño.
Trepaba a los tranvías,
andaba sin amor, sin pasamano,
filípica en el gesto,
virulencia en la mano.
Loqueó su cara de color de loco.
Tocó su flauta de color estaño.
Pescaba encanallados mercaderes,
blenorrágicos puros, metodistas,
lesbianas, sueños desarticulados,
incorregibles viejas con olor a cama,
incestuosos contentos, parricidas,
burdeles con sabor a llanto.
Blasfemó y escribió.
Con todo el corazón, todo el cansancio.
Capítulo a capítulo nos describió la piel,
nos mostró gorrioneras de hambre flaca, largos
galpones duros donde el dolor dolía,
Buenos Aires cayéndose sonámbulo.
Encajonó verdad, refrigeró la muerte.
Fumó el pucho porteño, tomó su trago.
Con su cara de loco se fue un día.
Con su flauta tocó todo el estaño.
***
Tranvía 14
Muy solo en este viejo tranvía tan catorce
me prolongué hasta ti, como un amigo.
Daban las dos de la mañana
(en otro tiempo el vigilante de Salguero estaba ya dormido).
Daban las dos de la mañana
(la 104 se estrenaba su arpege y su vestido).
Daban las dos de la mañana
(un recuerdo bebía de su copa en un rincón del Gildo).
***
Puente Bustamante
Pasabas tú, bajando, tú
y un nolopienses dicho hasta tu alma
y lluvias en esquinas y mateos
y finales tan dulces como las rosas dadas.
Pasaba el puente mismo,
el morirse en las vías, el despedirse en humo
y voz entrecortada
y pasaba palermo, pringles, barrios pobres,
felices por el pie de tu zapato y el calor de tu cara.
Te decía que no
y te miraba.
***
Valentín Gómez 3887 - 2° E
Cuántas veces yendo y viniendo en torno a lo que amamos,
más libres que este raro olor a lino,
más próximos, más justos o acaso
más injustos
por pretender bajar la luna a nuestras manos
más comunes a todo
sin festejos de sábados
sin elegantes formas, sin pañuelos
diciendo adioses falsos
acá estamos, acá
yendo y viniendo, entre un café y un trago,
muy simples, muy amigos,
dolidos y sonrientes, afectuosos, conversando
de largas cosas vivas.
La puerta siempre abierta para Almagro.
***
El sillón
Mañana gris y nadie quiere recogerte.
Junto al cordón de la vereda,
tu bordadura de años, tus escombros.
¿Quién descansó allí?
¿Qué fatiga encorvada de horno y pala?
¿Qué romántico amor caridolente
en tus primeras lunas de folletín y arpa?
¿Mi madre, con su rostro de hortensia entre las nubes?
(En las horas de siesta le gustaba
quedarse en una sala con retratos)
¿Mi abuelo? ¿O el primer gringo amigo de mi abuelo,
aquel que ahorraba moneditas para comprar postales?
Y en las veladas de peinetón y polca,
¿qué tornadizo azul torneado
coqueteó en tu estrechez de nido de abanicos?
¿Y qué cosas tuviste cerca tuyo?
¿Qué reloj de cucú, qué mirlo en jaula,
qué pecíolo rojo, qué digno piano?
¿Qué reliquia clavada en la pared
te miró tanto tiempo con los ojos sonámbulos?
¿Qué torreones de sueños se veían
desde tu sitio? ¿Qué pesares borrados?
Mi madre no desconoció tu historia.
Cuando yo te llevé, se sonreía.
Una sonrisa llena de pasado.
Mañana gris y nadie quiere recogerte.
Todo tu tiempo ha terminado.
(De Hombres del vino, del álbum, del corazón)
***
***
Carta de De Lellis a un amigo cubano (1945):
«Mi vida, amigo Bernal, se sucede invariablemente en noches alargadas por el grupo cálido de amigos, bebedores todos ellos, los cuales tanto atacan con un tema literario, musical o plástico como con temas de política, carreras de caballos, anécdotas donjuanescas, recordaciones de borrachos, burlas hechas a la policía -a la cual no se le estima mucho-, y cuando el vino se sube a la testa son los primeros en irrumpir con cantos tristes o alegres. He sido siempre enemigo de la cosa estudiada, de las reuniones tipo 'peñas', de los intelectuales que llevan de antemano el tema que van a tratar. Prefiero la gente que, teniendo encima verdaderos problemas económicos, sentimentales y hasta literarios (que son frecuentes en esta ciudad grande, de buena comida, pero de poco aire) viven tratando de ahogarlos con la charla trivial, ligera, pero humana. Es todo lo que he pedido a los hombres: ser humanos. Me resulta mucho más interesante escuchar el relato de una mujer cualquiera que prestarle oídos a una 'profesora de filosofía y letras' que viva atada a esa nueva fiebre de existencialismo que ha despertado Sartre.»
***
Retrato de Mario Jorge de Lellis por Carlos Alonso
Vi a De Lellis en su lecho de muerte, transido por un cáncer de piel. Antes, cuando todavía la enfermedad no había obrado su infinita crueldad, hablamos largamente durante un atardecer en su casa del barrio de Almagro. Me regaló todos sus libros, desde aquellos "cultos" del principio, hasta aquellos en que De Lellis halló su propia palabra. Recuerdo como si estuviera viendo estas letras que, cansado y harto de dedicatorias, en los dos últimos puso "este libro también es de Patiño". Y recuerdo que en la última visita que le hicimos, casi en bloque, la gente de Barrilete, mientras Lucina Álvarez, su última mujer, poco más que una niña, diligentemente lo atendía, me dijo en un aparte "Negro, dame un pucho, la mina esta no me deja fumar". Y yo se lo di. ¿Cómo privarlo? Y recuerdo que cuando Lucina -una muchacha muy bella, poeta cercana al grupo de Abelardo Castillo, que el Proceso "desapareció" unos años después, cuando acababa de ser madre de un niño de su pareja de ese momento, el escritor Oscar Barros, también desaparecido, junto con ella, en 1976- pasó a su lado, De Lellis le tocó el trasero. En su lecho de muerte, todavía tuvo fuerzas para pensar en el amor. O en el sexo. O en el placer. Todos signos de vida.
Mario Jorge de Lellis fue un gran poeta. Es justo que quienes no tuvieron la fortuna de leerlo, lo hagan. Entenderán buena parte de lo que fue la Generación del 60.
***
En el día del barrio de Almagro, justiciero recuerdo a su poeta elegido.
Nos referimos a Mario Jorge de Lellis, nacido el 14 de marzo de 1922 y que dejó a través de sus versos pinturas imborrables de su barrio querido.
Como ocurre en la mayoría de las celebraciones del Día del Barrio, nuestros vecinos de Almagro, hoy integrantes junto con Boedo de la proyectada Comuna Nº 5 (actual Centro de Gestión y Participación comunal Nº 5), han programada para los festejos del “Día”, que se cumple el próximo 28 de septiembre, una serie de actos que incluyen cursos sobre la historia del barrio, conferencias y distintas reuniones al efecto. Entre ellas, existe un homenaje que no queremos dejar pasar por alto y al cual este sitio se adhiere calurosamente, invitando a sus amigos a concurrir a la reunión que se llevará a cabo ese día, a las 11,00 frente a la tradicional confitería Las Violetas, donde se descubrirá una placa en homenaje a un poeta que dejó profundas huellas en el barrio y que fue, sin duda, uno de los grandes poetas contemporáneos de la ciudad. Nos referimos a Mario Jorge de Lellis, nacido el 14 de marzo de 1922 y que dejó a través de sus versos pinturas imborrables de su barrio querido.
A partir del viernes 28 de agosto, los paseantes que circulen por la Av. Rivadavia y Medrano, que a partir de ese momento se llamará Esquina Mario Jorge de Lellis, tendrán ocasión de memorar a uno de los grandes poetas de nuestro parnaso nacional.
Aníbal Lomba
Junta de Estudios Históricos de Boedo
Especial para www.Boedoweb.com.ar
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Crédito: Retrato de Mario Jorge De Lellis, por Carlos Alonso.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
6 comentarios:
que grande... que grande poeta... gracias... me has alegrado la mañana, el día, la semana...
Así es, don. Gracias, Irene
No había llegado a él hasta recién. Grosso.
Gracias, Giselle, por la visita, y enhorabuena, Irene
Le mandé un comentario,lo reitero: es una buena selección, un muy buen homenaje
Saludos!
Gracias, caballero, buen poeta había sido y será don Mario, Irene
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