sábado, 18 de julio de 2009

Se parece al viento


Algunos poemas de
JORGE SPÍNDOLA
(Comodoro Rivadavia, Chubut, Argentina, 1961-)


ÍTACA

Ten siempre a Ítaca en tu memoria llegar a ella es tu destino…
Constantino Kavafis

cuando vuelves a ítaca no vuelves a ítaca exactamente porque ella no es la misma ni tú eres el de entonces. Cuando en sueños entras en la casa de la infancia y tu madre es esa mujer muy alta de espaldas en la luz, no vuelves a ningún sitio de esta tierra, sólo son reflejos, lumbres de una isla que navega y te busca a la deriva; ítaca entrando en sueños pregunta por tu nombre.
Hay noches en que esa isla recala en otros sueños. Entra en bares o en oscuras estaciones donde se emborracha de murmullos, de otras voces, pero jamás deja de soñarte. A veces ítaca encalla en mares aún ignorados por nosotros y entonces tienes sueños equívocos y errantes.
A veces ves en sueños el rostro de tu hijo y lo confundes con esa foto de tu abuelo: niño en blanco y negro que sonríe un mediodía de luz allá en las islas abandonadas por el hambre. Es sólo la imagen de tu abuelo o de tu hijo un día desconocido y olvidado para el mundo, menos para ti, que sabes que aunque olvidado en un cajón, hay otro instante de tu existencia más remota y luminosa.
Te despiertas sobresaltado algunas veces. Te sientas en la cama y ves o hueles el perfume de esa mujer que duerme a tu lado con una respiración tan suave como el tacto. Sientes que tal vez ella es como esa isla: sus sueños no te pertenecen. Un oscuro bosque de silencio se alza tras los párpados cerrados.
Te levantas, vas al día. Hay voces de gentes que se agitan, trabajas la tierra de otros, no tu tierra. Pides que no te pisen caminas por la cuerda, caras de clown en los semáforos. Bailas entras al almacén sin brújula navegas en un cyber. Mandas mensajes a telémaco, le dices que arde troya todavía y que anoche, justamente, te soñaste con una tripulación encantada cayendo en la garganta de caribdis.
Al final del día aún buscas algo en estas calles, el atardecer mancha todo el horizonte y en cierta nube crees adivinar alguna de sus formas. Por un instante estás a punto de recordarlo todo para siempre pero las costas de esa isla ya son otras. Sustancia desvanecida en la memoria.
Algunas noches sientes, sin embargo, que algo vuelve y navega en tu cabeza
la imagen morada del ciruelo florecido tras la escarcha.
Siempre regresas al patio de la infancia a calmar los ladridos de ese perro.

***

PIEDRAS DEL RÍO AZUL

tomá
te traje estas piedras
que recogí a orillas del río azul
algunas
estaban bajo el agua y brillaban más
toda piedra bajo el agua brilla más
ahora sobre esta mesa no parecen tan bonitas es verdad
pero aún guardan la memoria del agua
el rumor del río arrastrando piedras en su lecho
el agua que ahora corre en ese río no es el agua
que mojaba las piedras de esta mesa
con estas piedras del azul
te regalo la imagen de unas manos bajo el agua
mis dedos fríos desdibujándose en la corriente
mientras la sombra de la montaña crecía sobre el río
los árboles gigantes
el agua azul
el hombre ese que juntaba piedras en la orilla
todo lo que ves
caía adentro
del gran río de las sombras
(el viento soplaba su aria sobre
los pinos más altos)
tomá
te traje estas piedras mojadas de agua y sombra
ya sé que ahora no brillan tanto
tampoco la memoria es tan nítida
habrá detalles que se escapan como el río

***

memoria y balance

viajé trece veces en avión
infinitas veces en tren
vagones incendiados recorren la noche
a gran velocidad

anduve descalzo y con zapatos
fui vendedor y limpiavidrios
encaramado como un mono
sobre ventanales de edificios
en una ciudad de cuyo nombre

fui por la avenida filosofando con taxistas
con rabia y sed de remolinos
en el subte apretando una estampita:
nuestra señora del camino ayúdanos a recorrer el mundo
sorteando los peligros

estuve aquí y allá
y de nuevo aquí sudando
y donde sea perdí fechas
palabras rostros documentos
perdí una vez el cuerpo desbaratado por la lluvia

perdí la memoria de un día
en que el mar olía a sexo a mujer en celo
a cierto olor como una mano
estrujando los sentidos

y ahora último
una ráfaga de viento
se arrancó cuatro chapas
y el espantapájaros del fondo de la casa
qué le va a hacer

el viento arrastra con todas las cosas
las baraja las confunde
las marea en su altamar
hasta el cansancio

el viento es una licuadora del olvido

la memoria, a veces, se parece al viento

***
i love you luisa

la luisa que yo conozco
no es ni por asomo
la luisa que ella dice
que fue bella que bailaba

la luisa lisa y llanamente
este montón de huesos que apenas anda/
la loca esa que anda enaguas
vendiendo lotería en la puerta del mercado

la luisa que ella dice
que ella nombra con babas en el labio
es la pura memoria que le baila en la cabeza
sólo su memoria detenida
en los tiempos de frondizi
y aquel auge del petróleo

la memo luisa mareada de manos
la más hembra del maracaibo
bailando can can en los piringundines
con dólares en el corpiño
cuando la saipen oil y el plan con.in.tes

la más cara enredada de giles
bañada de whisky en cada orgasmo

–i love you luisa / arañando en un bolero/

la sola memoria del sexo fermentado en cocaína

–i love you luisa and patagonian
–i love baby aun cuando las huelgas

nada queda de aquel auge de esos días
sino la memoria fornicada
que puso a estos huesos de patitas en la calle
donde el tiempo pasa y nada queda de la saipen
de la standard oil que arrojó
las máquinas al mar por no dejarlas/

nada queda sólo la luisa
con las enaguas al viento
los labios rojos silbando frank sinatra

–che vos / comprame lotería
por san cayetano pibe / comprame lotería
la leyenda del remero tuerto
***

érase una vez a orillas de un río
la dicha y la desdicha
de un tal remero tuerto
cuyo sustento era cruzar
personas de un lado a otro
con su chalupa verde musgo
sobre las aguas de tal río.

a veces por agujero
de su ojo se escapaba
todo ese cansancio de la tarde,
otras veces un silencio
se le caía como piedra
sobre el agua
destruyendo el espejo de su cara.

pero en su otro, el ojo bueno,
había luz y en él la vida
se posaba seriamente/
el ojo atento preveía
las crecientes la lluvia
la gran noche sobre el cielo.

que este remero cierto día
tuvo un solo pasajero
que para males era ciego

–quiero dir del otro lado
señor remero tuerto

–son veinte pesos
si no trae mucho peso,
señor pasajero ciego.

y así tuerto y ciego
emprendieron su viaje sin demora

–que está bueno el día
–que voy a casa de un mío hermano
que siembra porotos y discordias

que estando en la mitad de ese río
se le zafa el remo a tal remero
con tanta mala suerte
que le pega tan justito
en su otro, el ojo bueno,
arrancándolo de cuajo como yuyo
que cortan los machetes

y en pegando un grito de dolor dice
–hasta aquí llegamos compañero
–muy bien– dice el ciego
bajándose del bote
en el medio de ese río
vaciando su ceguera en la corriente.

en tanto que el remero
boya sin sentido
preso de esas aguas
sin nada de ojo bueno para
adivinar la luz o la penumbra

solo
como un ojo de agua
girando a la deriva.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char