HORACIO FIEBELKORN
(La Plata, Argentina, 1958)
El sueño
El hombre que se sueña
en un coche en medio de la ruta,
advierte que ya no hay combustible
y se esfumaron el volante
y las puertas. No hay más salida
que despertar una y otra vez para huir
de ese auto sin nafta,
sin puertas ni volante.
Las escenas que van quedando atrás
bordean rosales y limoneros de los que cuelgan
algunas cartas y fotos que muestran
varios juegos de muebles,
un domingo de sol,
y autos usados de marcas diversas.
***
Cada vez falta menos
Cada vez falta menos para
que anochezca entre bocinazos.
Para que acabe la canción y
se prenda la TV. Cada vez
falta menos, menos para el
camión de la basura.
Cada vez el sol y la basura
dorada. Pájaros blancos
en los que pega el sol de la
autopista. Cada vez falta
menos para verte allí. Falta
menos cavidad para que el hoyo
se agrande. Falta menos pero
faltan libretas para decir
lo que falta borrar. Falta
un nombre, dos, tres, montones
de nombres en la lista. Falta
menos para que oscurezca.
Menos en dar la vuelta
sobre la cabeza. Menos falta
para el tallo que nadie. Falta
cada vez menos, más,
menos que nadie, minutos,
cada vez, nada, un poco
menos, casi, cada vez falta
lo que falta, menos que menos.
***
Ambientación
Hay una mesa, un
espejo, un mantel sucio, la huella
de alguien en la pared. Hay
dedos ausentes en cada objeto
en el libro abierto, en la página 9.
Ropa colgada, bufanda. Sonidos
que nadie llama. El reposo del eco
retenido en su borde. Hay un lugar
que escapa del ojo, un crujir de maderas.
Pasos, una respiración,
una mano, una garganta que gime,
una descarga de sombra, un cabello que
cae, una escena inconclusa.
Hay quien se escucha a sí mismo
sin poder mirarse porque está
en zona muerta.
***
La mano que empuja la hostia
La mano que empuja la hostia
en la boca del chico. La mano
que sostiene la copa con la hostia
frente al chico. La mano
que bendice a todos y cada uno
de los chicos de manos juntas
que forman hilera. La mano
que empuja la hostia en esas bocas. La mano
arzobispal que convida la hostia
en una foto blanco y negro. La mano
que diez años después acompañará gestos
de bendición para la entrega
de la carne y la sangre. La mano
que más adelante moverá el hábito
para empuñar su trozo nervioso.
La mano arzobispal que borra
de las calles el número,
de la muerte los nombres.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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