Soneto a Tommaso dei Cavalieri |
(Caprese, Italia, 1475–Roma, íd., 1564)
No tiene el gran artista ni un concepto
que el mármol en sí no circunscriba
en su exceso, mas solo a tal arriba
la mano que obedece al intelecto.
El mal que huyo y el bien que prometo,
en ti, señora hermosa, divina, altiva,
igual se esconde; y porque más no viva,
contrario tengo el arte al deseado efecto.
No tiene, pues, Amor ni tu belleza
o dureza o fortuna o gran desvío
la culpa de mi mal, destino o suerte;
si en tu corazón muerte y piedad
llevas al tiempo, el bajo ingenio mío
no sabe, ardiendo, sino sacar de ahí muerte.
Traducción de L.A. de Villena
***
Soneto 19
Tan amigo a la fría piedra le es su fuego interno
que, si con un golpe, la circunscribe,
aunque la queme y despedace, aún vive
uniendo con ello otras para lugar duradero.
Y si resiste en la hornaza, vence al estío
o al invierno, y alcanza mayor valor que
antes, como purgada entre las altas y divinas
almas que al cielo volviese del infierno.
Librado de mí, si me disuelve el fuego,
que dentro me es como un juego oculto,
ardo y me apago y aún puedo vivir mucho.
Entonces, si vivo hecho humo y polvo,
eterno bien seré, si me endurezco al fuego;
y quien me golpea no es hierro sino oro.
***
V (10)
Aquí se hacen yelmos y espadas de los cálices
y la sangre de Cristo se vende a manos llenas,
y cruces y espinas son lanzas y rodelas,
y hasta la paciencia de Cristo se acaba.
Mas Él no debiera volver a estas regiones,
si hasta las estrellas llegase su sangre,
ahora que en Roma le venden la piel
y a toda bondad clausuran las sendas.
Si tuviese yo deseos de perder tesoro,
pues que aquí ya he perdido mi trabajo,
puede el del manto hacer lo que Medusa en Moro;
mas si al alto cielo la pobreza agrada
¿qué hacer para retornar a nuestro estado,
si otra señal a la otra apaga?
***
VIII (34)
La vida de mi amor no está en mi corazón,
pues corazón no tiene el amor con que te amo;
que donde hay cosa mortal, llena de error,
no puede él morar, ni pensamiento indigno.
Al separarse el alma y Dios, Amor
me dio un ojo sano, y a ti luz y esplendor;
dejar de verlo así o puede en esa parte
que muerte en ti, por nuestro mal, mi gran deseo.
Como del fuego el calor dividirse no puede,
tampoco mi juicio de la belleza eterna,
cuando exalta, pues de ella viene, cuanto le asemeja.
Ya que en tus ojos está entero el paraíso,
por retornar ahí donde te amé primero,
ardientemente voy yo bajo tus cejas.
***
Carta a Tommaso dei Cavalieri (1516–1574), quien tenía 16 años cuando Miguel Ángel se encontró con él en 1532, teniendo éste 57.
1° de enero de 1533
Su señoría, única luz del mundo en nuestra era, nunca estará satisfecho con el trabajo de otro hombre porque no hay otro hombre que se te asemeje, ninguno que te iguale... Me apena grandemente que no pueda recuperar mi pasado, y así de esa manera por más tiempo estar a su servicio. Tal como es, sólo puedo ofrecerle mi futuro, el cual es corto ya que soy anciano... Eso es todo lo que tengo que decir. Leed mi corazón ya que la pluma es incapaz de expresarse bien.
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