martes, 26 de julio de 2011

Mármol que el tedio barnizó de fuego

Algo más de DELMIRA AGUSTINI

Delmira Agustini nació en Montevideo en 1886 y murió en la misma ciudad en 1914. En vida publicó El libro blanco (1907), Cantos de la mañana (1910) y Cálices vacíos (1913). Póstumamente aparecieron Los astros del abismo y El rosario de Eros (1924). Murió trágicamente asesinada por su esposo, que luego se suicidó. En 1939 se editaron sus Poesías completas.

CUENTAS DE MÁRMOL


Yo, la estatua de mármol con cabeza de fuego,
Apagando mis sienes en frío y blanco ruego...

Engarzad en un gesto de palmera o de astro
Vuestro cuerpo, esa hipnótica alhaja de alabastro
Tallada a besos puros y bruñida en la edad;
Sereno, tal habiendo la luna por coraza;
Blanco, más que si fuerais la espuma de la Raza,
Y desde el tabernáculo de vuestra castidad,
Nevad a mí los lises hondos de vuestra alma
Mi sombra besará vuestro manto de calma,
Que creciendo, creciendo me envolverá con Vos;
Luego será mi carne en la vuestra perdida...
Luego será mi alma en la vuestra diluida...
Luego será la gloria... y, ¡seremos un dios!
–Amor de blanco y frío,
Amor de estatuas, lirios, astros, dioses...
¡Tú me lo des, Dios mío!–.
***
CUENTAS FALSAS


Los cuervos negros sufren hambre de carne rosa;
en engañosa luna mi escultura reflejo,
ellos rompen sus picos, martillando el espejo,
y al alejarme irónica, intocada y gloriosa,
los cuervos negros vuelan hartos de carne rosa.

Amor de burla y frío
Mármol que el tedio barnizó de fuego,
o lirio que el rubor vistió de rosa,
siempre lo dé, Dios mío...

O rosario fecundo,
collar vivo que encierra
la garganta del mundo.

cadena de la tierra,
constelación caída.

O rosario imantado de serpientes,
glisa hasta el fin entre mis dedos sabios,
que en tu sonrisa de cincuenta dientes
con un gran beso se prendió mi vida:
una rosa de labios.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char