Dos poemas y el fragmento de un ensayo
de CRISTINA CAMPO
(Bolonia, 1923 - Roma, 1977)
Suspensa era la nieve entre la noche y las calles
como el destino entre la mano y la flor.
En un suave sonido de campanas amado has acudido…
Como una vara ha florecido la vejez de estas escalas.
Oh dulce tempestad
nocturna, ¡rostro humano!
(Ahora toda la vida se halla en mi mirada,
sobre ti astro, sobre el mundo cerrado de nuevo por tu paso)
La neve era sospesa tra la notte e le strade/ come il destino tra la mano e il fiore. // In un suono soave di campane diletto sei venuto… // Come una verga è fiorita la vecchiezza di queste scale.// O tenera tempesta nocturna,/ volto umano!// (Ora tutta la vita è nel mio sguardo, / stella su te, sul mondo che il tuo passo richiude).
***Amor, hoy tu nombre
ha huido de mis labios
como al pie el último peldaño…
Esparcida está ahora el agua de la vida
y hay que empezar de nuevo
entera la larga escalera.
Te he trocado, amor, por palabras.
Miel oscura que hueles
en diáfanos vasos
bajo mil seiscientos años de lava –
te reconoceré por el inmortal silencio.
Amore, oggi il tuo nome/ al mio labbro / è sfuggito come al piede l’ultimo gradino… / Ora è sparsa l’acqua della vita / e tutta la lunga scala/ è da ricominciare.// T’ho barattato, amore, con parole.//Buio miele che odori/ dentro i diafani vasi/ sotto mille e seicento anni di lava –/ ti riconoscerò dall’immortale silenzio.
***
Traducción de Clara Janés
Tomado de Adamar
***
Fragmento de su ensayo Los imperdonables
II
II
Pero es cierto, la temen
más que a la muerte, la belleza es temida
más que la muerte, más que lo que temen
a la muerte.
William Carlos Williams
Perfección, belleza. ¿Qué significan? Entre las definiciones, una es posible. Es un carácter aristocrático, más aún, es en sí la suprema aristocracia. De la naturaleza, de la especie, de la idea. También en la naturaleza es cultura. El porte erecto, delicado de la muchacha de la Costa de Oro es obra de siglos de natación, de tinajas de arcilla equilibradas sobre la cabeza, de danzas y cantos de iniciación más complicados que el gregoriano más puro. Si faltara uno solo de los tres elementos –piedad, libre juego, artes femeninas–, la perfección no ceñiría aquellos miembros con su velo casto e imperioso. A través de milenios, por decirlo así, el árbol del paraíso expresó al ave-lira; las manos enlazadas por largo tiempo se convirtieron al fin en arcos góticos. Hoy que todo eso es ultrajado y destruido, irrecuperable y sin embargo siempre presente, como la espina envenenada bajo la uña, el hombre ha tenido que convertirlo en objeto de horror sagrado. Todo recuerdo del tiempo celeste sea apartado, sepultado en el huerto del alfarero. Sea, sobre todo, negado. Ya que se sabe que la perfección es, ante todo, esto, que se ha perdido: el saber durar, la inmovilidad. El hombre sumido en meditación, la mujer en el umbral, el monje genuflexo, el prolongado silencio del rey. O el animal en acecho o dedicado a industrias delicadas. El hombre ha echado fuera de sí este aéreo y terrible peso: silencio, espera, duración. Y aquí está viviendo su paranoico terror de “sentimiento y precisión, humildad, concentración, gusto”. ¿Cómo exigir, por otra parte, el valor del grito desgarrador: “Belleza, alejáte de mí, te temo, tu recuerdo me lacera, maldita seas”? Como el grito de Eva expulsada, todo esto reclama velos, la oscuridad de la selva. Y he aquí los atentados indirectos a los servidores de lo irrecuperable: gracia, ligereza, ironía, sentidos finos, ojo firme y exigente. O, para usar términos teológicos: claridad, sutileza, agilidad, impasibilidad. Imperdonable, dado el estado de cosas, es sobre todo el poeta. Una augusta, modesta vejez protege a la poetisa de que hemos hablado; pero aun así no hace mucho se habló de ella, y no sin garbo por lo demás, como de una monja medieval que bordara casullas memorables, anhelando más los colores de las propias sedas que las efigies de los rostros santos, como si una efigie pudiera inspirar veneración si una atención casi maniática no escogiera los materiales con los cuales responder a la visión. Pero hoy los grandes poetas han muerto todos, o son viejísimos. Y ni siquiera la muerte es ya un salvoconducto. Se corre el peligro del suicidio editorial (...).
De La nuez de oro y otros ensayos (Ed. Selecciones de Amadeo Mandarino)
2 comentarios:
lindooo
:D
saldos cordiales
Georgina.
Sí, coincido. Gracias, Irene
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