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Venecia huele a lejía, la realidad te degrada:
los muchachos, la arena, los pasadizos, la realidad te frota como lo hace el toallón que nodriza apura.
Ni siquiera ella conoce el sentido de tu perfil señalándome –porque es a mí a quien señalas— lo que es lejano. Oh, mi verdad; oh, belleza: un solo dedo tuyo se estira hacia el infinito, y yo transpiro la brillantina, el rímel, y mi asombro, mi amor, mi conclusión.
Huye de mí, huye de Venecia. Existe un pequeño catamarán, en Gualeguaychú; el nombre de la embarcación es “Siroco”. Escucha esos sauces que rozan el agua, no este adagio imperfecto, maloliente. Oh, corazón mío, están bajando las lonas de las carpas. Vete, vete.
I.G.
3 comentarios:
más, me das cada día más...
(parezco pero no soy Valeria Lynch, sólo pasé y mencontré este texto)
J.
Te amo te odio dame más, je. Gracias, Irene
Rápida como escupida de músico, Señora... Ese humor, que recupera el murmullo de los sauces y, sin nombrarlos, te obligan a evocar los reflejos del río. Me encanta.
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