Cartas de JUAN RULFO
(México,
1918-1986)
Rulfo y Clara se conocieron en 1941. Él tenía 24 años. Ella, 13. Tres años después hablaron por vez primera en el café Nápoles de Guadalajara, México. Entonces comenzaron a escribirse. En 1947 el noviazgo se hizo realidad y la pareja inició –en la distancia- su relación. Rulfo, por motivos de trabajo, se trasladó a la Ciudad de México. Clara seguía viviendo en Guadalajara. Se casaron en 1948 pero la correspondencia no terminó. Rulfo comenzó a viajar por la República como agente de llantas de Euzkadi, lo que le desagradaba bastante. Durante más de 50 años Clara Aparicio, la viuda de Juan Rulfo, guardó en una pequeña caja 81 cartas que su esposo le envió entre 1944 y 1950.
***
México, enero 10 de 1945
Muchachita:
No puedo dejar pasar un día sin pensar en ti. Ayer soñé que tomaba tu carita entre mis manos y te besaba. Fue un sueño dulce y suave. Ayer también me acordé de que aquí habías nacido y bendije esta ciudad por eso, porque te había visto nacer.
No lo sé que está pasando Dentro de mí, pero una cada momento siento que hay algo grande y noble por lo QUE SE PUEDE vivir y luchar. Ese algo grande, para mí, lo eres tú. Esto se lo sabido desde hace mucho, más ahora que estoy lejos lo he comprendido y Ratificado.
Estuve leyendo hace rato A UN tipo que se llama Walt Whitman y encontré una cosa que dice:
El que camina un minuto sin amor,Camina amortajado hacia su propio funeral.
Y esto me hizo recordar que yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré a ti y te lo di enteramente.
Clara, mi madre murió hace 15 años; Desde entonces, el único parecido que he encontrado con ella es Clara Aparicio, Alguien a quien conoces tú, Por lo Cual vuelvo a suplicarte le digas me perdone si la quiero como la quiero y que lo Difícil es para mí vivir sin ese cariño que ella tiene guardado en su corazón.
Mi madre se llamaba María Vizcaíno Y Estaba llena de bondad, tanta que su corazón no se resintió carga y reventó Aquélla.
No, no es fácil querer mucho.
Juan
***
México, D.F. 20 de agosto 1946
Sta. Clara Aparicio
Guadalajara, Jal.
Mujercita:
Ayer me llegó muy fuerte el amor por ti. Estuve en una fiesta en la casa de la pintora María Izquierdo y allí me encontré con un gran montón de poetas y pintores y escultores y artistas y "coleros" como yo.
Allí me encontré a Isabela Corona y me solté platicando con ella y como yo estaba medio romántico le hable de ti y ella me dijo que tenía una prima en Guadalajara que según el decir poseía las piernas más bonitas y monumentales de todo el Occidente del país; pero que, conforme lo que yo le decía de ti, debía de no ir a visitar a su prima y, en cambio, casarme contigo luego lueguito y enseguida inmediatamente lo más pronto posible, porque de otro modo me iba a caer cualquier día muerto de amor a la orilla de cualquier banqueta. Eso sucedió porque allí se trataba de un banquete. María Izquierdo es muy fea y tiene una hija más fea que tú. También conocí a Enrique González Martínez, el autor de "Tuércele el cuello al cisne" y a José Gorostiza, el mejor poeta de México: "Muerte sin fin", Antología "Laurel", páginas tales y cuales. A Rosaura Revueltas, que está loca de querer tanto a su marido que se le fue de su casa hace dos años y al que todavía anda buscando. Bueno, se bebió, se comió, y se dijeron muchas barbaridades, que no te cuento porque te pondrías coloradita. Y como te iba diciendo me acordé de ti mucho y ya no hallaba a quién contarle que tu vivías sobre la tierra y que comías y dormías y que no eras ningún fantasma ni ninguna alucinación mía, sino que estabas vivita y coleando y que te quería mucho y que ya no te iba a regañar nunca, con tal de poder creer, aunque no sea cierto, que tú también me quieres. Te iba a escribir anoche mismo pero ya te puedes imaginar que llegué algo atarantado, no de lo que tú te imaginas, sino de la desvelada, pues eran las cinco de la mañana y la cama estaba retesabrosa. Te recomiendo que veas una película que se llama "La escalera de de caracol"; allí sales tú dando unos gritos muy fuertes. De cualquier modo ya tengo ganas de ver tu naricita y esa boca tuya que tanto me gusta. Dios sabe que..... ¿Cómo salieron tus fotografías? Recógelas todas, no vaya a suceder que las pongan en el escaparate y algún o algunos o algunas (pretérito pluscuamperfecto del verbo: algunear) te lleguen a confundir con la Virgen de Zapopán y luego te quieran llevar en peregrinación por la calles. Cuídate mucho y quiéreme mucho, pedacito de jitomate. No creas que estoy loco, pero si no me voy a Guadalajara en esta semana no faltará que pierda algún domingo. I love you, I love you, I love you, I will always love you. Ego amatus tui, ego amatus tui. So much. Ich liebe dich, ich liebe dich, einverstanden. Io ti amo, io ti amo. Salúdame mucho a tus hermanitos y a tu mamá si es que ya está con ustedes y ojalá que tú estés contenta y de buen humor, como siempre. No leas esta cosa acabando de comer porque te haría daño. Y no me sigas haciendo daño a mí, pobre corazón mío.
Juan
He aprendido a escribir tu nombre en las paredes.
Vale.
No te escribo nada de este lado porque me dijeron que era falta de educación. En ese sentido tú sabes que yo soy muy correcto. Vale.
Juan
***
Méx. a finales de febrero de 1947
Mayecita:
Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra; hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas por el día o por la noche, constantemente como si no existiera el sol ni nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre así e incansablemente, como si sólo hasta el día de su muerte pensarán descansar.
Te estoy platicando lo que pasa con los obreros de esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que uno los vigile, como si fuera poca la vigilancia en los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho tiempo a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado. Y sólo el pensamiento de que tú existes me quita esa tristeza y esa fea amargura.
Ahora estoy creyendo que mi corazón es un pequeño globo inflado de orgullo y que es fácil que se desinfle, viendo aquí cosas que no calculaba que existieran. Quizá no te lo pueda explicar, pero más o menos se trata de que aquí en este mundo extraño el hombre es una máquina y la máquina está considerada como hombre.
Pero te estoy contando cosas que nada tienen que ver contigo, y esto no es legal. Tardé hasta ahora en encontrar un sobre para enviarte tus fotografías. Pues en la chamba nos sueltan a las cinco de la tarde y de este lugar, donde vive, muriéndose a cada rato, el muchacho encariñado de ti, queda lejos el centro. Y el centro lo cierran a las cinco. Así es la cosa. Saqué más copias de cada una de las tres fotos que te mando, pero no te envío sino una de cada una por puro miedo a que te sueltes repartiéndolas entre la bola de novios que tienes. Las otras, las que tú escogiste, tal vez pasen algunos días antes de que me las entreguen.
Por otra parte, no me puedo imaginar cómo una niña tan menudita puede HACER UNA LETROTA TAN GRANDE..., al escribir una carta. Eso es hacer trampa.
Sin embargo, tu carta me dio un enorme gusto. Puse las dos manos para recibirla y la leí con mis dos ojos y luego la volví a leer porque hay algo allí que a mi corazón le gusta mucho. Y tú sabes que a este corazón que yo te he regalado hay que darle gusto.
Acuérdate que tú eras quien me daba manzanas y no yo. Acuérdate que fue Eva la que le dio un cachito de manzana al señor Adán y de allí nació esa costumbre que tiene la mujer de dar manzanas.
Yo aquí no he ido al cine. El cine sin ti no sirve. No hay ni siquiera el gusto de llegar tarde y no encontrar asiento. Esos líos eran suaves y casi nomás por eso valdría la pena volver allá, pero sin miedo, sin dificultades ni ningún temor de perderte.
Y es que aquí la vida no es nada blandita. Es como si de nueva cuenta también estuviera uno comenzando a vivir. A veces me imagino que desde que llegué a esta ciudad he estado enfermo y que no me aliviaré ya jamás. Y me siento como si me arrastrara la corriente de un río, como si me empujaran, como si no me dejaran ver hacia atrás.
Sabes, Chachinita, yo pensaba zafarme de la Goodrich. El puro pensamiento me hizo sentirme más tranquilo; pero han hecho las cosas de tal modo que me resulta imposible hacerlo. Me tienen como rodeado por una cadena de parientes, cada vez más, y como si sólo todo su trabajo consistiera en ocuparse de mí. Y ahora sé por qué antes no me gustaba pedir favores, y es que no me gusta aceptarlos.
A veces quisiera que todos ellos me dejaran en paz, que no me hicieran sentir la confianza de que en cualquier momento me ayudarían. Que me dieran a entender que no contara con ellos. Así me dejarían solo. Quizá yo solo, sin atenerme a ninguno, sabría ya lo que tendría qué hacer. Y tal vez, únicamente con tu ayuda, tal vez, encuentre el camino que me permita hacer lo que debo hacer.
Después de mi madre, a la única persona a la que tengo que agradecer lo que ha hecho por mí es a ti. No quiero tener a nadie más a quien agradecerle nada. Me siento mejor de ese modo, sabiendo que no debo favores. Me siento menos miserable y menos desesperado, conociendo que no tengo que contentar a mucha gente. Éste es mi modo de pensar, muchachita grande. Pero la realidad es distinta. Es dura y lo hace a uno sentir su dureza y conformarse, si uno quiere volverse loco tratando de encontrarle una salida.
Lo que te estoy explicando es el ambiente en que vivo desde que entré en la fábrica. Nunca había yo visto tanta miseria junta; tanta fuerza unida para acabar con el sentido humano del hombre; para hacerle ver que los ideales salen sobrando, que los pensamientos y el amor son cosas extrañas. Por esa razón te pedía yo consuelo, pues eres la única que puede dármelo, para sentirme más conforme; para dejar de rebelarme contra todo lo que se opone a mí mismo. Yo te pedí ayuda una vez y ahora la necesito, pues estamos luchando por los dos, para hacernos nuestro propio mundo, el que yo sé que existe, porque ya he vivido en él. Un mundo donde no infunda uno temor a nadie ni se haga uno odioso. Y eso tú y yo lo podemos hacer.
Esta carta es hija de un coraje muy grande que me hicieron pasar ahora. Más tarde te contaré en qué consistió ese coraje. Pero lo que me hizo sentir es lo que te cuento. Y mi conclusión es que uno debe vivir en el lugar donde se encuentre uno más a gusto. La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados.
Espero que me regañes por escribirte quejidos en lugar de hablarte del amor que te tengo, pero es que la forma como me siento tenía que decirsela a alguién. Y tú naciste para que yo me confesara contigo. Quizá más tarde te cuente hasta mis pecados.
Ojalá estés bien y tan bonita como ninguna (iba a decir: como siempre, pero me acordé de que a veces te pones fea, por ejemplo cuando me regañas). Y que todos en tu casa etc., etc.
Tú cariñito santo, recibe todo el amor del que mucho te quiere y del que espera quererte más, y un abrazo enorme y lleno de ternura y muchos besos, muchos de quien te amará siempre.
Juan
***
México DF. 1º de junio de 1947
Cariñito grande:
Me asustó tu carta por lo pronto que estuvo aquí. Yo tenía miedo de que no conociera este nuevo camino, que se desorientara un poco y no diera luego con la casa, ya que estaba acostumbrada a ir allá a la de Santa Bárbara. Pero sí dio con el lugar y aquí la tengo, trayéndome algo de ella y del curalotodo de tu cariño.
Se me pasó por completo decirte que había mandado la pluma con el "Zancas" y, por lo que me dices, se las ha de haber visto negras para entregártela en la calle, pues es un muchacho que se pone muy muy colorado y se asusta cuando tiene que hablarle a una dama. Y en este caso es igual que yo. No, quizá yo sea más tímido. De cualquier modo, con su pan se lo coma si pasó un mal rato, pues él quedó formalmente de llevarla a tu casa.
Por otra parte tú te has de haber sentido extrañada de que te conociera y comprendo muy bien que, no habiéndolo visto nunca y no sabiendo quién era, no le hayas hablado. Y él vive por allá por Culiacán y tal vez pasen muchos años antes de que lo volvamos a ver tú y yo. El "Zancas", así se llama, es re buena gente a pesar de tener cara medio amalditada, y te conoció a ti en los viejos tiempos cuando andábamos juntos Otero, él y yo. Y es de los que sabes desde cuánto tiempo hace que te quiero. Desde mucho antes que hubiera árboles en el jardín de San Francisco. Y desde cuando unas tobilleras verdes, un vestido verde y un moñito verde muy bien puesto, arriba de una carita reluciente, atravesaran a toda carrera el San Francisco, para que no la alcanzaran las tres antes de llegar a la calle de Madero, mientras un sujeto loco y enamorado de aquella cosita como chirimoya se comía los chocolates allá, en el fondo de sus pensamientos, querían que fueran para ella.
La cosa es que la semana pasada fue mi semana negra por lo que ya te platiqué de lo descompuesto que estuve y lo enfermo que me sentía. Ahora ya es menos; pero todavía me quedan polvos de aquellos lodos.
Ahora que ya volví al trabajo, y que me recibieron con mucha atención, pienso cuán lejos me llevó la fiebre del estómago y la fiebre de la bronquitis (pues se me juntaron las fiebres). Y lo que me sentía eran unas ganas tremendas de irme de aquí. De no volver más a la compañía. De salirme por la puerta y tomar mi sombrero (no tengo sombrero, pero yo creía que lo tenía) y no volver más. Ésos eran mis sentimientos. Y todos los días, mientras estuve en cama, amanecía con la idea ésa. Y encontraba el lugar a donde me iría. Lo encontraba porque ese lugar existe. Fíjate cómo era:
Me encontraba de una salida del sol, en la Constancia, las ruinas de una fábrica de papel que está cerca de Tapalpa. Y ese sitio tiene una casa muy grande que ahora es de mis tíos los Pérez Rulfo. Bueno, yo volvía a ver la salida del sol al pegar el primero en la cañada que está enfrente de la casa. Veía cómo se iluminaba todo aquello. De la casa salía tantito humo y todo estaba tranquilo y sin aire. Sólo se oía el ruido del arroyo que pasa por allí y la caída del agua un poco más arriba. Luego te veía a ti con una camisa verde de lana llena de cuadros, que salías de la casa y te parabas en la orilla del camino y que me decías que si siempre íbamos a ir a caminar un poquito antes de que estuviera el desayuno. Y yo me iba contigo cañada arriba.
Luego me venía la idea a la cabeza de que allí era donde vivíamos nosotros, tú y yo, en mitad de aquella tranquilidad, en medio de los pinos, y que la vida era hermosa, muy hermosa junto a ti. Y que yo tenía allí un cuarto lleno de libros y que no nos acordábamos de cómo era posible que a tanta gente le gustara vivir entre los ruidos y en las carreras y el vivo relajo de las ciudades.
Yo pensaba en eso día con día mientras estaba aquí tirado y sin ánimos. Pensaba en ti, en la "buena camarada", y cuando volvía yo los ojos al lugar donde hay una fábrica de llantas pensaba en cuánta gente estaba desperdiciando su vida, encerrada allí, durante gran parte del día, cuando existían lugares donde se podía vivir sin temor ninguno. Eso pensaba.
Pero ahora que volví allá sentí todo tan natural, tan normal, tan compañeros a todos los compañeros, y el jefe mismo (un señor alemán grandote) me tocó la frente para ver si todavía tenía calentura; entonces, digo, ya no sabía yo que motivos me habían hecho correr en sueños tan lejos, quizá lo deprimido que uno se siente al estar sin ánimos debido a la enfermedad. Sí, eso fue. Pues ahora vuelvo a ver las calles de México, la gente, lo aturdidas que parecen estar las cosas; se siente que es bonita esta ciudad, esta tierra tuya, y que si cansa a veces, a veces le da a entender a uno que es una gran ciudad y que al que le entren ganas de salir de aquí, pronto, en cualquier lugar donde esté, sentirá deseos de volver, a pesar de todo.
Así pues, no creas que tengo pensado volverme a enfermar. Y hasta ahora no existen motivos para que me enoje con nadie en mi trabajo. Y procuraré que no existan.
Ya te platiqué que en otra ocasión que estoy trabajando por apagar mi rebeldía y por llegar a ser humilde. Pues sin esa humildad yo no me merecería el cariño, el amoroso cariño tuyo.
Ojalá que los demás sigan pensando que somos un par de lucas tú y yo. Ojalá que crezca nuestra locura, chachinita chula.
El retratero quedó de entregarme los retratos el sábado, pues fui con uno que por lo visto tiene mucho quehacer. Los que tenía se enroscaron muy bonito con la lumbre del cerillo, ya que, como te decía, parecía un sujeto de los que trabajan en el cine del mundo.
Por otro lado, yo sé hacer hot-cakes (aunque siempre se me queman), sé freír huevos y hacer frijoles de la olla con cebollita y perejil, sé hacer tortas y sándwiches de todos los sabores y agua de naranja o de jamaica y sé comerme todo eso y cualquier cosa, esté buena o mala, así que no se preocupe mucho ella por aprender (cosas que ya sabe de sobra) y mejor distráigase un poco y aproveche bien sus vacaciones y siga siendo como es, así de buena y de dulce como lo ha sido siempre.
No deje de ir al cine, pues yo sé que es una de sus pocas distracciones. Y cuénteme cómo le fue en el baile de la Treviño, que ojalá no haya dejado de ir.
Por otra parte, yo he estado estos días dedicado a permanecer un poco atrás de la puerta debido a lo que ya te conté, y no he hecho sino leer un poquito y querer escribir algo que no se ha podido, y que si lo llego a escribir se llamará: "Una estrella junto a la luna"*.
Encontré un departamentito por la Ribera de San Cosme: es el paseo diario de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Así es de revoltoso y rugiente.
Espero que tu mamá no haya estado enferma por eso que me dices de no poder ir a Chihuahua en las vacaciones. Salúdame a todas esas grandes gentes de tu casa.
Y no te olvides de ir de vez en cuando a San Francisco a rezar, aprovechando el momento en que Dios esté solo para que Él te diga cuánto es lo que yo te quiero, porque Él lo sabe bien a bien, mujercita querida, hondamente querida.
Este Juan, tuyo.
Ola tibia del mar
* Uno de los primeros títulos provisionales de Pedro Páramo.
Tomado de Aire de las colinas (Debate. Editorial Sudamericana y Plaza & Janés).
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
3 comentarios:
hondamente querida... qué bonito.
Así es. Gracias por pasar, ¡con este calor!, Irene
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