viernes, 30 de abril de 2010

Dicen que mata las presas desnucándolas


CHARLES DARWIN
(Inglaterra, 1809–1882)

Fragmento de Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo
(Escrito entre 1831 y 1836)
12 de octubre
He intentado prolongar mi excursión más allá; pero, no sintiéndome enteramente bien, me he visto precisado a regresar en una balandra, o sea en un barco de un solo mástil, capaz de cargar cien toneladas, poco más o menos, que iba destinado a Buenos Aires. Como el tiempo no estaba bueno, tuvimos que amarrar, al venir la madrugada, a la rama de un árbol en una de las islas. El Paraná está lleno de ellas y pasan por una constante alternativa de decadencia y renovación. El patrón del barco recordaba haber visto desaparecer varias de las grandes y formarse otras nuevas, que se habían cubierto de una protectora vegetación. Se componen de arena cenagosa, sin la menor piedrezuela, y a la sazón se levantaban poco más de un metro sobre el nivel del río; pero se inundan durante las avenidas periódicas. Todas presentan el mismo carácter, es a saber: numerosos sauces y algunos otros árboles enlazados unos a otros por una gran variedad de plantas trepadoras, dando por resultado una frondosa manigua. Estas espesuras suministran un refugio a los capybaras y jaguares. El miedo a los últimos ha dado al traste con todo el placer que me prometía de internarme en el bosque. Esta tarde, no bien había andado cien metros, cuando hallé señales ciertas de la reciente presencia del tigre, viéndome obligado a retroceder; en todas las islas se veían rastros; y como en la excursión precedente el motivo de la conversación fue “el rastro de los indios”, así ahora lo fue “el rastro del tigre”.
Las riberas frondosas de los grandes ríos parecen ser las guaridas favoritas del jaguar; pero al sur del Plata se me dijo que frecuentaba los cañaverales de los bordes de los lagos. Juzgando por estos hechos, diríase que la fiera necesita agua; pero sin duda la afición a esos sitos proviene de hallar en ellos los animales que le sirven de alimento. Su presa más común es el Capybara; de modo que, al decir de la gente, donde abunden los Capybaras no hay que temer al jaguar. Falconer* afirma que cerca de la parte meridional de la desembocadura del Plata hay muchos jaguares, y que éstos se alimentan principalmente de peces, y así lo he oído repetir. En el Paraná ha matado a numerosos leñadores, y hasta asaltado los barcos por la noche. Un hombre que ahora vive en Bajada, subiendo de allí en una embarcación por la noche, se vio de pronto en las garras de un jaguar que había saltado al puente, y aunque escapó con la vida, perdió para siempre el uso de un brazo. Cuando las avenidas arrojan de las islas a estos animales, son peligrosísimos. Me contaron que pocos años antes un jaguar enorme había penetrado en una iglesia de Santa Fe; dos padres que entraron uno tras otro, fueron muertos por la fiera, y un tercero que acudió a enterarse escapó con dificultad. Se mató a este jaguar a balazos, desde un ángulo del edificio, que no tenía tejado. En esas épocas causa también grandes estragos en el ganado vacuno y caballar. Dicen que mata las presas desnucándolas. Si se los ahuyenta de los cadáveres de sus víctimas, rara vez vuelven a buscarlos. Refieren los gauchos que cuando el jaguar merodea por la noche se ve acosado por los zorros, que le siguen aullando. Es curiosa la coincidencia de este hecho con lo que se afirma generalmente de los chacales, que acompañan con análoga oficiosidad al tigre de la India.

* Hugh Falconer (1808-1865), doctor de la Royal Society, fue un distinguido geólogo escocés, botánico, paleontólogo y paleoantropólogo.
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Fuente: CHEBEZ, J.C., 2008. Los que se van. Fauna Argentina amenazada. Tomo 3. Editorial Albatros. Buenos Aires, 336 páginas.

Foto tomada de wordpress.com

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char