miércoles, 18 de noviembre de 2009

Glicina esmerilada


Algunos poemas de
BEATRIZ VALLEJOS
(Santa Fe, Argentina, 1922-2007)


Los ríos

La humanísima vez
que cae una lágrima.
***
Huerto del alba

A Miguel Hernández

Huerto del Alba, sentémonos
aquí Miguel, que está
buena la luz para ver
***
Ángeles en los umbrales

De hogazas de neblinas
La madre los despeina

Calladitos están
rotosos de mí
***
Atardece

apaisado profundo
***
Ciudad

fosforece de lejos
como un nido
***
Tinta de Goya

negra de azul
la tinta de joya de Goya
***
A una flor

La frágil flor
que la primavera no pondrá en mis brazos
otra dimensión recorre.
No digo vida efímera.

Para ella el mundo invisible extiende
el jardín nevado de Dios.
***
¿Nadie ya, o acaso?

Glicina esmerilada
la luz
atardece
¿Nadie ya? O acaso el patio
suavemente desborda
¿Cantaba ella?
Susurraban las plantas
el agua del verano, arabesco
de otras presencias.
¿Lejos o cerca, nadie ya?
Cuenco de otras manos
auscultando el eco.
**
"y cantará en las tejas
un pájaro salvaje"

César Vallejo


Misil misil
grazna el cuco
el pico torvo acuña
la sombra de agorar
**
O si la niebla

Y el solitario árbol, entonces,
o qué modo de mí, regresara
también solo, a traer una imagen,
a traer una imagen
¿que no era sin embargo así?
**

2 comentarios:

alejandro mendez dijo...

Qué bueno, Irene ! Beatriz Vallejos es una de mis poetas preferidas !!

Beso

Irene Gruss dijo...

Gracias, don; Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char