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(Buenos Aires, Argentina, 1985)
Atardecer durazno
“Siempre más sonriente al desastre más bello” Mallarmé
Zócalos sin lijar
maderos imperfectos
Tierra blanda suelo baldío
Caen sobre mi cabeza los durmientes de tacuara
Se desmorona el espacio junto a la humedad
de los juncos de cielo
y el tiempo atardece
Por el extremo izquierdo de los escombros
-en perfecta diagonal-
entra un haz finito y concentrado
de luz durazno
Se posa en la parte superior de mi mano
como una mariposa que cobija
una perspectiva
un mensaje
Logro asir con dulzura lo luminoso
hasta en los peores
atardeceres
***
Barriletes rurales
Voces de chicharras
-como agujas chinas-
penetran la ventana improvisada del rancho
Los alguaciles de la ropa tendida
a la intemperie
alertan
La lluvia de invierno duele en la cara
del abandono
Me retuerzo en la lona helada del catre
y sueño:
fósforos móviles
para sazonar melodías internas
de pájaros que condenan al resguardo de la lluvia
el desierto
de los hombres
***
Raíces en el claro
Todo lo que veo, son pájaros.
La liebre de fuego guía la búsqueda.
Huye, escurridiza, flamea amarilla roja
naranja en la llanura.
Pájaros atontados, adobados en hollín.
Ya no vuelan, trepan mesetas,
encandilan lo claro.
Están los solitarios, recluidos mudos,
no pueden con el mundo.
Algunos pocos, son pájaros de luz.
***
Diluvia bacchanalia
Llueven pájaros;
¡esto es una fiesta!
El camino de la sangre se acelera
Hierve,
contagia las moléculas del aire
Se resquebraja la meseta y urgen-surgen
picos desde las profundidades
Todo se transforma:
repiquetean tonalidades nuevas, brillan
sonidos auténticos,
hasta el óxido embelesa
Danzan un vals los arrayanes con rítmico
escándalo de tormenta
Diluvian alas, levito entre plumas
azules, púrpuras, magentas
Las doncellas
con aromas robados a la belleza
nos incitan a la fiesta
Llueven pájaros
y yo
renazco
en estas bacanales
2 comentarios:
Gracias Irene, un beso grande,
Lucio.
Usted se lo merece. Abrazo, Irene
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