jueves, 30 de septiembre de 2010

Déjenme ser una hoja de árbol...

Emma Barrandéguy
(Gualeguay, Entre Ríos, 1914-ibid. 2006)

“Actualmente el artista parece examinarse a sí mismo bajo otra luz: comienza por no creerse tan diferente de los demás, apenas un escucha más atento que los otros a los rumores del mundo, de su propio mundo y ¿por qué no?, de lo trascendente. No obstante, ¿cómo escapar muchas veces tanto al vedetismo que hace sentir privilegiado como al rechazo social que impulsa el monólogo? Eso es justamente lo que el sistema propone al artista: el manoseo o la soledad.” (Habitaciones) E.M.





Déjenme ser una hoja de árbol...

“Déjenme ser una hoja de árbol,
acariciada por
la brisa”

La última hoja amarilla
de los fresnos,
del ceibo, de la glicina blanca.
Soy.
Ya culmina el otoño
entre nosotros.
Las hojas esperan en la vereda
El agua que las empape y las ensucie.
El árbol, libre de ellas,
al fin puede conversar con la luna
que asoma brillante y sensual
por el este de la noche
que silba entre las ramas

(de Últimos poemas)
***
Me moriré sin vos, eso es sabido;
tus ojos no vendrán antes de irme
y en vano esperará tus dedos firmes
mi mano, que en caricias has sentido.

Te morirás sin mí, no habré podido
en tu final mirada repetirme,
pero sé que fugaz, al despedirme
una lágrima sola habrás vertido.

Aunque el cariño su lealtad señale,
otros seres pusimos como un muro
entre nosotros dos y fue cobarde.

Si todo indica que ya no hay futuro,
en mi poesía está y no es alarde
que lo mejor de mí por siempre es tuyo.
***
Un hombre

Las costas verdes, los sarandisales,
el mostrador donde acodabas tus hazañas,
aquellas suelas y el martillo curvo,
las pieles de las nutrias,
la manta testimonio de esa fiebre
que trajiste del norte,
el machete triunfal sobre las pajas,
las redes viejas junto a tus polémicas,
la canoa prestada y los anzuelos,
la cuadra de batatas que dejaste sembradas:
hoy no se hacen presencia en tus pupilas,
entran al territorio del recuerdo.

Porque la vida de un hombre,
de un loco,
de un rebelde,
de un disconforme eterno,
de un hombre que no supo hacer dinero
pero sí caminar, conversar, beber,
estar en desacuerdo
y desatárselo en palabras a la gente …

Porque la vida de un hombre como tú, digo,
no es más que esto:
una enumeración de circunstancias,
el recuerdo de un proceso,
una barba crecida,
un hijo muerto,
unos ojos brillantes,
gajos del Gualeguay entre los remos.

En el agua tenías que morir,
no hay que asombrarse.

Tendiendo redes en la noche,
para pescar por fin tu corazón inquieto.
***
Foto

Ésa soy yo:
una mujer gastada y melancólica
con la mirada
que arranca de una infancia razonable
y una cabeza peinada
como corresponde
a una señora de tantos años.
Procuro que las canas
tengan su orden natural
que tranquiliza a los que miran,
aunque yo casi estoy segura,
después de todo,
que moriré sin haber sentado cabeza.
***
El cuerpo

¿Por qué no es posible el amor?,
me preguntas.
Somos viejos, respondo.
Y que pases tu mano
por mi pierna,
me da cierta vergüenza.
Tontería, dice el amigo
y cediendo
me tiendo a su lado como cuando era joven
y lo ignoraba.
Pienso en todos los viejos
que desde un banco al sol
miran transcurrir las muchachas.
En mi padre y sus esquelas victorianas
a las niñas de los mandados.
Pienso en mi madre pulcra
cubriendo sus desnudos en un último gesto.
Pienso que los viejos son como todos
y apetecen sin pausa
si no han sido saciados.
El cuerpo gira ante sus ojos
con el gusto de lo prohibido,
como siempre.
Se los instala en la sabiduría
y no la tienen;
codician como jóvenes,
tienen pequeñas ternuras
como mi amigo,
tienen lascivas preferencias
que no les cuentan a los otros,
tienen derecho al amor
aun a costa del ridículo.
Y si pasan tomados de la mano
o se encierran en su mundo
con las persianas bajas,
tendríamos que mirarlos sin asombro
como a lentos vagabundos
o discretos amantes que renuevan caricias.

**
Foto tomada de misrespetosalosiguientespoetas.blogspot.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos latidos: los poemas de Emma y el pueblo ecuatoriano en su democracia. Gracias.

Susana.

Irene Gruss dijo...

Digo lo mismo, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char