jueves, 27 de octubre de 2011

Cantan porque el silencio de sus almas les da miedo

LUBICZ MILOSZ

Oscar Wladislas de Lubicz Milosz
(Lituania, 1877-Francia, 1939)

«Soy un poeta hermético, metafísico y religioso»
De www.elpais.com
Por Rafael Conte (11/07/1981)

«En cierto modo, el Premio Nobel me molesta. Yo soy un poeta hermético y ahora mis libros llegan a gente que no sé si me comprende.» Czeslaw Milosz, este hermético poeta polaco, último Nobel de Literatura, ha llegado a Madrid en un viaje discreto y silencioso, sin apenas repercusión pública. Estaba de vacaciones en Córcega, tras su reciente viaje a Polonia, y ha pasado por España antes de regresar a Estados Unidos. No ha sido un viaje oficial, como el de Odisseas Elytis, ni siquiera municipal, como el de Graham Greene. A Milosz le molestan las multitudes, los actos oficiales, y no desea excesiva publicidad. Confiesa, de entrada, la influencia que tuvo en su formación literaria el otro Milosz, el poeta lituano en francés que falleció en 1939: «Era mi primo, y me ayudó mucho en mis comienzos literarios.» El otro Milosz, Oscar Vladislav de Lubiez Milosz, fue diplomático lituano entre las dos guerras, poeta simbolista, místico y visionario en francés, y está enterrado en Fontainebleau. En esta localidad francesa hay una plaza que lleva su nombre, y en un restaurante hay un plato denominado salmón a la Milosz, que recuerda al autor de Ars Magna, Los arcanos, La iniciación amorosa o el misterio teatral Miguel de Mañara. Czeslaw Milosz lee poca literatura contemporánea. Prefiere a los clásicos, y, sobre todo, a los poetas. Conoce poco la literatura española o la latinoamericana: «No me gusta García Márquez. Y me gusta mucho Borges, pero como poeta». Lamento no poder apreciar demasiado la obra de Juan Ramón Jiménez, a quien, sin embargo, conoce: «Mis dificultades con su lenguaje me impiden conocerlo como quisiera, pero me gusta, a pesar de todo».
«A Neruda te conocí personalmente. Ya antes de la guerra colaboré en la traducción de algunos de sus poemas, de sus Odas elementales, y recuerdo que después de la contienda nos reuníamos en París con Louis Aragon y Paul Éluard. Yo era entonces agregado cultural en la Embajada de Polonia en París. Después, cuando rompí con el régimen polaco y me exilié, Neruda escribió cosas insultantes sobre mí. Muchos años después me lo encontré en un congreso, en 1967, y le pregunté por qué había dicho aquellas cosas de mí. 'Perdone, Milosz, me dijo, todo ha sido culpa mía'. Pero toda la literatura de Neruda, su retórica llena de palabras, me cae muy lejana.»

«No me siento en absoluto un escritor exiliado», señala Milosz, quien, sin embargo, ha pasado treinta años lejos de su país. «Pero siempre me he sentido dentro de mi país, y he hablado en polaco de temas de un polaco, y siempre he tenido un público en Polonia.» Piensa que sus libros se pueden leer, sobre todo, en su propia lengua, y, a veces, en las traducciones inglesas, y que en Francia sus libros no han tenido demasiado éxito. «En realidad no necesitaba el premio Nobel. Siempre he tenido mi público, y ahora tengo que defenderme de la celebridad. El premio ha cambiado mi vida, pero tengo que luchar contra ese cambio.» En la actualidad, trabaja en una traducción de la Biblia al polaco.

«Soy un poeta hermético, metafísico y religioso.» Y esas mismas características lo defienden de la celebridad, que para los poetas de este tipo es más bien escasa. Vuelve a contar que a su paso por París buscó algún libro de Vicente Aleixandre y no lo encontró. ¿Es la literatura polaca una literatura marginal, con cuatro premios Nobel de literatura? Después de Reymont, Sienkiewicz y Milosz, ¿quién es el cuarto? Isaac Bashevis Singer, el judío polaco nacionalizado norteamericano que escribe en yiddish. «Sí, Singer también es un escritor polaco, por lo que cuenta y cómo lo cuenta. Prefiero sus relatos, que son muy divertidos, a sus grandes novelas, que son una repetición de la gran narrativa polaca del siglo pasado.» Y, por último, confiesa su admiración por otro compatriota, Witold Gombrovicz: «Al principio, la gente no lo entendía; pero cuando lo comprendieron, el entusiasmo fue desbordante».
***
DESPERTAR

En un país de infancia recuperada entre lagrimas,
en una ciudad con latidos de corazones muertos
(todo un arrullador zurco de latidos de vuelo,
de latidos de alas de los pájaros de la muerte;
de chapaleos de alas negras sobre el agua de
muerte),
en un pasado fuera del tiempo, enfermo de
arrobamiento,
los gratos ojos dolidos del amor arden todavía
con un fuego manso de mineral rojizo, con un
triste encanto,
en un país de infancia recuperada entre
lágrimas...
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío
absoluto.

¿Por que me has sonreído en la gastada luz,
y por qué y cómo me has reconocido,
extraña muchachita de arcangélicos párpados,
de reidores, azulados, suspirantes párpados,
hiedra de noche estival sobre la luna de las piedras?
¿Y por qué y cómo, no habiendo jamás entrevisto
ni mi rostro ni mi duelo, ni la miseria
de los días, me has reconocido tan de pronto,
cálida, musical, brumosa, pálida, amada?
¿Por quién morir en la noche inmensa de tus
párpados?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío
absoluto.
¿Qué palabras, qué músicas terriblemente caducas
se estremecen en mí con tu presencia irreal,
sombría paloma de los días lejanos, tibia, bella?
¿Qué músicas en eso se estremecen durante el
sueño?
¿Bajo cuáles frondas de soledumbre antiquísima,
en qué silencio, en qué melodía o en qué
voz de niño enfermo volver a encontrarte,
oh bella,
oh casta, oh música escuchada en el sueño?
Sin embargo, el día llueve sobre el vacío
absoluto.

Versión de Lyzandro Z. D. Galtie
***
Los muertos están ebrios...

Todos los muertos se emborrachan con la vieja y fría lluvia
En el extraño cementerio de Lofoten
El reloj del deshielo hace tic tac en la lontananza
Hasta el corazón de los pobres ataúdes de Lofoten
Y gracias a los agujeros abiertos por la negra primavera
Los cuervos se ceban con fría carne humana
Y gracias al tenue sonido de la voz de un niño
El sueño es dulce para los muertos en Lofoten
Probablemente no veré jamás
Ni el mar, ni las tumbas de Lofoten
Y sin embargo están en mí, como nunca,
Este lejano rincón de tierra y todas sus penas
Vosotros desaparecidos, vosotros suicidas, vosotros lejanos
al extraño cementerio de Lofoten
–El nombre resuena en mis oídos– tan lejano, tan dulce.
Dime, en verdad: ¿duermes, duermes?
Podrías contarme cosas mucho más divertidas
Mirífica claridad, de la que mi copita de plata esté llena
De las historias más encantadoras y menos locas
Déjame tranquilo con tu Lofoten
Hace buen tiempo. En el fogón dulcemente se pasa
La voz del más melancólico entre los meses
¡Ah! Los muertos, incluso ahí los de Lofoten
Los muertos, en el fondo los muertos están menos muertos que yo

© Copyright de la traducción: Burkhard y Sergio Fritz Roa
***
El viejo día

El viejo día sin meta quiere que vivamos
Y que lloremos y nos empapemos con su lluvia y su viento.
¿Por qué no quiere dormir siempre en el albergue de las noches
El día que amenaza las horas con su palo de mendigo?

Tibia es la luz en los dormitorios del hospital de la vida;
Queridos pensamientos forman el paciente blancor de los muros.
Y la piedad que ve que la dicha se aburre
Hace nevar el cielo vacío sobre los pobres pájaros heridos.

No despiertes la lámpara, el crepúsculo es nuestro amigo,
Nunca viene sin traernos un poco de buen viejo tiempo.
Si lo echases de nuestra habitación, la lluvia y el viento
Se burlarían de su triste manto gris.

Por cierto, ah, si existe dulzura aquí abajo
Sólo puede estar en los viejos cementerios graves y buenos
Donde ya no dice sí la debilidad, donde el orgullo ya no dice no,
Donde la esperanza no atormenta más a los hombres cansados.

Por cierto, ah, allá, bajo las cruces, cerca del mar indiferente
Que sólo piensa en el tiempo pasado, los que buscan
Hallarán por fin sus almas de sonrisas ansiosas por la espera
Y los seguros consuelos de las noches mejores.

Echa al fuego este alcohol, cierra bien la puerta,
Hay en mi pecho seres abandonados que tiritan de frío.
Se diría realmente que toda la música está muerta
Y las horas son tan largas.

No, no quiero verte más como mi amiga:
Sólo debes ser algo, créeme, sumamente grato,
Humo en el techo de una choza, en el ocaso:
Tienes el rostro de la buena jornada de tu vida.

Posa tu dulce cabeza otoñal en mis rodillas, cuéntame
Que hay un gran navío, muy solo, muy solo, mar adentro;
No olvides decirme que sus luces tienen frío
Y que sus ropajes de tela le dan risa al invierno.

Háblame de los amigos muertos desde hace largo tiempo.
Duermen en tumbas que no veremos nunca jamás,
Allá muy lejos, en un país color de silencio y de tiempo.
Si volviesen, ¡cómo sabríamos amarlos!

En la taverna junto al río hay viejos huérfanos
Que cantan porque el silencio de sus almas les da miedo.
De pie en el umbral de oro de la casa de las horas
La sombra hace el signo de la cruz sobre el vino y el pan.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

***
Sinfonía de noviembre

Será igual que en esta vida. La misma habitación
—Sí, mi niña, la misma. Al alba, el pájaro de los tiempos en la enramada
Pálida como una muerta: entonces las sirvientas se levantan
Y se oye el ruido helado y hueco de los cubos

En la fuente. ¡Oh terrible, terrible juventud! ¡Corazón vacío!
Será igual que en esta vida. Estarán
Las voces pobres, las voces de invierno de los viejos suburbios,
El vidriero con su canción alternada,

La abuela encorvada que bajo la cofia sucia
Vocea nombres de pescados, el hombre del delantal azul
Que escupe en su mano gastada por la vara del carro
Y grita no se sabe qué, como el Angel del juicio.

Será igual que en esta vida. La misma mesa,
La Biblia, Goethe, la tinta y su olor a tiempo,
El papel, mujer blanca que lee los pensamientos,
La pluma, el retrato. ¡Oh mi niña, mi niña!

¡Será igual que en esta vida! El mismo jardín,
Profundo, profundo, frondoso, obscuro. Y hacia el mediodía
Habrá quienes se alegrarán de estar allí reunidos,
Gentes que no se conocían y que saben

Unos de otros sólo esto: que tendrán que vestirse
Como para una fiesta e ir en la noche
De los desaparecidos, muy solos, sin amor y sin lámparas.
Será igual que en esta vida. La misma senda:

Y (en la tarde de otoño), en un recodo de la senda,
Allí donde el hermoso camino con cautela desciende, como la mujer
Que va a cortar las flores de la convalescencia —oye, niña mía—
Nos volveremos a encontrar como antes aquí;

Y tú has olvidado el color que tenía tu vestido
En cambio yo no conocí más que algunos instantes felices.
Tú estarás vestida de pálido violeta, hermosa pena.
Y las flores de tu sombrero serán pequeñas y tristes

Y no sabré su nombre: porque en la vida conocí sólo
El nombre de una flor triste y pequeña, el nomeolvides,
Viejo durmiente del valle del país del escondite, huérfana
Flor. Sí, sí, ¡corazón profundo!, igual que en esta vida.

Y el sendero obscuro estará allí, húmedo
De un eco de cascadas. Y yo te hablaré
De la ciudad sobre el agua y del Rabí de Bacará
Y de las noches de Florencia. Estará también

El muro bajo y derruido donde dormitaba el olor
De las viejas, viejas lluvias, y una hierba leprosa,
Fría y compacta dejará caer allí sus flores huecas
En el arroyo mudo.

Traducción de Miguel Ángel Frontán

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char