lunes, 25 de enero de 2010
Espantar a los vivos es inútil
MARINA TSVIETÁIEVA
(Otro poema)
"Puse la mesa para seis..."
Te olvidaste del séptimo.
Tristes están los seis,
llueve sobre sus rostros.
¿Quién pudo, en esa mesa
olvidarse del séptimo?
Están tristes tus huéspedes,
la garrafa sin vida.
Tristes como tú, tristes
como está la olvidada.
Sin alegría, sin brillo,
hoy no comen ni beben.
Te atreviste al error, cómo pudiste:
No seis -los dos hermanos y el tercero,
y tú con la mujer y con los padres-,
sino siete. ¡Eran siete! ¡Si yo existo!
Pusiste la mesa para seis,
pero es que a seis no se reduce el mundo.
Espantar a los vivos es inútil,
quiero ser un fantasma con los tuyos.
(Con los míos...)
Como ladrón miedoso,
sin rozar tan siquiera alma ninguna.
El cubierto no puesto, yo, de frente
me siento la olvidada: soy la séptima.
El vaso de bebida se ha volcado
y todo lo que ansiaba derramarse:
sal de los ojos, sangre de las heridas,
que van cayendo del mantel al suelo.
Féretro, separación ¡ya no existen!
La mesa exorcizada y la casa despierta.
Presta como la muerte a un banquete de bodas,
soy la vida que llega, oportuna, a la cena.
No eres madre: ni hermano, ni hijo, ni marido.
Y ni siquiera amigo. Te reprocho,
cuando pusiste para seis aquella mesa,
que a mí no me dejases ni la esquina siquiera.
*
6 de marzo de 1941
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Marina Tsvietáieva nació en 1892 y se suicidó en 1941
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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