viernes, 16 de julio de 2010

Parecíase al alba

DELIA PASINI

(Buenos Aires, Argentina, 1947)


LA PARTITURA

El sol, abrigarlo de voces, de colores chillones
olvidados contra respaldos blancos.
El sol, memorarlo en latinazgos de noches de vigilia,
sobados contra el cuerpo, pensados para el olvido.
Muerte que no sobreviene,
muerte que sabe o que presiente la desazón,
el terror que los dientes mascullan ante el nombre.
Caducidad
del hombre un día que hoy yace en la camilla
de un hospital,
el cerebro inyectado por cánulas secretas,
acéfalo de sueños.

Olor a vino de esos viejos acodados en bares
que persisten en su altivez.
Tanto mármol no puede ocultar los clavos sepultando escombros.
Ruido de madera aserrada en el pajar, luterana y simple
en su coherencia de prohibiciones y de miedos.

Al rey lo decapitaron un día de septiembre cuando
intentaba huir.
El mulato proclamaba la salvación por el imperio.

El maestro creía en el progreso y debió refugiarse en el destierro.
El joven, ardoroso héroe, arrojado por la borda de un realista creyente.
Así nos fue en la Patria.

Lejos, incesantes mieses son arrasadas y vendidas
a un exterior en llamas.
¿Qué tienen ellos que ver con la prosapia?
Apenas el nombre balbuceado para imponer temor en los que asienten.
Y ese, tan lejano retumbar de laureles y glorias,
tan mezquino el don del pensamiento
donde guarecerse de bienes y nostalgias.

La enferma tenía el corazón helado de almidón y confites.
Parecíase al alba.
Algodón blanco en grises y rosa la saliva.
Atrás el tiro en la sien donde el joven malfaisante
quemó su desnudez con la sirvienta.

Ningún anglosajón para enhebrar el cuerpo trashumante.
Ningún orfebre isabelino para sostener el baldón y la gorguera.

¿Hubo épocas?
Luisa, hoy en el Bronx
si no está muerta, bajo una lápida en el césped,
seguirá coleccionando Studebakers como forma de éxito latino.
El marido manejaba un ascensor
ya olvidada la guerra.
Y ella servía a la enfermedad de la familia,
tajando reses y responsos al atardecer,
en la cocina blanca.
Luisa.
Siempre Luisa contando su desdicha,
el olor a tocino entre los dedos
y el perfume barato como ofrenda.

Morían las viejas con el rosario entre los labios.
Las palabras quedaron al borde del camino.

Como ese avión del norte, que transportaba a Luisa,
con el silencio de la sien ensangrentada,
venerando a la enferma,
esa que reza,
con un camisón blanco y la rama de olivo bendecida.

(de Día de la cólera, Títere sin cabeza)

***
I

Pingajos de carne cuelgan de los ganchos sobre el mostrador. Bacon transformado en ilustración de la galería humana. Demasiadas láminas por donde transcurrimos. Cuadro móvil colmado de expresiones de buena voluntad. Gestos de cortesía cortan el aliento, enmascaran su fetidez, convenciéndonos de nuestra inocencia. No distinguimos los crímenes verdaderos de los falsos. Atrapados por el verosímil; racionales, somos seres del absurdo. Los ojos se extasían frente a esos que miran sin ver, cubiertos de moscas que desovan en sus llagas. Alguno morirá ante las cámaras. El banquete siempre está a punto, sobre la mesa. Le fin du siecle se derrama en recetas chirles que prometen felicidad, la juventud de los cuerpos, distracción para el espíritu. El vértigo está asegurado: ninguna valse lo extenuará. Pueblos de atlantes soportan el peso de su humillación. Nos sentimos al margen, liberados. Es tiempo de impunidad.

(de De Artes y oficios)
***
JUEGOS NOCTURNOS

Los beatos Paoli conspiran esta noche
cuando cesaron las voces y sólo quedan
los ruidos de la especie: ladridos
contagiándose de puerta en puerta,
algunas ranas desde el cerco y el
eterno grillo contra una ventana.

Suavísimo tempo. Nada atenúa el agobio
siquiera el jazmín, para placer de
narices desveladas. Así lo había imaginado:
echado a oscuras en la galería, somnoliento
y sin sueños, dulzura aletargada en su
molicie, cubriéndolo de tedio y el trajín
de la noche alerta.

Historia de infamias y traiciones con su final
de absolución. Los justos triunfan en los libros
pero, ¿acaso fue feliz su muerte, él, que hizo
felices a tantos con su genio? ¿Hubo celebración
en su agonía? ¿Se consoló pensando en su legado,
fuera de todo pensamiento? ¿O era, como tantos,
un moribundo anestesiado por su propio dolor?

Sólo el llamado de animales nocturnos ronda por
el jardín. El sol se encargará de despejarlos.
Otros serán los tonos. Despertarán los pájaros
en busca de alimento o briznas para construir
sus nidos. Serán encadenados a sus amos los que
anoche aullaban en jauría. Ellos, como siempre,
harán lo imposible para sentirse inevitables.
Alguien escribirá aleccionadoras vigilias y
otro, trasnochado, preferirá la luna corriéndose
hasta el río y las hormigas haciendo su faena.
No es el momento de consumar. El tempo –suavísimo–
llega a su fin, mientras los beatos Paoli esperan,
como tantos, que alguien se compadezca de su suerte.

(de De artes y oficios)
***
V

Monstruosa intimidad donde todo se juega
en la benevolencia.
De a centavo se cotizan las confesiones.
Exploración de vientres,
de fugaces destinos contenidos
en una afirmación,
aniquilando a otros seres,
criaturas involuntarias, sin lenguaje.

Horizonte: suplicio tantálico
para los nacidos detrás de la alambrada.
Pobre y macilento jinete de esta lengua
que ni siquiera reconocemos inicial,
peregrinos del desafuero.
Grisácea y azulina inmensidad escamotea
el origen, por ilusión de interminable.

Aplicaciones sobre el paño:
si el tiempo poco conoce de labores
el realce borda una pequeña historia
a la medida de sus semejantes.
Por los rincones, el polvo de los días.
El sol ilumina las grietas de sus nombres;
siempre se omite lo esencial de algún silencio.

(de Vana apariencia de los cuerpos, De artes y oficios)
***
SOBRE LAS CREENCIAS DE UN VERANO

No sé mucho de dioses. Pero veo dedos
exprimiendo talismanes para obligarlos
a conceder. No, no sé nada de dioses
aunque mis preguntas los aludan.
¿Cómo eligen o rechazan a quiénes
salvar del sufrimiento?

La roca –dijo– no puede romperse.
Ésa es la verdad. Se eleva desde la
tierra y el mar y los domina. Se trata
–dijo– de la roca visible, audible, esa
brillante misericordia del reposo.
Alguien vive en la cúpula:
un ojo mira a través de la claraboya.
La mole corta la visión, impide
todo afán de prolongarse.

Aquí, sólo huecos cavados en la pared,
aberturas disimuladas entre los techos y las azoteas.
Las plantas, hilachas bajo el hollín, se
estiran en el aire. Sofocadas, soportan el bochorno.

El chasquido de un sobre por debajo de la puerta
interrumpe la lectura, borrando ese escenario
donde el propósito se sirve de la imaginación.
La realidad se impone, barre la catedral de piedra
vigilante del mar. Tanta desolación abruma.

(de Segunda carta, Parábola de ciegos)
***
CONSTRUCCIÓN DE LA ESCENA

Se agita el río, apariencia de mar
y en esta lejanía la beatitud se vuelve
chismorreo de comadres en el almacén
o melancolía circulando entre los vasos.
Las hojas bullen, los elementos claman para sí
un ciclo inevitable.
Mientras bienfait total humedece la piel,
tanta resignación aplasta los recuerdos.
Acaso la leña apilada en previsión de invierno
sea el mayor de los tesoros, la más grande avaricia.

El viento arremete contra un ventanal que al sacudirse
hará irrumpir las sombras. Ahítos de materia,
la realidad arrastra las palabras. Debería decir:
todo lo escrito pertenece al siglo diecinueve.
La tragedia prefigura la muerte cuando el deseo se
resuelve en la insatisfacción.

El jardín principia a pesar del verano.
El asombro puede significar la dicha
pero sólo la impiedad confiere sentido a la belleza.

(de Tercera carta, Parábola de ciegos)

Tomados de POETAS ARGENTINAS 1940-1960, Ediciones Del Dock (2006)

1 comentario:

Gabriela dijo...

Que bueno pasar por aqui
y redescubrir estas poesía.
Tendría que tener mas tiempo
para este placer!!

=)

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char