Tres poemas de ALBERTO MUÑOZ
El cordero de cencerro al cuello
El cordero de cencerro al cuello
escribía un tratado de armonía.
Schönberg llevaba una
campana similar
para no perderse.
***
Si no estuvieras presente
sacaría mi tren de lata:
¿que retires tu amor de esta casa?,
¿que te vayas?
Si no estuvieras guardando
los corpiños armaría las vías circulares
arrastrando el tren con el dedo. Que sufras al verme partir
asomado a la ventanilla de chapa
el pelo dibujado con un pincel
minúsculo.
***
LA VIDA EN LAS ESTAMPAS
Una joven japonesa entra en nuestro cuarto. Estamos asustados.
La joven japonesa es de papel, pertenece a una estampa polícroma del siglo XVIII. Estamos asustados.
Ha escapado de la composición del artista Suzuki Harunoba,
dejando a su amado decúbito supino con el falo hinchado y los ojos en blanco.
Estamos asustados.
Parte del papel de su cara está quemado y una de las piernas quedó en la
estampa por encima del noble que la penetra: ¿a qué viene esa joven a
nuestro cuarto, si somos cristianos acostumbrados a nuestras vírgenes,
que no se mueven de su sitio?
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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