domingo, 27 de diciembre de 2009
La madurez agota
Algunos poemas de MARÍA CRISTINA SANTIAGO
(Buenos, Aires, Argentina)
REFLEJO
No hay más cristal que el que se rompe
cuando nos miramos.
A veces las criadas limpian
con un paño de gamuza
la platería donde se reflejan
cuerpos vestidos de satenes.
Cada atril resplandece en oro.
Dos son los pares: ojos, candelabros
y después nadie diría
que nos hemos amado.
Adorarse es el segundo de reconocimiento
donde cada tripulante establece su faro.
Y es ese resplandor el que se imprime
en piedras del vestido. La otra pupila
no tiene más color que el que le damos.
Pavo real expándese el deseo.
La fiesta es ésta. La secreta voz del sortilegio.
Un ilusionista han contratado
y nos quedamos viendo el iris frente al iris.
Es más misterio aquel que no se toca
que, estrellada de pronto, el brillo de la noche.
Tal reluce, la noche, cual medallón antiguo
al que hemos descubierto la cabeza.
Evito transformar el boato en duelo.
Amarse no es tan fácil como parecería,
aún más si al alba las criadas
borran con un papel de diario humedecido
las huellas de los espejos.
***
El plato roto
Demasiadas palabras
frente a un plato roto.
Con precisión usás los dedos antes
que esa porcelana muestre
su fisura. Astillas en el cuerpo
y en la mano derecha el pegamento.
Seguro no es la última batalla
para integrar las partes
aunque siempre resta
vacío en el hogar
por la vajilla destrozada.
Cerrojos en la boca del estómago.
Son reliquias domésticas.
Los dedos pegoteados y esta ausencia
entre los dos pedazos.
El todo es uno y cada parte
efímera del todo.
Tu ala está plegada y cerraron
postigos. Con un pie
en el umbral y el otro en la vereda
hacés el gesto vano de atrapar una llave.
Mejor aniquilar ciertos deseos:
Ahora, reliquia de familia
no es equipaje válido.
Sería conveniente tirar
el cuerpo del delito
entre los trastos viejos.
Es tiempo que, pensamiento, te bifurques.
El simulacro ya fatiga,
sabés que hasta un palacio
muestra sus puntos flojos.
Pasar por la fisura el dedo
revela un acto todavía
más desprolijo que la muerte.
No hay culpa,
aunque insistís en reparar
lo que un juego de azar diseminara.
Mentira que ese plato
con una flor en medio, restaurada
podría tornar
prolijidad a tu cocina.
Aceptá, no tenés más sitio
que tu nombre
y ni una minuciosa tarea de artesana
devolvería la completud perdida.
Un buril cotidiano
dejó huella en tu cara.
Recuperar la eternidad
por un atajo,
procedimiento que exige su revancha.
Ni siquiera harás ruido,
al calentar con fuego la cerámica.
De sinuoso andar es tu palabra
y el vértigo voz que la define.
Una boca pierde
en la impotencia filigrana,
su llave es el mutismo.
Cuerpo a sombra, mitades
no con pegarlas se hacen calma.
***
***
COMO SI EL CUERPO FUERA UN ARMARIO
La madurez agota:
una colección de porcelana,
corales, alabastro.
Amarlos como se ama
a un ser humano.
Sofisma provocado
por el vino.
La mano está vacía.
Nadie pasó por esta playa
sin embargo alguien
debe venir
en medio de la lluvia
porque la esperanza
¨carece de principio y de fin¨
diría Parménides
y el destino es benévolo
no deja a una mujer
mirar hacia la Meca
con los ojos cerrados.
Cuando se lave de sus lágrimas
renacerá en el alba
con las uñas crecidas
y uno que otro recuerdo.
La mano
está vacía
pero tiene minúsculos
objetos
en los que se detiene
sin musitar palabra:
conchas de las Antillas,
camafeos y cartas.
La botella de vino.
El todo va creciendo
y se acumula
como la resaca y al
retirarse el agua
quedan sobre la arena
esqueletos de sueños
cerca de algunas latas.
La playa, ese desierto,
la relinga de un barco
que se agita en el viento.
Quién sabe
adonde
van los pies
de la desesperada.
¿Se internará en el agua?
¿O junta desamparo
con guijarros?
Es hora
de regresar a casa
con los bolsillos llenos
de fósiles marinos
y las manos vacías
para que vuelvan
a crecer las uñas.
Cuando se aspira
a la serena
majestad del ciruelo
amor y odio resultan
- al fin y al cabo-
fútiles caras
de la borrachera.
***
Jugar a la víctima
Lo corpóreo está sujeto al cambio.
Por eso es mejor no llorar todavía
aunque acabo de cortarme una cutícula.
Veo asombrada como las venas
dejan fluir sangre por un puntito.
Nadie diría que a partir
de la historia con sus uñas
una mujer se descascara.
Estiro hacia atrás la piel despacio,
porque en el acto sin esmero
puede la mano perder
su condición de criatura.
Un palito de naranjo, suavemente
empuja, hasta dejar al descubierto
la medialuna.
Silencio. El movimiento moderado
mediante la quietud. Sofrenar el impulso
de quitar con los dientes
el esmalte. Eso conduciría a humillación
de la tarea. Cada empresa puede sólo,
lograrse si hay cautela. Embebo copos de algodón
en acetona y el ánimo adquiere
un regocijo fugaz.
Hasta es posible descubrir
en ello, que un cierto método
mantiene el orden.
Son mis manos -me extraño- y aspiro
a que el esmalte reluzca en cada uña. Apresurarse
inútilmente sería perderme en el camino.
Por eso es necesario el trazo experto
del pincel, poco a poco.
Extiendo las manos admirada:
la obra tiene perfección, lo reconozco.
Con persistencia, es posible también
mudar las leyes que actúan
cuando hay heridas. El hilo de sangre
ya está seco y al fin en el conjunto, ni se nota,
que existe, nimio, un cortecito de alicate.
**
Acaba de salir Siempreviva, por bajo la luna editorial; es su quinto libro de poesía.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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