Un poema de 
LEONOR GARCÍA HERNANDO
(Tucumán, Argentina, 1955-Buenos Aires, 2001)
LA INTENSIDAD DE LAS VICTIMAS
 
con guantes de encaje
vienes a romper mi frente, mi aleta de nadar en la avenida 
sucia
¿qué quieres de mí, más que ese corazón 
que comes de entre enaguas?. Tu delgada cucharilla 
de plata escarba su lenta carne idiota.
No mires aún los círculos tristes de mi oído. No hables 
sobre la cabeza inclinada en el mimbre esta guillotinada 
debe todavía?     ¿cuántas monedas de púrpura fiebre?
la indigencia en túneles no es suficiente. 
Me quieres con el foco en la frente, como una muñeca de 
loza en el teatro cerrado
este estrellado cielo contra mi nuca
esta mano de tinta en el cuello quebrado
hay una intensidad en las víctimas
un esplendor en esos ojos alzados hacia el que ajusta un 
pañuelo de seda
hay una intensidad en las víctimas
en la sombría indiferencia con que levantan la frente 
cuando la piedra es lanzada desde las terrazas
una impresión de sello en lacre tibio.
He de dormir después atropelladamente             un 
automóvil plateado sobre un gato tuerto, en la ruta a 
Dolores. Lo vi hace 16 años y el gato fascinaba con su 
único ojo abierto en el pavimento ardido. En la banquina 
blanda como un arrozal, el vapor saturaba los nervios. Lo 
brutal sucede tan rápido
y ha quedado esa oscuridad del grisado asfalto extenso 
también en mi corazón
detalles en los abismos       flores que crecen rarísimas en
la pendiente abrupta          pétalos y agua fangosa que se 
estiran en un fondo atravesado         el crimen que agita las 
sienes el sol contra el agua final de ese paisaje roto, 
para que llegue descalza la intensidad de las víctimas
recuerdos que caen pesados y fatales en un deshacerse de 
plumas                      pequeño navío de velas pálidas que el 
atardecer consume suavemente
detalles            ¿sutilezas?      pequeños bocados de un pan 
rancio                  desviaciones que son desgracia sólo para el 
desgraciado.
Otros pasan rasantes sin hundirse
sólo los intensos resbalan        con la espina dorsal arran-
cada como una mala hierba de entre los pulmones, 
los dedos negros de arañar terrones y el creciente cabello 
de los muertos en la noche de una tierra partida
puedo contar algunas cosas porque he 
dormido en vigas secas         y puedo hablar de algunos 
sucesos que ocurren en las estaciones de tren al 
contemplar a los amantes que tiemblan
y puedo preguntar, sí, seguro que sí,
puedo pedir alguna explicación porque la estafa ha sido 
altísima
porque me han quitado dientes en los intervalos
y perdí papeles en autos que sangraban una luz rojiza
y puse mi rostro entre las uñas, sin poder respirar,
pedí deseando verdaderamente que me den y no me 
dieron
candelabros y fragmentos que el agua inunda bibliotecas 
en sótanos sumergidos algas en un temblor que es de 
rezo nocturno
yo no pedí venir a esta casa a esta 
división de las manos sobre materia ácida
quítenme este sombrero de paja de la 
frente       estas         enaguas estas construcciones que me señalan
quítenme ese aire confuso         ese olor a 
remedios en un cuarto cerrado y caliente              ese manto 
sobre los hombros débiles y aún así la intensidad brillará, 
su rareza será un esplendor en la noche de ráfagas su 
estación será el verano de un agua estancada
y todo por preguntar: ¿por qué somos intensas las 
víctimas?
¿por qué nos distingue el daño entre los nadadores de la 
piscina?
¿por qué vinimos al mundo para sostener un estuche de 
fósforo?
no pedí esta docilidad de las sábanas 
que cubren el cuerpo desnudo         no quise la gramilla 
del parque fisurada por fuentes de piedra
no pedí esta fiesta de rosadas flores de hule y las pupilas 
dilatadas en el calor de boleros
porque hay una intensidad en las víctimas
porque camino entre jardines enrejados con un búho 
blanco en el hombro
yo no pedí venir      no quise que los altísimos techos 
negros fueran sostenidos por columnas doradas    no 
quise esta losa grabada en mi boca
me hiere como otro alfiler clavado du-
rante mi trabajo de costura ver los labios de los que dicen 
amarme.
La intensidad sumerge las palabras que se dicen al oído 
con el musitar de un moribundo
no pedí venir bajo estos carteles que en la noche subida 
palpitan como animales cansados         no quise estos gru
-mos no besé su garganta para dormir con agua de es-
malte frío sobre los párpados. Sólo ayer dormía con un 
cuerpo olvidado sobre la hierba y tuve unos días de sere-
nidad sobre los lunares de mi pecho
y pasaron días inmensos, de frías rajaduras en los vidrios,
sin que nadie pregunte por mí, sin que a nadie aflija mi 
cabeza rapada
yo no trato con pequeños incidentes
aquí estoy        mi boca de cine mudo aguardando      su 
bermellón pastoso como una sangre reciente
la capucha de piel caída en la espalda.
En un cuenco de madera sostengo la vela de cebo 
marchito e ilumino el corredor
hay una intensidad en las víctimas
hay elegidos para la caricia 
y hay elegidos para la navaja
he dado mi luz en un pasillo que se hundía en puertas
entre esos grises deteriorados de paredes que no se 
ventilan
es intenso el pasillo de los retenidos
y es intenso y confuso el lecho de las asesinadas.
estamos abiertos           otra vez un peque-
ño y húmedo batracio de piel lisa y ojos de desnudo azu-
lejo vivo 
y sin domesticar                sin respetar los estiletes 
eran ofrendas de musgo y papeles que
se curvan al acercarles la llama de un fósforo .Todo era 
tinta que se derrama, niebla sobre el pastizal que se borra, 
cuadernos viejos de tapas arrancadas
¿Dónde estás sabor de la noche, sorpresa de los baños 
con puertas escritas por rouge, carteles flojos en un viento 
de astillas fijas? 
¿Me querías delatora?                    al fin contando las 
vergüenzas de una garganta acariciada al fin confesa
duerme sobre mi lengua, idioma que te 
pierdes en los asientos traseros de los taxis. Escombros de
mi boca. Saliva de lentos mástiles. Bandera arrancada y 
tirada sobre el cabello de los muertos.
¿Me querías de uñas esmaltadas, estúpida, de tacos 
dejados en la escalera?    ¿Me querías estimulante en una 
sábana cruda, mordiendo bordes, poseída y sin nadie?
pídele paz a esas sienes insoladas, a ese 
tajo en el vientre en la pollera ese tajo de milonga 
arrastrada
y sin domesticar       afilando tu tijera en la caja de costura.
tu cabello cae trenzado
y aún escribes inclinada contra el foco.
Todavía silvestre errabas entre mármoles
y no había suavidad, ni misales con dorados rezos, ni pena 
tenías, ni un jarro para calentar café.
Tu proximidad con el desastre era lo que tardarías en 
caer desde tus tacos de alto negro
¿para qué esa rasada tela nocturna?  ¿y las escamadas 
estrellas que se estremecen, como un desparramado pez, 
en la saliva de una boca que es noche sueño que se repite
incompleto pesadilla que habla por pasillos donde se 
apagaron las lámparas?
deja tu lengua en mi lengua como a una 
hermana siamesa                como criaturas que aman su 
imperfección.
No quiero el reposo de los que se estiran al sol, 
apretados al agua lavada de las piscinas
no confío en el pudor. Dame hambre y bestias
y corrales de piedras encajadas y páramos lluviosos con 
sombra impresa de líquenes
dame desorden       muletas que derivan en sótanos 
inundados    columnas encaladas            y piedad
quejidos en las cúpulas volcadas de la ciudad sin patria
seres expulsados de las mesas familiares, heridos entre 
el estallido de las copas, entre pocillos de porcelana que 
transparentan la oscuridad de las manos
seres sutiles       vagamente sospechosos
dame esa sangre         de los atravesados por un familiar 
cuchillo de cocina
porque no callaron cuando debían
y cayeron con un trémulo ramito de perejil entre los dedos 
que son vapor ahora         blancas desenvolturas de un 
aliento que pide.
era turbada por algunas palabras. 
Completaban mi boca con un bocado enfermo "Pañol de 
Herramientas" nombre de un cofre alto, de un sufrido 
gris resquebrajado, abierto para mostrar sus tenazas y 
filos en un orden de amputación y de encastres; olor a 
trabajo, a dedos percudidos, a madera iluminada de 
lustres, a hierros domesticados. Eran hombres convirtien-
do la materia en objetos
y yo aullaba con la frente sujeta a un vidrio de esquina 
Montevideo          lapicera fuente negra de tanque trans-
lúcido         pereza de la virtud que quiere sábanas rajadas 
como vendas        jergón donde vas a tirar tu cabello a las 
débiles arañas de cabezas ocres, cuadradas, malignas.
los ojos se derraman en una mirada 
aturdida. Las bocinas inyectan la noche de pánico. Un 
hotel incendiado se retuerce con su cúmulo de amantes 
desprovistos
escribe        hazme este reino amargo: un fruto de carozo 
verde
intenta separarte de tu piel como un reptil en su época de 
mutaciones
estás despojada de encanto
idiota de medias negras esperando el deslizamiento del 
ascensor.
Vives de esas imágenes desatadas
escribe:
era sospechosa entre los que avanzaban con el 
capote golpeando sus tobillos
era escurridiza entre arcadas, donde los hierros rojos 
se imponen como una flora menstrual
era ilusa        y aún así, las mujeres ciegas anudan 
las perlas de sus collares. Aún así, con la mano abierta 
recibías las peinetas de vidrio
otros hundimientos envolvían la 
garganta con un celofán que brillaba quejándose
en la noche algo ardía hoteles del once y algo se inundaba. 
La boca iba hacia las sienes y sonreía
el trapo sucio de la noche cubría mis piernas. Las visitas 
eran raras, con ropas enceradas, máscaras japonesas, 
extranjeros que sostenían escudillas de arroz con hongos
la patria terminaba en un pastizal 
aguado. No tenías provincia no había lengua de los 
padres, no tenías otro exilio que las altas terrazas
escribe      relata la humedad de los bordes        abismos 
donde la selva se arrastra como un animal de livianas 
vertebras      líquenes acumulados sobre la placa negra de 
un disco girante en el cráneo roto
y sin domesticar       sin pausa en el destello de la hoja de 
toledo, encofrada en un pequeño mango de madera,
sin adornar con jazmines el dormitorio
sin sirvientas en tu corazón.
era el país caluroso. Los hombres orina-
ban junto a las carrocerías                era tarde
eras extraña como un objeto de barro
la mórbida desnudez de tus ojos en las iglesias
la mantilla caída sobre los hombros de clavículas 
expuestas
una ilusión de frescura en el verano ponzoñoso
escribe     relata el pecho sofocado por fardos de calor, esa 
ilusión de pudor o de mar
dame palabras necias     escribe
nadie abrigaba la boca de tu padre en la tumba
nadie abrigaba tus cabellos fríos, lentos, amarillentos 
como un tigre
nadie acercaba el cirio de los agonizantes a tus dedos con 
fiebre.
¿por qué no dejar que la tarde circule 
como el pez de plata en la redonda pecera?
que la intemperie crezca en los techos de pizarra.
Los mimbres de la hamaca son extraños en este cuarto 
quieto; los baúles, las botellas de vidrio azul, los íconos 
que la insolación fermenta        la acumulación de objetos 
donde la belleza estuvo alguna vez
temblores en la sombra que crece
¿por qué no dejar tus cabellos vendados 
sobre las duras hojas de hiedra?.
Deja descansar mi cabeza sobre las hojas      la fría 
aspereza del verde rodeando cabellos caídos
y la suavidad del dolor que ya no espera calma
sólo el abandono del musgo en las sienes
puedo ofrecer las manos lavadas de 
anillos del inocente. Pero me alumbra rígida la lámpara 
del sospechado
confesaría cualquier crimen con tal de 
tener las hojas del sueño refrescando mi nuca
daría cualquier pista para terminar 
condenada y dormir.
Deja mi cabeza en la húmeda hiedra que crece 
arrastrada.
No tengo fuerzas para mantenerme erguida sobre el 
pupitre.
No tengo rezo para incarme en los reclinatorios.
No tengo balas para el revólver que dejó mi padre en la 
pequeña silla de mimbre.
No hay pudor para ocultar mi mentira.
Deja mi cabeza en la hierba, entre las hojas caídas de los 
plátanos,
entre el murmurado peso de las agujas de pino sobre la 
tierra sombría.
No es bueno que los amantes se acerquen en las mesas 
de mármol
deja mi cansancio en el verde que Marzo mutila
deja mi pasión en la escarcha que cubre los brotes del 
ligustro
¿para qué sonreir con un 
vidrio apartando los labios?
¿para qué esa insistencia en verter el rojo 
espeso de la copa en el mantel?
estoy para las hojas livianas del almendro,
estoy para las gruesas hojas del gomero luctuosas y sin 
perfume,
para las hojas del nogal suavemente curvas y de 
nervaduras ocres
y estoy para el silencio de los abetos cuajados de mínimas 
piñas
o puedo, extensa como la Tuya Dorada, distraerme sobre 
jardines perezosos.
No acerques mi cabeza a tu pecho. Bajo mi oído no
quiero los golpes de tu corazón; la mentira de tu vientre 
como un suelo de tablas podridas
dame la vida de los árboles que no mudan de entierro. 
Desean y persisten en un suelo aferrado como intrusos en 
un baldío visitado por el juez
botellas quebradas en una vía angosta                 paisaje de 
descuidos uñas rotas en el desastre la mano lastimada 
sin trapos para cubrirla
entre juncos móviles
cae el dulce peso muerto de las flores de almendro. Es frío 
desganado el agua que se inclina
seré estéril, sin codicia y sólo la cabeza hundida en 
líquenes será mi bienestar
ceniza floja en la corriente viva
sombra de las manos arrastradas en el limo y ese barro es 
mi vida. Es mi nombre. Es mi boca ligera, turbia, de 
agitación imbécil.
La vida no ha sido sencilla.
deja mi cabeza en la hojas. Perdona este cuerpo que tan 
temprano en la noche acaba su sangre
perdona ese grisado del agua que no golpeó piedra 
alguna; sólo se escurrió entre pieles de batracios.
Deja mi cabeza en la pendiente enredada
¿para qué fingir cuidados por un míni-
mo jarro de loza que se quebró? 
¿para qué fingir amistad con una extran- 
jera sin recursos?
quiero las moradas hojas del cerezo como un fuego en la 
redonda intemperie. Dame ese rubor. Dame esa ver-
güenza en la blusa arañada de los cuerpos NoAmados
devuelve mi espalda al yuyal de los asesinados
seré una buena chica. 
mi cabeza rodará como una perla del collar desatado
seré muda           con las pupilas dilatadas, aceitosas de 
belladona
los párpados inmóviles
los muslos excesivamente blancos sobre las hojas oscuras.
La noche es de sábanas quietas
de escarabajos que se deslizan en un aire de apretadas 
cortinas
de un perfume a pájaros; a plumas quemadas con un 
hisopo.
Arden las estrellas del puñal en el cielo alto.
Abandona mi cabeza en las hojas. 
Dame el Bosque Real de la Matanza
dame esas aguas sucias, de engangrenadas orillas, 
estancadas de drogadas serpientes
y esa hermética, íntima, pobre soledad
ese bosque brutal
donde nunca estuve con nadie
en este cuarto     en este Hotel de Pasajeros
estoy en maderas de un piso que cruje, con visitas que 
recorren el pasillo ajeno
supondrás mi vida    entre arrecifes entre piernas     entre 
pespuntes
y nada será cierto, más que este retiro sin puertas
este encono de paredes sin aire donde estuve de roces 
colmada
sin almuerzo
sin abrigo en los hombros
sin peinetas de carey
y sin otra caricia que el monte recordado, los yuyales 
fangosos, las hojas amontonadas en húmedo cieno
deja mis cabellos como algo líquido que se derrama en la 
tierra,
dame tu desamparo.
No hay amor en el barro del bosque atravesado.
de delgadas uñas de arrepentida boca 
es la caricia del amante y de un dorado casi translúcido el 
cuerpo de las botellas desparramadas en el estante.
El crimen es sólo espera reunida
nada más para anotar: esta lámina de 
objetos que se derrumban. Fulgores de un intervalo
pero,
para quién suelta su música la máquina tragamonedas?
son delgados labios sobre puertas cerradas
son intensos párpados
maletas que fermentan pañuelos bordados, ligas de encaje 
negro, un perfume intenso a mutilación.
Sobre la ráfaga un hombre alza sus dedos remotos en el 
aire
¿dice "perdóname esta mano de cercenados dedos en el 
aire"?
¿dice "mírame la herida, por favor"?
Inútil es la sombra de la arboleda. Sobre el empedrado 
el reposo es intranquilo y caliente. Otros días, miraba peces 
muertos girar en la superficie de los acuarios. Eran 
tristísimas esas escamas sangrientas,
esos verdes como aquellos ojos de mi padre,
esas desviaciones de lo que tiembla
deja esas caricias en mi garganta para 
otra noche, para otro lugar
inútil es la sombra rota de los párpados rotos en esos 
quemados ojos de mi padre
inútil el crecimiento del jazmín sobre su ceniza floja.
qué quieren de mí? 
¿qué cinta debe atar mi trenza desilusionada en la espalda 
deshecha?     ¿Qué quieren de mí?
¿cuántas líneas debe crecer el mercurio?
ya está bien. No quiero esa insolación de 
voces sobre mi nuca. No quiero pedir, otra vez, en 
susurros amarguísimos, cubierta la cabeza por sábanas 
sucias. No quiero que anochezca sobre esta arena, esta 
boca repentina
estaba entonces despidiéndome, 
dormida con el oído inclinado sobre el gotear del veneno 
y aún así sin domesticar
aún así afilando la tijera de costura
¿que quieren de mí?     qué espalda de desparramados 
cabellos   qué corza dibujada en la frente como en una 
caverna qué niebla de arrugados párpados sobre el 
pantano que no tiene orilla?
Bordes, son estos días de una tristeza 
que no se quiere vivir.
Padre, fue mucho tiempo atrás que 
éramos buenos. Tú no habías muerto
y yo era tu hija de cabellos rubios.
Padre, ¿qué apariencia tenían entonces 
las catástrofes? cuando asesinaban a un hombre en un 
descapotable 
¿qué apariencia tenían las rosas de sangre en el tapizado?
Amanece     papeles cansados rotan en el pavimento frío.
Amanece sobre estos pocos sollozos. Un baño quitará la 
sorpresa de mi corazón, quitará la intriga
padre,   ¿cuando fue que dormía sin pesadillas, sin 
muérdago en el pecho?
papá                                éramos buenos entre los 
alzamientos del ligustro        los crímenes no cruzaban el 
Puente 12      la belleza era esa ciénaga de turbio temblor, 
esas estrías de serpientes rojas en la noche de un barro 
que insiste
Es muy tarde para confesiones
es muy tarde
para ser en la arboleda que divaga, un padre y su hija.
no hay buenas palabras
nada para sonreir mientras giran los ventiladores de 
techo.
La boca arruina la espuma de los vasos.
no preguntes por la cicatriz en el dorso 
de la mano; ¿para qué iniciar una conversación?      otras 
lunas han dejado su párpado roto en el cielo sin que nadie 
acaricie su herida
sótanos para esas sombras de bocas 
huidizas 
nada que decir         como alguien que aferró su mapa de 
los túneles
así fue que estamos descorazonados
pídeme los ojos alzados sobre los vidrios. En una cámara 
nupcial estamos de espejos coronados
entre almohadas de un lupanar      ¿para qué iniciar una 
conversación?
¿para qué errar entre palabras como en arrecifes? 
abiertos como esa paloma en el pupitre      el foco 
colgante sobre las trenzas que se desatan
así fue que estamos descorazonados
y el sueño inunda nuestras sienes como terrones de un 
azúcar negro caídos en el té
un fluir hacia el terror. Nada que decir. 
Ninguna pregunta que hacer son estos años
el cabello que el viento mueve es todo lo que tiembla
¿para qué dorar la píldora?
que un farmacéutico me pida en su cama
y que sea viejo; con lentes donde yo pueda ver los reflejos 
de la vida eso estaría bien 
eso sería bueno             ¿para qué iniciar una conversación?
dime tu mentira sin agitación     igual no me importa la 
verdad
de musgo helado son las palabras de los sótanos
carne de estrellas frías
luz agria de hotel en la ruta
pobrísimas hojas de un ligustro que crece ante la puerta de 
alcobas amantes
así fue que estamos descorazonados
acariciarnos sin horror y respirar. ¿Qué recordarás de este 
tatuaje en el muslo, esta"dalia negra"?
Perfume de cosas dejadas se estiran bajo los techos donde 
las aspas del ventilador rotan en un calor fastidioso
¿para qué iniciar una conversación?
¿para qué demorarnos en un error?
almendras amargas se suceden bajo los párpados,
iguales manos alzan la capucha de piel sobre las nucas 
rapadas,
iguales alambres atan el corazón como a un animal que va 
a ser carneado.
¿qué cuento de tristeza quieres darme,
qué cal qué casa de expósitos?
Mírame la frente como a la pizarra azul de una cúpula, 
tan extraña, tan perdida en ese cielo sin compasión
¿Qué Dios pudo hacer estos sótanos      esta vulgaridad 
en las almas
qué Boca nos arrojó de la pasión?      oh, veneno que 
duras!
no me dejes sola. No te vayas de mí
feroces son los días
cabellos sin inocencia          enaguas sin temblor       lámpara 
que la tormenta agita
aletean como pájaros blancos en el espacio de un bosque 
quemado
plumas en las cenizas
así fue que estamos descorazonados
así es de sospechoso nuestro impermeable que sacude la 
lluvia. Una naturaleza muerta que mueve su aliento 
cinematográfico, su atmósfera de conspiración en almacén 
cerrado        ¿para qué iniciar una conversación?
bordo "dalias negras"        ceremonias para una muchacha 
asesinada en un sótano
nada que preguntar              nada que pedir
esquela dejas en letrinas            insinuaciones dejadas a un 
contestador automático          blues que gimen en cráneos 
vacíos como un órgano en una catedral inundada
sobreentendidos que no pueden explicar ni esos grumos 
de ceniza en el mantel
un taco de billar que se te incrusta en la sien y te arroja en
estos sótanos
así fue que estamos descorazonados
de qué hablar?     Mira mi corazón como un puño cerrado 
que quiere golpear
nada de Novios      de muchachos que te corran la silla
nada de sutiles deferencias. Aquí hay aguada para que 
descansen las bestias y sigan, en el polvo deshaciéndose; 
manada que subyuga la sed y el hastío espanta
nada que retener        un paisaje de cardos, el pobre azul 
de esas flores que dilata el calor
será que estoy triste y el estallido de vidrios en el mosaico 
acerca aquellos latidos
violáceo crespón escurriéndose entre paredones de 
curtiembres
eran otros los sótanos         eran otras
torturas
y la memoria, como un reducidor de cabezas, aprieta sus 
imágenes en cajas cada vez mas estrechas
¿qué pedir ahora que pesó tanta sombra 
sobre nuestros suaves vientres estériles?
¿qué esperar ahora? La espumosa noche 
crece como un mar de lonas negras
y son friolentos los dedos sobre las cucharas de plata, los 
dátiles, sobre el lento cabello que la lluvia ilumina 
derramado en la espalda
de tajos en la lengua son estos años, 
de paladares negros de lobos sin idioma
¿para qué iniciar una conversación?    Pídeme la vida que 
es tan poca cosa en este país
esta pampa de sótanos donde ningún Señor pregunta a 
Caín
"¿dónde está tu hermano?"
en los vestuarios permanecen encajados 
los fieltros de los sombreros, unos sobre otros,
y la sombra maquilla las sedas de un reflejo agónico.
la torpeza es el agua que alzamos con la 
mano y no alivia la rodilla raspada en escalones que se 
repiten en un ascenso carnívoro
¿existe una poética del amo y del esclavo?
¿quién es la sirvienta que limpia las manchas de sangre 
en su corazón?
ella agota sus labios en pedir y no es 
calma lo que quieren los intranquilos. Es sólo la tristeza 
que puede llevarse con un sombrero negro entre plátanos 
blandos.
Seré una desviación de pasto en la pendiente, una lengua 
de yuyal en el barro. Serán desahuciados los hombros que 
la enagua deja descubiertos
los alambres separan la uvas del pasean-
te en una tierra sembrada. Ves huéspedes donde sólo lle-
gan intrusos con linternas
vivo de escamas separadas
vivo de mutilaciones
sonriente a los pies inundados. Despierta entre casas de 
tolerancia.
no es calma lo que quieren los asfixiados
pedir macetas en el balcón       laureles en el estante de la 
cocina        un hogar sobre la nuca quebrada         algo que 
viva en las manos como un animal de fiebre
dime qué lugar en las sábanas
dime qué rezo bajo las cúpulas altísimas
dime qué final ayer y antes, cuando era una niña y ya 
pedías mi muerte
estoy sólo para ser asesinada
quiero ser tu sirvienta en el crimen
y quiero ser la criatura que hace perverso un filo.
es suave la caída del terraplén sobre la avenida. Los 
camiones saturan de faros el pavimento hasta convertirlo 
en un páramo blanco y en el deslumbramiento, el vestido 
flota como un bandera rendida
es una conversación secreta que se sorprende en la alcoba 
contigua         una lámpara volcada que comienza el 
incendio
y te marchitas en ese raspar de luces en la velocidad.
dime lo que quieres en el asfalto abierto 
como una cuchillada en la planicie
dime lo que pides, Leonor
qué buscas en la niebla, antigua, adherida al agua negra, 
pantano que desbordas
y entonces, ayer, cuando eras niña y llegaban las frases de 
las visitas desde el cuarto en que estaba la estufa
eras torpe
y las medias caídas sobre los tobillos acentuaban las 
piernas torcidas.
No querías contacto con esas bocas pintadas, con esos 
rostros afeitados del día anterior. Sus mentiras tenían la 
carne blanda de un molusco. Reían con desprecio. 
Tardaban en retirarse lo que la tarde en quitarse del 
ligustro
palabras como hojas picantes que se prensan en un cuenco 
de jade      desprendimientos de un fondo estancado, 
enjoyado de batracios        cicatrices
y atrás     días que se evaden como humo del pastizal 
quemado
atrás   atrás    los pájaros que picotean escarcha
y eras extraña y sin caricias
y pasabas las noches contando las formas romboides del 
alambre.
gallineros plumas en el calor maíz 
desparramado en una tierra gris. Pocas palabras para 
relatar esos granos, ese suelo seco y desviado hacia 
extremos del tapial    gallinas agónicas cuando atardece
y quedan goteando sangre en la noche porosa
y atrás eras niña y ya pedían tus cabellos atados. Ya 
querían olfatear tu sangre como la de un ciervo
y la tormenta comía los límites del parque. Me lavaba las 
piernas, como un amante, con una esponja embebida en 
aceite 
qué pides, leonor?     qué espera esa niña 
que miraba?   qué temor guardas?
desobedece sin temblar
eras escurridiza y lagañas de sueño hacían amarilla tu 
frente
eras vana y desprolija      retama crecida en la intemperie
torcido el delantal rígido de almidón
eras descalza en la tierra invadida de cardos
y con zapatos blancos en el parquet encerado.
no había arrepentimiento en tu boca 
y del castigo guardo la trenza, quitada al rape desde la 
nuca.
desobedece sin temblar
duerme en esas anchas maderas. Ajusta los labios otra vez 
sobre el hilo de costura. Devora tu almuerzo de arroz con 
hongos verdes
extasiada en tu pequeña soledad donde se mueven lentas 
las manos del amante. Como un disco rayado, tan antigua, 
te repites en su corazón
desobedece sin temblar. Todavía es tarde.
**
Imagen: Bajan riñendo, dibujo, Goya. Tomado de artespain.com
Para leer más de Leonor García Hernando, aquí
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo. 
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char

 
 
2 comentarios:
tremendo poema... y así empiezo este lunes que se cree martes. gracias.
Como dicen los pibes, es una masa. Salud, Irene
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