martes, 18 de agosto de 2009

Creo estar las quejas oyendo


Algunas baladas
de FRANÇOIS VILLON
(Francia, 1431-1463?)

(...) De origen humilde, conoce la miseria del último período de la de Guerra de Cien Años: hambrunas, pestes, matanzas, caos en la administración de la justicia. Tiene la suerte de ingresar a los once años a la comunidad religiosa de Saint–Benoît le Bétourné, dirigida por el eclesiástico y doctor en derecho canónigo Guillaume de Villon, cuyo apellido adoptará más tarde, y que lo ayuda a realizar estudios hasta obtener en 1452 el título de Maestro en Artes. François de Montcorbier, el futuro autor del Testamento, es un clérigo; ocupa en la jerarquía feudal un rango aventajado: depende de la Justicia eclesiástica –más indulgente que la Justicia seglar–, está exento de impuestos, puede acceder a cargos y aspirar a beneficios.
En esa época, disturbios de jocosa violencia se registran en el barrio latino. La Universidad, protegida por la Iglesia, se rebelaba con frecuencia en defensa de sus prerrogativas arañadas por la justicia laica y el poder real. Los estudiantes se dedican a descolgar letreros donde figuraban pintados animales y leyendas: "El Ciervo", "La Cerda Que Hila", "La Vaca"; y, en medio de ceremonias de fingida solemnidad y violenta alegría, casaban a los animales pintados, obligando a los transeúntes a detenerse y rendir homenaje a marido y mujer. Villon participó activamente en estos episodios.
Una batalla entre estudiantes y poder real se desencadenó cuando aquéllos se apoderaron de una piedra valiosa que servía de mojón a la residencia particular de una dama devota, Mlle. de Bruyéres –piedra que los jóvenes habían bautizado con el nombre de "El Pedo del Diablo"–. Estos trasladaron su trofeo a una calle cercana a la Universidad. La dueña denunció el hecho, los agentes de la justicia incautaron el objeto robado y lo depositaron en el perímetro del Palacio. Los jóvenes se apoderaron nuevamente de la piedra y la instalaron en el mismo lugar junto a otra que Mlle. de Bruyeres se había procurado entretanto y a la que los estudiantes dieron el nombre de "El Follón". Estos disturbios dieron como resultado la intervención de la policía municipal, la muerte de un estudiante, el cierre por un año de la Universidad y, como reparación del poder real hacia el poder eclesiástico, el puño cortado de un arquero elegido al azar entre los que habían intervenido en la pelea. Durante largo tiempo se creyó que Villon había escrito una novela narrando estos hechos. La interpretación más aceptada ahora de la estrofa que sugería esa posibilidad es otra.
En todo caso, allí terminan los estudios de Villon. Su título de Maestro en Artes no le concede mayores ventajas que su condición de clérigo menor. Para integrarse en forma efectiva a la estructura de la sociedad feudal que, de todos modos, vivía entonces el tiempo del estertor, hubiese debido seguir estudios de derecho canónigo hasta obtener el título que poseía su maestro. Entretanto, sus amigos eran los marginales de la época: habitués de tabernas de mala fama, prostitutas, delincuentes –algunos de ellos miembros de una importante organización delictiva con centro en Dijon y ramificaciones en el sur de Francia, la banda de la Coquille–.
En 1455, mata en una riña a un sacerdote. Mientras este último es llevado aún con vida a un hospital, Villon se hace curar sus heridas por un barbero a quien da un nombre falso, Michel Mouton, el del personaje al que luego aludirá con odio en la estrofa XVIII del Legado. Se aleja de París mientras sus amigos le consiguen cartas de remisión. Vuelve en 1456, y en la Navidad de ese año participa con otros amigos en el robo al Colegio de Navarra. Hay motivos para sospechar que lo que Villon está buscando en esa aventura es integrarse a la sociedad de su tiempo como poeta titular de una corte. Tiene veinticinco años, perdió la posibilidad de ocupar el casillero que el orden feudal le había señalado como suyo: ser doctor en derecho canónigo; sólo sabe rimar y robar. Su parte en el botín le permitiría llegar a Angers, donde se halla la corte del rey René, mecenas y amante de las letras. Lo consigue, pero su oferta es rechazada: graves problemas de orden político acaparan la atención de ese rey.
Será desde entonces un juglar sin suerte.
Villon trabaja con los moldes poéticos que se han ido formando a partir del propio francés en su desarrollo, desdeñando a los modelos italianos y latinos. Los excesos de su virtuosismo (ver la Balada a su Dama, cuyos versos en el texto original terminan todos en "r", en tanto que exhibe en las dos primeras estrofas un acróstico con su nombre y el de una mujer) pueden explicarse, al margen de la concepción del lenguaje como objeto natural que es parte de la mentalidad del medioevo, por su propósito de conseguir empleador en alguna corte. El autor del Testamento no conoce la metáfora. El material de su poesía es la lengua hablada de la época, el francés popular e incluso argótico, y el hablado o escrito de los trovadores, juristas y teólogos. Al revelar que esa lengua heredada puede decir lo contrario de lo que parece afirmar cotidianamente está señalando la quiebra de los mitos de la Edad Media, su sinrazón que otorga valores distintos a la prostituta y a la dama honrada, al pirata y al emperador.

Un breve fragmento del Estudio preliminar
a la edición con estudio preliminar, notas y traducción de Rubén Abel Reches, Biblioteca Básica Universal 289, Centro Editor de América Latina, 1984

**
Esta versión

La inmensa mayoría de los versos de Villon ha suscitado numerosas hipótesis; aunque varias fueron desechadas a medida que la investigación de su obra avanzaba, al lector del texto original se le ofrecen hoy varias lecturas posibles en el nivel de la literalidad, la mayoría de ellas excluyentes entre sí, a menos que se quiera suponer que el poeta logró el prodigio de escribir seis o siete poemas en uno. Pero el traductor debe elegir en cada caso la hipótesis que le parezca más acertada o más sugestiva, y recurrir a la redacción de notas para dar cuenta de otras probables.
Nuestras anotaciones, de todos modos, tampoco ofrecen la totalidad de las hipótesis existentes y posibles. Para elucidar el sentido literal de muchas estrofas y agregar elementos históricos o biográficos que las ajustan hemos recurrido a la glosa. Sin duda, e involuntariamente, en más de un caso hemos incurrido en explicar lo evidente.

Rubén Abel Reches
***
Poesías incluidas en "El testamento"

Balada de las damas de antaño
Traducción de Rubén Abel Reches

Decidme en qué comarca, decidme en dónde
encontrar a Flora, la beldad romana;
dónde Archipiada de la luz se esconde
y Thaís que fuera la su prima hermana;
Eco condenada a repetir, lejana,
el cantar del agua, del monte el ruido,
que tan bella fue cuando lo quiso el hado;
mas las mismas nieves del año pasado
¿adónde se han ido?

Decid dónde Heloísa está, la tan juiciosa,
por quien fue castrado y enclaustrado luego
Abelardo el Sabio en Saint–Denis famosa:
pagó con tal pena su imprudente fuego.
¿Dónde aquella reina está, asimismo agrego,
quien a Buridán, que la hubo poseído,
quiso que arrojaran al Sena embolsado?
Mas las mismas nieves del año pasado
¿adónde se han ido?

La reina Blanca como flor de lis
que con falsa voz de sirena cantaba,
Berta la del gran pie, Beatriz, Alís,
Haremburgis que en todo el Maine reinaba,
y la lorenesa Juana, buena y brava,
que en Rouen quemara el Inglés forajido,
Virgen soberana ¿dónde se han guardado?
Mas las mismas nieves del año pasado
¿adónde se han ido?

No buscaréis, Príncipe, año ni semana
un oculto sitio al que hayan escapado
sin que mi estribillo cante en vuestro oído:
"Mas las mismas nieves del año pasado
¿adónde se han ido?".

Notas
Con las siguientes estrofas introduce Villon a esta balada y a las dos siguientes:

Sé que a famélicos y a ricos,
a sabios, locos, curas, laicos,
nobles, villanos, grandes, chicos,
bellos, feos, buenos, y avaros,
a damas de alzada esclavina,
de bonete o altos peinados,
su condición sea cual fuere,
los va la muerte devorando.

Y así sea Paris o Helena,
el que muere, muere sufriendo:
sobre su corazón estalla
su propia hiel, pierde el aliento;
después suda ¡Dios qué sudores!
y nadie puede socorrerlo,
que entonces no hay hijo ni hermano
que le quiera canjear el cuerpo.

La muerte lo hace temblar, lívido,
le hincha las venas, le hincha el cuello,
le afloja la carne, le agranda
los tendones que unen los huesos...
¡Oh, tierno cuerpo femenino!
¿Deberás sufrir tal tormento?
¿Tú, pulido, dulce, y precioso?
Sí, o subir vivo a los cielos.
*******

Balada en vieja lengua francesa
Traducción de Rubén Abel Reches

Porque también el Santo Padre,
con amito* y alba cubierto,
ceñido con estolas santas
con las que coge por el cuello
al diablo que maldad rezuma,
muere igual que se muere un lego:
una brisa suave lo arranca:
seres son que se lleva el viento.

Y también de Constantinopla
el Señor de dorado yelmo,
o de Francia el Rey generoso
que sembró iglesias y conventos
en honor a Dios, y que ha sido
el más glorioso de los nuestros,
si en su tiempo los adoraron
seres son que se lleva el viento.

Y asimismo el Delfín de Vienne
y Grenoble, el prudente, el fiero,
o de Dijon, Salins y Dole
el Señor y su hijo heredero,
o su gente misma, sus cortes,
pese a todo lo que engulleron,
sus escuderos, sus heraldos,
seres son que se lleva el viento.

Van los príncipes a la muerte
como el clérigo y como el siervo,
y así se enfaden o entristezcan
seres son que se lleva el viento.

Notas


El Señor de Constantinopla: puede tratarse de Alfonso, conde de Eu, que estaba enterrado en París; su estatua era de cobre dorado.
El Rey generoso de Francia: se trata, seguramente, de San Luis.
El Delfín de Vienne y Grenoble es Luis XI, que estuvo al frente del Delfinado hasta la muerte de su padre en 1461.
El Señor de Dijon, era el duque de Borgoña.
*amito: lienzo fino que el sacerdote se pone sobre los hombros para oficiar.
***

Los lamentos de la Bella Armera
Traducción de Rubén Abel Reches

Creo estar las quejas oyendo
de la que fue la Bella Armera;
ella querría aún ser joven...
Parece hablar de esta manera:
–¿Por qué tan pronto me venciste,
vejez cruel y traicionera?
–¿Qué me ata que no me hundo el hierro
que esfumaría mis miserias?

Me arrancaste lo que Belleza
me otorgara para que reine
sobre clérigos y esclesiásticos,
sobre señores y burgueses.
No había entonces hombre muy cuerdo
que sus bienes no me cediese
con tal que lo único le diera
que de la puta nunca obtienen*.

¡Y a cuántos hombres lo negué
–¡era entonces tan poco sabia!–
por un muchacho más que astuto
a quien encadené mi alma!
Disimulaba con los otros;
¡a él, Dios mío, cuánto lo amaba!
Y me zurraba sin embargo
y me quería por mi plata.

Mas por mucho que me golpeara
yo nunca lo dejé de amar,
y aunque me hubiese dado azotes
el dolor me hacía olvidar
con sólo reclamarme un beso.
Ese demonio, ese truhán
me abrazaba y... ¿Qué guardo de esto?
Vergüenza y pecado, no más.

Hace treinta años que está muerto
y yo, vieja, canosa, sigo.
Cuando me acuerdo de otros tiempos
y desnuda cuando me miro
y me veo tan diferente
(¡qué horrenda soy!, ¡qué bella he sido!)
encogida, marchita, flaca,
me tengo rabia porque vivo.

¿Qué se hicieron mi lisa frente**,
mis cejas y cabellos rubios,
mis ojos de mirar travieso
con que atrapaba a los más duros,
esa nariz recta y mi rostro,
mi rostro que ahora en vano busco,
mis orejas blancas y firmes
y mis labios de un rojo puro?

¿Mis hermosos pequeños hombros,
largos brazos y manos finas,
pezones chicos y caderas
altas y sólidas, propicias
para batallas de amor largas
y, sobre todo, eso que hacía
dichoso al hombre entre mis muslos
bajo el jardín que lo escondía?

La frente ajada, blanco el pelo,
apagados los ojos que ayer
lanzaban rientes miradas
al pecho del noble y del burgués,
la nariz corva y las orejas
colgando velludas y también
del rostro huidos los colores
–si labios tiene, no se ven–

¡en eso para la belleza
humana! Manos contraídas,
brazos cortos, varias jorobas
entre los hombros distribuidas,
resecas están ya las tetas,
asco da eso que daba dicha
y los muslos amoratados
antes que muslos son salchichas.

Así juntas nos lamentamos
algunas pobres viejas tontas
sentadas sobre nuestras grupas
y acurrucadas en la sombra
junto a un fuego de pajas malas
que se apaga al viento que sopla.
¡Y en un tiempo fuimos tan bellas!
Así habrá de pasarles a todas.

Notas
Villon introduce el tema de las miserias de las putas viejas con la siguiente estrofa:

Esas también viejas putuelas
que al ver, hambrientas ya y temblando,
cómo requieren a las mozas,
van por lo bajo preguntando
al Señor qué razones tuvo
de hacerlas nacer hace tanto.
El Señor calla, que bien sabe
que en tal debate es derrotado.

La Bella Armera, cortesana célebre y bella, amante de un hombre de inmensa fortuna, conoció en su vejez el calabozo. Vivía aún durante la juventud del poeta y, aunque decrépita, se la seguía llamando "La Bella Armera". Esta hermosa mujer aparece documentada a finales del siglo XIV; en 1456 tenía más de ochenta años. El apelativo que se daba a las cortesanas evocaba en general el oficio que ejercían antes de consagrarse a la prostitución, o el de sus maridos. En este caso Armera (Heaulmiere), el término francés debe relacionarse con la mujer que hace o vende yelmos; en sentido más amplio, sería la vendedora de cualquier tipo de armas. También podría ser naturalmente la mujer o dependienta del fabricante o vendedor de armas.
*Es decir, el amor auténtico.
**El retrato ideal de la mujer hermosa sigue bastante de cerca las Retóricas medievales; el lector recordará algún ejemplo, como el retrato de María Egipcíaca (joven y vieja) en el poema español de su vida (Vida de Santa María Egipcíaca) o la descripción paródica que hace el Arcipreste de Hita de la serrana de Tablada (estrofa 1.010 y siguientes). Nótese que la descripción comienza en la cabeza y desciende paulatinamente, según la tradición de los cantos primaverales. A continuación y frente al retrato de la juvenil belleza, Villon contrapone el de la vejez.
Tomado de http://www.elortiba.org/villon.html

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char