domingo, 18 de abril de 2010
No dejaremos ruinas
EDUARDO D’ANNA
(Rosario, Prov. De Santa Fe, Argentina, 1948)
YÉNDOSE A LA CAMA
Tanta magia tanta voluntad
debe atravesar la oscura noche
igual que un camión sin luces
perdiéndose en el camino.
***
FINALIZAN LOS POEMAS
Paseando por las suaves colinas
llenas de árboles recién plantados
que serán mañana los bosques
de los dioses, se siente
el olor a humo. El dulce
olor a ahumado que viene
de las chozas, que anuncia
la estación donde las armas
se guardan y se preparan.
El otoño hitita comienza.
***
NO DEJAREMOS RUINAS
No dejaremos ruinas.
Los terremotos
no cubrirán nuestras ciudades,
las preservaremos. El mar
no subirá ni bajará.
Si hubiera, eventualmente,
que mudarse, se harán
las operaciones inmobiliarias
correspondientes para
que no quede piedra
sobre piedra.
Todo papel que hable
del viejo sitio se romperá,
se pudrirá, se mezclará
indiscernible con la tierra.
Los diskettes no serán operables
si hablan de ese lugar.
Pero no habrá ruinas.
***
FRECUENCIA DE LOS DIOSES
El viento es el aliento de Diana
más aquí, cerca del Monte Ida,
que en el bosque de eucaliptus
del Club Mitre, en Pérez, el año
Cincuenta y nueve?
***
CÁSCARA
Todo lo hermoso está
en haberse registrado
en su propia forma.
La muerte como algo
planeado desde hace mucho,
la flor ha partido.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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