domingo, 11 de julio de 2010

Ni una pluma sacudía

EDGAR ALLAN POE
(Boston, EE.UU., 1809-Baltimore, id., 1849)

El cuervo


Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
Sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
Inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
A mi puerta oí llamar;
Como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
Mano tímida a tocar:
"¡Es –me dije– una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más!".

¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
Y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
Procurando en vano hallar
Tregua a la honda desventura de la muerta Leonora;
La radiante, la sin par
Virgen rara a quien Leonora los querubes llaman, ahora
Ya sin nombre... ¡nunca más!

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
Me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
De tal modo que el latido de mi pecho palpitante
Procurando dominar,
"¡Es, sin duda, un visitante –repetía con instancia–
Que a mi alcoba quiere entrar:
Un tardío visitante a las puertas de mi estancia...,
Eso es todo, y nada más!".

Poco a poco, fuerza y bríos fue mi espíritu cobrando:
"Caballero, dije, o dama: mil perdones os demando;
Mas, el caso es que dormía, y con tanta gentileza
Me vinisteis a llamar,
Y con tal delicadeza y tan tímida constancia
Os pusisteis a tocar,
Que no oí", dije, y las puertas abrí al punto de mi estancia:
¡sombras sólo y... nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
Quedé allí –cual antes nadie los soñó– forjando sueños;
Mas profundo era el silencio, y la calma no acusaba
Ruido alguno... Resonar
Sólo un nombre se escuchaba que en voz baja aquella hora
Yo me puse a murmurar,
Y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora...!
Esto apenas, ¡nada más!

A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
Pronto oí llamar de nuevo, esta vez con más violencia:
"De seguro –dije– es algo que se posa en mi persiana,
Pues, veamos de encontrar
La razón abierta y llana de este caso raro y serio,
Y el enigma averiguar:
¡Corazón, calma un instante, y aclaremos el misterio...:
Es el viento, y nada más!".

La ventana abrí, y con rítmico aleteo y garbo extraño,
Entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
Con aspecto señorial,
fue a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
Sobre el busto que de Pallas representa,
Fue y posóse, y ¡nada más!

Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
Con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
Y le dije: "Aunque la cresta calva llevas, de seguro
No eres cuervo nocturnal,
¡viejo, infausto cuervo oscuro vagabundo en la tiniebla...!
Dime, ¿cuál tu nombre, cuál,
En el reino plutoniano de la noche y de la niebla...?".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
Si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
Pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
Que lograse contemplar
Ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
Ave o bruto reposar
Sobre efigie en la cornisa de su puerta cincelada,
Con tal nombre: "Nunca más".

Mas el cuervo fijo, inmóvil, en la grave efigie aquélla,
Sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
Vinculada, ni una pluma sacudía, ni un acento
Se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: "Ya otros antes se han marchado,
Y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
"No hay ya duda alguna –dije–, lo que dice es aprendido;
rendido de algún amo desdichado a quien la suerte
Persiguiera sin cesar,
Persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
Sus canciones terminar
Y el clamor de su esperanza con el triste ritornello
De: ¡Jamás, y nunca más!".

Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
Mi sillón rodé hasta el frente de ave y busto y de cornisa;
Luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
Dime entonces a juntar,
Por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
De un pasado inmemorial,
Aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso,
Al graznar: "¡Nunca jamás!".

Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
Cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más –sobre cojines reclinado– con anhelo
Me empeñaba en descifrar,
Sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
Luminosa mi fanal,
Terciopelo cuya púrpura ¡ay! jamás volverá ella
A oprimir, ¡ah, nunca más!

Parecióme el aire, entonces, por incógnito incensario
Que un querube columpiase de mi alcoba en el santuario,
Perfumado. "¡Miserable ser –me dije–, Dios te ha oído,
Y por medio angelical,
Tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
Te ha venido hoy a brindar:
Bebe, bebe ese nepente, y así todo olvida ahora!".
Dijo el cuervo: "Nunca más".

¡Oh, Profeta –dije– o duende!, mas profeta al fin, ya seas
Ave o diablo, ya te envíe la tormenta, ya te veas
Por los ábregos barrido a esta playa, desolado
Pero intrépido, a este hogar
Por los males devastado, dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamás a hallar
Algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

"¡Oh, Profeta –dije– o diablo! Por ese ancho, combo velo
de zafir que nos cobija, por el sumo Dios del cielo
A quien ambos adoramos, dile a esta alma dolorida,
Presa infausta del pesar,
Si jamás en otra vida la doncella arrobadora
A mi seno he de estrechar,
La alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora...",
dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

"¡Esa voz, oh cuervo, sea la señal de la partida
–grité alzándome–, retorna, vuelve a tu hórrida guarida,
La plutónica ribera de la noche y de la bruma...!
¡De tu horrenda falsedad
memoria, ni una pluma dejes, negra! ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! ¡De mi umbral tu forma aleja...!"
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
Sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura....
Y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
Las visiones ve del mal;
Y la luz, sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral.
Y mi alma de esa sombra en la que él flota... nunca
Se alzará... ¡nunca jamás!

(1887)
"El cuervo". Las campanas. Primitivo Gayo Editor, Buenos Aires, 1950
Versión de Juan Antonio Pérez Bonalde (Caracas, 1846-La Guaira, 1892)
Cortesía de Jorge Aulicino
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Imagen: Sun and moon. Escher. Tomado de http://hibai83.files.wordpress.com/2009/02/sun_and_moon_escher_njr.jpg

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No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char