LA LIMPIEZA DE LOS ESTABLOS DE AUGIAS
Augias, rey de Elida, poseía más de 3.000 bueyes, que permanecían en establos inmundos, y no aseados por más de 30 años. Se encomendó a Hércules que limpiara tal muladar, a cambio de la recompensa de 300 bueyes. La montaña de estiércol encostrada en esas cuadras representa lo innoble que se anida muy a sus anchas en nosotros, y que no se evidencia mientras no sea tocado en sus intereses por una fuerza contraria y elevada. Hércules sabía que nada puede ser limpiado sin antes encauzar hacia la inmundicia o fiemo la corriente capaz de depurarla. Es decir, para cambiar el contenido de lo obscurecido, que hasta el presente ha extraviado al discípulo buscador de verdad, impulsándolo por derroteros contrarios a sus propósitos, es preciso empaparlo con esa luz de Oriente, que queme, funda, y limpie su detritus, tal como lo haría el impetuoso caudal del río Alfea, que Hércules desvió para perforar las gruesas murallas de los establos de Augias y arrastrar la inmundicia. El hombre común reproduce un estilo de vida reiterativo, que automáticamente copia de su entorno, fincando en este subproducto su eventual desarrollo. Resulta inevitable, entonces, que este hombre autómata descubra, cuando ya ha recorrido cierta etapa de su vida, que lo que ha aprendido ha sido la enseñanza desgajada de un programa artificial y maquinal, que infló sus cáscaras de vanidad y orgullo. Allí, en esa superficie vana, están aposentados y pastando los tres mil animales vivos de los establos de Augias. Estas 3.000 bestias se nutren de su mesonero, el hombre robótico, de él extraen las energías suficientes para dar nacimiento a rotativas formas emocionales y mentales de pesada estructura, a sensaciones que, vividas por el hombre, entregan a estos parásitos el contenido obscurecido que los alimenta y les permite dirigir a este hombre dormido. Este durmiente, privado de la luz, se forma una falsa personalidad que detiene su proceso de elevación y veraz conexión con los planos superiores. Una vez que el aprendiz ha atenuado la atenazante tenebrosidad de su ser inferior, está en condiciones de avanzar hacia su ser interno, y se hace apto para atraer la superior luminosidad de Oriente. Despertará sus fuerzas adormidas y hará circular en sus entrañas el oro líquido que disolverá cada mole que entorpece la natural eclosión y fluidez de su esencia escondida.
©Apiano León de Valiente
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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