BÁRBARA BELLOC
(Buenos Aires, Argentina, 1968)
()
puro
dueño del tiempo
puro.
saeta que no se detiene
ante la sombra
luminosa
de la piedra:
a tus aguas mis deseos son
como moscas,
espuma,
halo de espuma.
***
De Célsica:
26.11
Soy de vocación lavandera. A la mañana temprano, el mediodía o pasada la medianoche lavo la ropa a mano, con agua de la manguera al costado de la rejilla y enjuagándola contra las baldosas como una piedra. No canto en voz alta, pero canto mentalmente alguna melodía del momento, que siempre cambia y me gusta. A veces lavo en silencio, mejor si es de noche, y escucho el rumor del agua en la tela, el calado del desagüe y el silbido de garganta de la cañería. Llegar a la soga y ver la hilera de ropa como un cuadro vivo colgado para nadie, al aire los colores, las siluetas, los breteles, la flor negra flotante, me da pena de soledad aunque la luna llena la cuide y se vaya. ¿A mí, alguien me cuida? Supongo que vos, a distancia. Vos, a quien tanto me cuesta dejar en paz y hacer aparte.
***
14.10
Por ahora, las fantasías bastan y sobran para tenerme en pie. Como un coco bebe la savia de la palmera y tiene sueños que ni en sueños intuyo. Como pasar el día entero con un amante y refrenar el deseo, el día entero, para confesarse verdades completamente inciertas.
***
Manifiesto
Caminos, caminos y caminos. De polvo, polvo rojo, ceniciento, polvo de estrellas; de grava; de pedruscos; de tierra negra. Senderos en el pasto, en las selvas y en los bosques. Caminos descubiertos al andar sin rumbo. Rutas pavimentadas, cortadas y en construcción; carreteras y sistemas de puentes. Puentes levadizos. Túneles. Cavernas abiertas en ambas caras de la montaña como los tránsitos de un topo. Lechos de ríos corrientes y secos. A campo traviesa. En la pampa. En las cascadas. A cielo llano, rival y espejo. Al azote de una tormenta. Por el cañón, de noche. En suelo antediluviano. Entre las plantaciones de maíz y de bananos. Por los bambúes, a machetazos. Tras la huellas de los zorros en la nieve. Sobre el hielo. Sobre las hojas crujientes de oro. Cuesta arriba. En basurales y desarmaderos de autos. En la huerta que fue mía. Entre mi casa y la tuya, la suya y las de otros. De la cocina a la cama. Por las calles y sus continuaciones. En terrenos expropiados y baldíos. Hasta el puesto, la tranquera, la terminal y el aeropuerto. Hasta caer rendida de cansancio. Por la ruta del café, la ruta arqueológica, la ruta criolla y la de los fundadores y sus monumentos. Por la línea de la costa. En la pasarela sobre el estero. En el monte cerrado de espinos y cactus. En la selva altísima, con magnolias y cocos e hibiscus suspendidos en el aire para alegría de los monos. Al pie de las lianas. Arriba de las nubes. En barranca. Entre estuarios. Entre raíces. Siguiendo la manada de alces. Por el imperio del Inca, en línea recta. De isla a isla. Trazados, o a tientas, en el desierto. En playas de arena blanca, tibia y suave; de arena gruesa y fría, conchillas, parvas de caracoles. En una playa de arena negra. En mesas de piedra pómez. Entre multitudes y concentraciones. Marchando en protesta. En gruesos macizos. Pisando sal. A nado, en deltas. En busca de donde podrían desovar los salmones. Con ayuda de las manos. Sola, en pareja. Con amigos, con extraños. Sobre el vacío, por caminos colgantes de soga. Sobre lenguas heladas de lava. Al lado de las vías del tren. Antes de ir a dormir. Después del huracán, con tres secciones de árboles volteados enteros en la ruta, una mata verde y compacta hasta las rodillas, un laberinto fragante a andar con los ojos cerrados antes del amanecer. En ayunas. Comida. Por las placas de piedra donde anidan las águilas. Por los pirizales y las sabanas. Subterráneos. Arcillosos. De cornisa. Tupidos de bromelias. Contracorriente. Contra remolinos de arena. En los mares. En la bahía. Al sol que abrasa y la brisa, aire de la luna. Leche de la luna.
***
De Espantasuegras
1
La casa en llamas
Lo poco o mucho que hubo:
corazón de ceniza
Esta tarde leo a Adorno como si leyera las cartas póstumas de mi padre, si mi padre hubiera sido
visionario, célebre y furioso. Lo leo como un secreto familiar se lee en voz alta o se rompe un
pacto de palabra. Miro a los costados: la cantidad de papel impreso que tiro a la basura me
revuelve el estómago. Pienso: debería ser inversamente proporcional a lo que escribo, o no ser
nada. Leo a Adorno. Y mientras tanto repito: Adorno, Adorno, Adorno... como un ronroneo. Lo
leo espantada, tan espantada que a cada rato dejo el libro y ando por la casa vagando,
espantando a las arañas con un plumero. Y vuelvo. A encontrar un mensaje que creo dirigido a
mí y, más allá del asombro, bien interpretar por: una cuestión de consanguinidad. (¿?) Léase: leo
a Adorno como si recordara (como recuerdo) los acordes de la Tercera Sinfonía de Brahms, que
mi padre me asegura que le pedía una y otra vez en la infancia, con Bartok, Górecki y Saint-Saëns,
y no las brumas de sinusoidales y los engranajes rotos que día y noche sí mecían la casa como un
barco ebrio en el mar de la musique concrète. Adorno, ¡vaya decorado! ¿Me vas a decir que
acaso no sabías que la música hace estragos? ¿Que la música que se escucha en el vientre de la
madre no hace mella en el feto que no es sino todo oídos, huevo-sin-cáscara? Importa poco.
Esta tarde leo a Adorno como un biólogo lee un programa de forestación artificial en el ojo de un
claro de una selva en peligro, en el tercer mundo, en este mundo, cuando la flecha del tiempo
clava el cartel en la corteza del árbol: SE ACABÓ. O como un huérfano cae a pique sobre las fotos
de sus muertos en busca de aquello que lo desate de su pena. O como un minero japonés que
apila una piedra, y otra, y otra más. Algunos hablan de la guerra, otros de quién será el soberano.
La sombra vengadora está en la sombra y se despereza. Ahí viene. Adorno, Adorno, Adorno,
Adorno: tu nombre es fósforo Fragata prendido al borde de un terrenito de provincia en sucesión
perpetua. Dice el testamento: "El único pensamiento no ideológico es el que intenta llevar la
cosa misma al lenguaje que está bloqueado por el lenguaje dominante". De noche duermo y
sueño con un campo que es una partitura de vacas que mugen cosas que entiendo.
Después del saqueo: el pozo está vacío.
(potus)
Theodor W. Adorno: Crítica de la cultura y la sociedad.
***
8
Yacaré
¡Yacaré!
La ley cae con todo su peso en el vacío. El padre tropieza y cae en un pozo ciego, ensueños. El deseo hace de su víctima un pelele y cae en el lugar común. La madre cae en el olvido del que dichoso huye de ella por deseo. Los hijos naturales son expulsados de la cultura familiar y caen en vicios innombrables y/o erráticas tendencias. La ciencia no tiene respuestas a tantos interrogantes y recae en megacanje: valores de alguna clase por hechos derechos y torcidos. Tu mente cae en el error constantemente. Tu alma cae tentada. Lo demás, como las hojas del sauce.
Sigmund Freud: La decepción de la guerra
**
Imagen tomada de nocheshumbert.blogspot.com
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
1 comentario:
adoro.
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