viernes, 8 de octubre de 2010

Yo y mi cantimplora interior

Uno nuevo de OSVALDO BOSSI

Camellos


Aquella noche, al dormirme
soñé que era un extraño camello
dejando sus huellas claras y pesadas
sobre un hermoso desierto que no se sabe
adónde empieza ni dónde termina,
el pecho en alto bajo el cielo estrellado
o el sol que orla, como un anillo de oro implacable,
la cabeza de esos niños que se alejan
(demasiado temprano o demasiado tarde)
bajo una nube de pensamientos:

yo y mi cantimplora interior,
los grandes ojos acostumbrados a lidiar
con toda suerte de espejismos, contento
(como ahora, por ejemplo) de ver otra vez
a ese muchacho tan querido por mí
avanzando a través de las dunas
con su pañuelo en el cuello y su gorra
de legionario: aliviado (¡como si no lo conociera!)
por el sólo hecho de volver a tenerme.

Yo y mi joroba casi perfecta,
y mis pestañas largas y aterciopeladas
apartando (grano por grano, con una paciencia
infinita) enormes o pequeños saharas
que parecen de arena y son, en realidad
pura sombra… Pero qué importa,
qué puede importar todo eso, ahora.

La luna —como siempre— estaba ahí,
y yo por supuesto también estaba
ahí, adelante, deteniéndome cada tanto
al lado de un fueguito fatuo, capaz
de atemperar la noche más larga y más fría
del universo, para luego pensar, simplemente,
como deben pensar todos los camellos
a cierta hora: Dios mío, todo esto es mejor
que atravesar el ojo de una aguja.

**
Del libro que acaba de salir: Esto no puede seguir así
**
Se pueden leer otros poemas de Bossi aquí

2 comentarios:

Paula Aramburu dijo...

leo los poemas de osvaldo hace tiempo, pero éste tiene un tono, una cadencia, y un trabajo con las imágenes que no había visto antes en él: o algo está variando en su escritura, o yo empiezo a escuchar otras cosas...
gracias, irene!! un fuerte abrazo.

Irene Gruss dijo...

Gracias a usted; abrazo, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char