sábado, 23 de mayo de 2009

Lugar común


Fernando Antonio Nogueira Pessoa
(Portugal, 1888-1935)

Álvaro de Campos, heterónimo de Fernando Pessoa
Crédito: Pessoa, por Hermenegildo Sábat

Tabaquería

No soy nada.
Nunca seré nada.
No quiero ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
Del cuarto de una de las millones de personas del mundo que nadie conoce
(Y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)
Miran hacia el misterio de una calle atravesada constantemente por la gente,
Hacia una calle inaccesible para todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, verdadera, desconocidamente verdadera,
Con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los seres,
Con la muerte que produce humedad en las paredes y cabellos blancos en los seres,
Con el Destino que conduce la carroza del todo por la carretera de la nada.
Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviera a punto de morir,
Y no tuviese otro vínculo con las cosas
Que no fuera una despedida, convirtiendo a esta casa de este lado de la calle
En la hilera de vagones de un tren, con la partida silbada
Desde dentro de mi cabeza
Y una sacudida de mis nervios y huesos que crujen durante la salida.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad hacia
La Tabaquería del otro lado de la calle, como algo real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como algo real por dentro.

Fracasé en todo.
Como no tuve ningún objetivo, tal vez todo fuera nada.
Del aprendizaje que me dieron,
Me descolgué por la ventana trasera de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos,
Pero allá sólo encontré hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Dejo la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué sé yo de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Seré lo que pienso? ¡Pero pienso en ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan en ser la misma cosa que no puede haber tantos!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sus sueños tan genios como yo,
Y la historia no reseñará, ¿quien sabe?, ni siquiera a uno,
De tantas conquistas futuras quedará apenas estiércol.

No, no creo en mí...
¡En todos los manicomios hay locos perdidos llenos de certezas!
Y yo que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cuerdo o menos cuerdo?
No, ni en mí...
¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
No habrá en este momento genios-para-si-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
–Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas–,
Y quién sabe si realizables,
Nunca verán la luz del sol ni llegarán a oídos de nadie?


El mundo es de quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que Napoleón.
He apretado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo.
He pensado en secreto sobre filosofías que ni siquiera Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre sólo el que tenía cualidades:
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pié de una pared sin puerta,
Y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapiado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Que derrame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
Su sol y su lluvia, el viento que encuentra mi cabello,
Y lo demás que venga si es que viene o vendrá, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
Pero despertamos y es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Junto al sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(Come chocolates, pequeña;
¡come chocolates!
Mira que en el mundo no hay más metafísica que los chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que una confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Ojalá yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que comes!
Sin embargo yo pienso, y después de retirar el papel de plata, que es de estaño,
lo tiro todo al suelo, como tiré la vida.)

Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico destruido hacia lo Imposible.
Al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el gesto amplio con el cual arrojo
La ropa sucia que soy, sin recibo, al transcurrir de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
Ya seas diosa griega, concebida como estatua viva,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, muy gentil y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,
O cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
O algo moderno –no puedo imaginarme qué–
Todo eso, sea lo que fuera que seas, si puede inspirar, ¡que inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como invocan espíritus quienes invocan espíritus me invoco
a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo eso me pesa como una condena al destierro,
Y todo eso es extranjero, como todo).


Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Le miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca viviste ni estudiaste ni amaste ni creíste
(Porque es posible basar la realidad en todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como una lagartija a la que le cortan la cola
Y sólo es una cola removiéndose, más acá de la lagartija.


Hice de mí lo que no supe.
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
Vestí un dominó equivocado.
Después me conocieron por quién no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba borracho, ya no sabía vestir el dominó que no me había quitado.
Tiré la máscara y dormí en el guardarropa
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo.
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.


Esencia musical de mis versos inútiles,
Ojalá pudiera descubrirte como algo hecho por mí,
Y no me quedase siempre frente a la Tabaquería de enfrente,
Pisoteando la conciencia de existir,
Como si fuera una alfombra en la cual tropieza un borracho,
O una esterilla que no valía nada robada por los gitanos.


El dueño de la Tabaquería se asoma a la puerta y se queda en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de una cabeza torcida
Y con la incomodidad de un alma que está malentendiendo.
El morirá y yo moriré.
El dejará su letrero y yo dejaré versos.
Algún día también morirá el letrero, y los versos también.
Después de ese día morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta giratorio donde ocurrió todo esto.
En otros satélites de otros sistemas algo similar a la gente
Seguirá haciendo cosas como los versos y viviendo debajo de cosas como los letreros,
Siempre una cosa frente a la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio de los profundo tan verdaderos como el sueño del misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa, o ni una cosa ni otra.


Pero un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
Y la realidad de lo plausible cae de repente sobre mí.
Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.
Enciendo un cigarrillo mientras pienso en escribirlos
Y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como si fuera una ruta personal,
Y gozo, en un momento sensible y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de encontrarse indispuesto.


Después me reclino en la silla
y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, seguiré fumando.


(Si me casara con la hija de mi lavandera
Tal vez sería feliz.)
En vista lo cual, me levanto de la silla. Voy a la ventana.


El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo de los pantalones?)
Ah, lo conozco: es Esteves el que no tiene metafísica.
(El dueño de la Tabaquería se asoma a la puerta.)
Como por un instinto divino Esteves voltea y me ve.
Hace el gesto de un adiós, le grito ¡Adiós Esteves!, y el universo
Se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño
de la Tabaquería sonrió.

(Trad. luiscor.typepad.com, ene 2008)


***

TABACARIA
15-1-1928

NÃO SOU nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
Janelas do meu quarto,
Do meu quarto de um dos milhões do mundo que ninguém sabe
quem é
(E se soubessem quem é, o que saberiam?)
Dais para o mistério de uma rua cruzada constantemente por
gente,
Para uma rua inacessível a todos os pensamentos,
Real, impossivelmente real, certa, desconhecidamente certa,
Com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres,
Com a morte a pôr umidade nas paredes e cabelos brancos nos
homens
Com o Destino a conduzir a carroça de tudo pela estrada de nada.
Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.
Estou hoje lúcido, como se estivesse para morrer,
E não tivesse mais irmandade com as coisas
Senão uma despedida, tornando-se esta casa a este lado da rua
A fileira de carruagens de um comboio, e uma partida apitada
De dentro da minha cabeça,
E uma sacudidela dos meus nervos e um ranger de ossos na ida.
Estou hoje perplexo, como quem pensou e achou e esqueceu.
Estou hoje dividido entre a lealdade que devo
À Tabacaria do outro lado da rua, como coisa real por fora,
E à sensação de que tudo é sonho, como coisa real por dentro.
Falhei em tudo.
Como não fiz propósito nenhum, talvez tudo fosse nada.
A aprendizagem que me deram,
Desci dela pela janela das traseiras da casa.
Fui até ao campo com grandes propósitos.
Mas lá encontrei só ervas e árvores,
E quando havia gente era igual à outra.
Saio da janela, sento-me numa cadeira. Em que hei de pensar?
Que sei eu do que serei, eu que não sei o que sou?
Ser o que penso? Mas penso ser tanta coisa!
E há tantos que pensam ser atnesma coisa que não pode haver
tantos!
Génio? Neste momento
Cem mil cérebros se concebem em sonho génios como eu,
E a história não marcará, quem sabe?, nem um,
Nem haverá senão estrume de tantas conquistas futuras.
Não, não creio em mim.
Em todos os manicômios há doidos malucos com tantas certezas!
Eu, que não tenho nenhuma certeza, sou mais certo ou menos
certo?
Não, nem em mim...
Em quantas mansardas e não-mansardas do mundo
Não estão nesta hora gênios-para-si-mesmos sonhando?
Quantas aspirações altas e nobres e lúcidas —,
Sim, verdadeiramente altas e nobres e lúcidas —,
E quem sabe se realizáveis,
Nunca verão a luz do sol real nem acharão ouvidos de gente?
O mundo é para quem nasce para o conquistar
E não para quem sonha que pode conquistá-lo, ainda que tenha
razão.
Tenho sonhado mais que o que Napoleão fez.
Tenho apertado ao peito hipotético mais humanidades do que
Cristo
Tenho feito filosofias em segredo que nenhum Kant escreveu.
Mas sou, e talvez serei sempre, o da mansarda,
Ainda que não more nela;
Serei sempre o que não nasceu para isso;
Serei sempre só o que tinha qualidades;
Serei sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de
uma parede sem porta,
E cantou a cantiga do Infinito numa capoeira,
E ouviu a voz de Deus num poço tapado.
Crer em mim? Não, nem em nada.
Derrame-me a Natureza sobre a cabeça ardente
O seu sol, a sua chuva, o vento que me acha o cabelo,
E o resto que venha se vier, ou tiver que vir, ou não venha.
Escravos cardíacos das estrelas,
Conquistamos todo o mundo antes de nos levantar da cama;
Mas acordamos e ele é opaco,
Levantamo-nos e ele é alheio,
Saímos de casa e ele é a terra inteira,
Mais o sistema solar e a Via Láctea e o indefinido.
(Come chocolates, pequena;
Come chocolates!
Olha que não há mais metafísica no mundo senão chocolates.
Olha que as religiões todas não ensinam mais que a confeitaria.
Come, pequena suja, come!
Pudesse eu comer chocolates com a mesma verdade com que
comes!
Mas eu penso e, ao tirar o papel de prata, que é de folha de
estanho,
Deito tudo para o chão, como tenho deitado a vida.)
Mas ao menos fica da amargura do que nunca serei
A caligrafia rápida destes versos,
Pórtico partido para o Impossível.
Mas ao menos consagro a mim mesmo um desprezo sem lágrimas,
Nobre ao menos no gesto largo com que atiro
A roupa suja que sou, sem rol, pra o decurso das coisas,
E fico em casa sem camisa.
(Tu, que consolas, que não existes e por isso consolas,
Ou deusa grega, concebida como estátua que fosse viva,
Ou patrícia romana, impossivelmente nobre e nefasta,
Ou princesa de trovadores, gentilíssima e colorida,
Ou marquesa do século dezoito, decotada e longínqua,
Ou cocote célebre do tempo dos nossos pais,
Ou não sei quê moderno —não concebo bem o quê—,
Tudo isso, seja o que for, que sejas, se pode inspirar que inspire!
Meu coração é um balde despejado.
Como os que invocam espíritus invocam espíritus invoco
A mim mesmo e não encontro nada.
Chego à janela e vejo a rua com uma nitidez absoluta.
Vejo as lojas, vejos os passeios, vejo os carros que passam.
Vejos os entes vivos vestidos que se cruzam,
Vejo os cães que também existem,
E tudo isto me pesa como uma condenação ao degredo,
E tudo isto é estrangeiro, como tudo.)
Vivi, estudei, amei, e até cri,
E hoje não há mendigo que eu não inveje só por não ser eu.
Olho a cada um os andrajos e as chagas e a mentira,
E penso: talves nunca vivesses nem estudasses nem amasses nem
cresses
(Porque é possível fazer a realidade de tudo isso sem fazer nada
disso);
Talvez tenhas existido apenas, como um lagarto a quem
cortam o rabo
E que é rabo para aquém do lagarto remexidamente.
Fiz de mim o que não soube,
E o que podia fazer de mim não o fiz.
O dominó que vesti era errado.
Conheceram-me logo por quem não era e não desmenti, e
perdi-me.
Quando quis tirar a máscara,
Estava pegada à cara.
Quando a tirei e me vi ao espelho,
Já tinha envelhecido.
Estava bêbado, já não sabia vestir o dominó que não tinha tirado.
Deitei fora a máscara e dormi no vestiário
Como um cão tolerado pela gerência
Por ser inofensivo
E vou escrever esta história para provar que sou sublime.
Essência musical dos meus versos inúteis,
Quem me dera encontrar-te como coisa que eu fizesse,
E não ficasse sempre defronte da Tabacaria de defronte,
Calcando aos pés a consciência de estar existindo,
Como um tapete em que um bêbado tropeça
Ou um capacho que os ciganos roubaram e não valia nada.
Mas o Dono da Tabacaria chegou à porta e ficou à porta.
Olho-o com o desconforto da alma mal-voltada
E com o desconforto da alma mal-entendendo.
Ele morrerá e eu morrerei.
Ele deixará a tabuleta, eu deixarei versos.
A certa altura morrerá a tabuleta também, e os versos também.
Depois de certa altura morrerá a rua onde esteve a tabuleta,
E a língua em que foram escritos os versos.
Morrerá depois o planeta girante em que tudo isto se deu.
Em outros satélites de outros sistemas qualquer coisa como gente
Continuará fazendo coisas como versos e vivendo por baixo de
coisas como tabuletas,
Sempre uma coisa defronte da outra,
Sempre uma coisa tão inútil como a outra,
Sempre o impossível tão estúpido como o real,
Sempre o mistério do fundo tão certo como o sono de mistério
da superfície,
Sempre isto ou sempre outra coisa ou nem uma coisa nem outra.
Mas um homem entrou na Tabacaria (para comprar tabaco?)
E a realidade plausível cai de repente em cima de mim.
Semiergo-me enérgico, convencido, humano,
E vou tencionar escrever estes versos em que digo o contrário.
Acendo um cigarro ao pensar em escrevê-los
E saboreio no cigarro a libertação de todos os pensamentos.
Sigo o fumo como uma rota própria,
E gozo, num momento sensitivo e competente,
A libertação de todas as especulações
E a consciência de que a metafísica é uma consequência de estar
mal disposto.
Depois deito-me para trás na cadeira
E contínuo fumando.
Enquanto o Destino mo conceder, continuarei fumando.
(Se eu casasse com a filha da minha lavadeira
Talvez fosse feliz.)
Visto isto, levanto-me da cadeira. Vou àjanela.
O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das
calças?)
Ah, conheço-o; é o Esteves sem metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó Esteves!, e o universo
Reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da
Tabacaria sorriu.

***

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta....

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char