viernes, 9 de octubre de 2009
Oscuro sendero, pardo jardín
GEORG TRAKL
(Austria, 1887 - 1914)
Metamorfosis del mal
Otoño; negro caminar por el lindero del bosque; minuto de silenciosa destrucción; al asedio del leproso bajo el árbol desnudo. Tarde vivida, que ahora muere sobre gradas de musgo; en noviembre. Suena una campana y el pastor guía una manada de caballos negros y rojos a la aldea. Entre los avellanos el verde cazador desolla un venado. Sus manos humean de sangre y bajo el follaje la sombra parda y silenciosa del animal suspira en los ojos del hombre. Tres cornejas se dispersan. Su vuelo semeja una sonata, llena de acordes marchitos y ruda melancolía; quedamente se disuelve una nube de oro. Los muchachos encienden un fuego en el molino. El hermano del más pálido llama y aquel ríe sumido en su cabellera purpúrea; tal vez sea el lugar de un crimen por donde pasa de largo un camino de piedras: los bérberos han desaparecido, bajo los pinos algo sueña todo el año en el aire de plomo; angustia, verde oscuridad, el grito de un ahogado: en el estanque estrellado un hombre captura un pez gigante, negro; su rostro se llena de crueldad y delirio. Se escuchan las voces del cañaveral mezcladas con las de algunos combatientes y el pescador se balancea en su roja barca por las grises aguas del otoño evocando las sombrías leyendas de su estirpe, mientras sus ojos abiertos se petrifican sobre tinieblas y virginales apariciones. El mal.
¿Qué te obliga a callar en los derruidos escalones de la casa paterna? Negrura de plomo. ¿Qué alzas ante los ojos con tu mano de plata para que los párpados desciendan como ebrios de blanca amapola ? A través del muro de piedra ves el cielo estrellado, la Vía Láctea, Saturno; rojo. El árbol desnudo castiga furioso al muro de piedra. Sobre derruidas gradas, tú: ¡árbol, estrella, piedra! Tú, un animal azul, que tiembla levemente; tú, el pálido sacerdote que lo sacrifica en el negro altar. Es triste y maligna tu sonrisa en la oscuridad, como un niño que palidece en su sueño. Una llama roja huyó de tu mano y una mariposa nocturna ardió en ella. Oh, la flauta de la luz; oh, la flauta de la muerte. ¿Qué te obligó a callar en los derruidos escalones de la casa paterna? Abajo, en la puerta, golpea un ángel con dedos de cristal.
Oh, el infierno del sueño; oscuro sendero, pardo jardín. En la tarde azul irrumpe la figura del muerto. Verdes flores giran para mirarlo pero él ha sido despojado de su rostro y se inclina pálido sobre la fría frente de su asesino en lo oscuro del recinto; adoración, llama púrpura de la voluptuosidad. Y el durmiente, moribundo, se precipitó sobre las gradas de la oscuridad.
Alguien te abandonó en el cruce y tú miras con persistencia hacia atrás. Paso plateado en la sombra de manzanos abatidos. Purpúreo brilla el fruto en las ramas negras y en la hierba cambia de piel la serpiente. Oh, lo oscuro; el sudor, que mana de la frente helada y los sueños tristes del vino, en la taberna de la aldea bajo el pórtico sombrío. Tú, aún lugar silvestre entre rosadas islas encantadas nubladas de tabaco, encuentras en el interior ese salvaje grito de aquel caudal que por los negros almendros del mar incita la tempestad y el hielo.
Tú, un metal verde con rostro de fuego en su interior, que desea huir para cantar los tiempos del terror en la colina de osamentas y la caída ígnea del ángel. Oh, desesperación, que con mudo grito cae de rodillas.
Un muerto te visita. Corre la sangre del corazón vertida por la propia mano y en la negra ceja anida un instante indescriptible; el más oscuro encuentro. Tú -púrpura luna- cuando en la verde sombra del olivo él aparece seguido por una noche inmortal.
**
Canción de Kaspar Hauser
Para Bessie Loos
Amaba el sol que purpúreo bajaba la colina,
los caminos del bosque, el negro pájaro cantor
y la alegría de lo verde.
Serio era su vivir a la sombra del árbol
y puro su rostro.
Dios habló como una suave llama a su corazón:
¡Hombre!
La ciudad halló su paso silencioso en el atardecer;
pronunció la oscura queja de su boca:
soñaba ser un jinete.
Pero le seguían animal y arbusto,
la casa y el jardín de blancos hombres
y su asesino lo asediaba.
Primavera y verano y el hermoso otoño del justo,
su paso silencioso
ante la alcoba sombría de los soñadores.
De noche permanecía solo con su estrella.
Miró caer la nieve sobre el desnudo ramaje
y la sombra del asesino en la penumbra del zaguán.
Entonces rodó la cabeza plateada del no nacido aún.
Versión de Helmut Pfeiffer
***
El Sol
A diario, sobre las colinas, llega el sol amarillo.
Bello es el bosque, la bestia oscura,
el hombre: cazador o pastor.
Rosado el pez emerge del verde estanque.
Bajo el cielo redondeado
el pescador se mece suavemente en su bote azul.
Con lentitud madura la uva, el grano.
Cuando el día acaba en silencio,
hay un bien y un mal que ya están listos.
Cuando la noche llega,
el caminante levanta, quedamente, los pesados párpados.
El sol se despoja del tétrico barranco
**
Versión de Helmut Pfeiffer "Revelación y Caída" Común Presencia Editores
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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