Algo más de Abu Muhammad Ali Ibn Hazm
(Córdoba, España, 994-Huelva, 1063)
El Collar de la Paloma
(Inicio)
Te consagro un amor puro y sin mácula:
en mis entrañas está visiblemente grabado y escrito tu cariño.
i en mi espíritu hubiese otra cosa que tú,
la arrancaría y desgarraría con mis propias manos.
No quiero de ti otra cosa que amor;
fuera de él no pido nada.
Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad
serán para mi como motas de polvo y los habitantes del país, insectos.
Mi amor por ti, que es eterno por su propia esencia,
ha llegado a su apogeo, y no puede ni menguar ni crecer.
No tiene más causa ni motivo que la voluntad de amar.
¡Dios me libre de que nadie le conozca otro!
Cuando vemos que una cosa tiene su causa en sí misma,
goza de una existencia que no se extingue jamás;
pero si la tiene en algo distinto,
cesará cuando cese la causa de que depende.
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El amor, no obstante, tiene a menudo una causa determinada y desaparece cuando esta causa se extingue, pues quien te ama por algo te desama si ese algo se acaba.
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Todos estos géneros de amor cesan, acrecen o menguan, según sus respectivas causas desaparecen, aumentan o decaen; se reaniman se acerca su causa, y languidecen si su motivo se distancia; pero se exceptúa el verdadero amor, basado en la atracción irresistible, el cual se adueña del alma y no puede desaparecer sino con la muerte.
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Tú hallarás personas que ellos mismos creen haber olvidado ya su amor y que han llegado a edad muy avanzada; pero, si se lo recuerdas, verás que lo sienten revivir en su memoria, y se lozanean y remozan, y que notan que les vuelve la emoción y les excita el deseo. También hallarás que en ninguna de las demás clases de amor antes declaradas acaecen la preocupación, la turbación, la obsesión, la mudanza de los instintos innatos y el cambio del espontáneo modo de ser, la extenuación, los suspiros y las demás pruebas de pesar que acompañan al amor irresistible. Todo esto confirma la idea de que este auténtico amor es una elección espiritual y una como fusión de las almas.
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Alguien podrá replicar que, siendo esto así, el amor debería ser el mismo en el amante que en el amado, supuesto que entrambos son partes que antes estuvieron unidas y es una suerte. La respuesta es la siguiente: Esta objeción, por vida mía, es razonable. Ahora bien, el alma de quien no corresponde al amor que otra le tiene, está rodeada por todas partes de algunos accidentes que la encubren y de velos de naturaleza terrenal que la ciñen, y por ello no percibe la otra parte que estuvo unida con ella, antes de venir a parar donde ahora está; pero, si se viera libre, ambas se igualarían en la unión y en el amor. En cambio, el alma del amante está libre, y como sabe el lugar en que se encuentra la otra alma con quien estuvo unida y vecina, la busca, tiende a ella, la persigue, anhela encontrarse con ella y la atrae a sí, cuanto puede, como el hierro a la piedra imán. La fuerza de la esencia del imán, aunque enlazada con la fuerza de la esencia del hierro, no puede, por su propio impulso y por su impureza, encaminarse hacia el hierro, aunque sea afín suyo y de su mismo elemento, sino que es la fuerza del hierro, por su mayor potencia, la que se encamina hacia su afín y se siente atraída hacia él, ya que el movimiento parte siempre del más fuerte. La fuerza del hierro, abandonada a sí misma y no estorbada de ningún impedimento, busca la unión con su semejante, se dedica por entero a él, y corre hacia él a impulsos de su propia naturaleza y como por necesidad, no por un movimiento voluntario y deliberado. Ahora bien: si tú retienes al hierro en tu mano, no siente ya la atracción de la piedra imán, porque su fuerza no puede vencer la del que lo retiene, que es mayor que ella. Del mismo modo, si las partículas del hierro son muchas, obran unas sobre otras y esta acción recíproca anula la fuerza, relativamente más débil, que las obliga a desplazarse hacia el otro cuerpo; pero, cuando aumenta el volumen del imán y sus fuerzas equivalen a la de todas las fuerzas del volumen del hierro, éste retorna a su condición habitual.
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Del mismo modo, el fuego encerrado en el pedernal no sale afuera, a pesar de la fuerza que le impulsa a reunirse y a llamar para ello a todas sus partes dondequiera que estén, sino después del golpe del eslabón, cuando ambos cuerpos se han unido con presión y fricción. Mientras tanto, el fuego está oculto en la piedra sin manifestarse ni aparecer.
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De Las señales del amor
Otras señales de amor son: la afición a la soledad; la preferencia por el retiro, y la extenuación del cuerpo, cuando no hay en él fiebre ni dolor que le impida ir de un lado para otro ni moverse. El modo de andar es un indicio que no miente y una prueba que no falla de la languidez latente en el alma.
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El insomnio es otro de los accidentes de los amantes. Los poetas han sido profusos en describirlo; suelen decir que son los “apacentadores de estrellas”, y se lamentan de lo larga que es la noche. Acerca de este asunto yo he dicho, hablando de la guarda del secreto de amor y de cómo trasparece por ciertas señales:
Las nubes han tomado lecciones de mis ojos
y todo lo anegan en lluvia pertinaz,
que esta noche, por tu culpa, llora conmigo
y viene a distraerme en mi insomnio.
Si las tinieblas no hubieren de acabar
hasta que se cerraran mis párpados en el sueño,
no habría manera de llegar a ver el día,
y el desvelo aumentaría por instantes.
Los luceros, cuyo fulgor ocultan las nubes
a la mirada de los ojos humanos,
son como ese amor tuyo que encubro, delicia mía,
y que tampoco es visible más que en hipótesis.
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Foto: patio de Córdoba, España
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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