viernes, 16 de septiembre de 2011

Secas y compactas

Algo más de OSVALDO AGUIRRE

(Colón, Buenos Aires, Argentina, 1964.
Actualmente reside en Rosario, Santa Fe)


De Tierra en el aire

Rompe
las palabras,
dice,
no rompas
el silencio.

Las palabras
secas y compactas,
las que trenzan
sus raíces
cuando alguien
las escarba,
las más pesadas,

y sean
sin maleza,
negras.

A golpes
de pala o rastrillo
rompe
la piedra y el musgo,
dice,
el campo desnudo
de junio
y las sofocantes,
las que sudan
en enero,
las mudas sin luz

ni agua,

y sean
cauce abierto,

ramas nuevas
de silencio.
***

Vamos a guardar,
dice, las palabras
del hogar,

allá,
las que vienen
y van,

las de llamar
a los perros de caza
y de vigilia, dice,

las que dan
mejor abrigo.
Tierra muerta
en la lengua.

Y dice:
porque el día cierra
y el frío,
porque el viento golpea
en todas las puertas.

Vamos a guardar,
a guardar bien,
que no se pierdan
las de ir descalzo en el barro
o la escarcha,

las de hacer fuego
la noche entera,

las que vienen
y van,
vienen y van,
allá,

en el rastro
del arado que borra
el viento.

Lengua muerta
en la tierra.
***
De CAMPO ALBORNOZ


II

Quién te corría, digo,
sino el campo florecido
en el mediodía de verano,
los cuises asomados al borde
de la cuneta, intrigados
por semejante apuro,
los teros, que alzaban vuelo
a los gritos, como si dijeran
"aquí no se puede estar
tranquilo", cruzaban la huella
y se posaban del otro lado
y al rato, con quejas y reclamos,
volvían al punto de partida:
"esta es la última vez", decían.
***
Vademécum

Se aplica un sapo
–la parte de la panza
fría– y el dolor
de muelas pasa.
Un caldo liviano
es santo remedio
para ir de cuerpo,
dar una vuelta
a la casa apenas
uno se levanta
de la mesa cura
la falta de sueño.
Con telarañas
las cascaritas
no arden ni sangran
y si se agrega
algo de barro fresco
se acabó el llanto:
nadie se rasca
las ronchas que dejan
hormigas, tábanos,
abejas. Y la tos
se va con tomas
de agua y miel
cada cuatro horas
en cucharita de té.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char