VIRGINIA WOOLF
(Inglaterra, 1882-1941)
Fragmentos de Un cuarto propio
y de Las olas
Todo lo que puedo ofrecerles es una opinión sobre un tema menor: para escribir novelas, es necesario que una mujer cuente con dinero y con un cuarto propio; y eso, como ustedes verán, deja sin resolver el problema esencial de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la ficción.
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… le hubiera sido imposible, del todo imposible, a una mujer escribir las obras de Shakespeare en la época de Shakespeare. Dejadme imaginar, puesto que los datos son tan difíciles de obtener, lo que hubiera ocurrido si Shakespeare hubiera tenido una hermana maravillosamente dotada, llamada Judith, pongamos. Shakespeare, él, fue sin duda –su madre era una heredera- a la escuela secundaria, donde quizá aprendió el latín- Ovidio, Virgilio y Horacio- y los elementos de la gramática y la lógica. Era, es sabido, un chico indómito que cazaba conejos en vedado, quizá mató algún ciervo, y tuvo que casarse, quizá algo más pronto de lo que hubiera decidido, con una mujer de vecindario, que le dio un hijo, un poco antes de lo debido. A raíz de esta aventura marchó a Londres a buscar fortuna. Sentía, según parece, inclinación hacia el teatro; empezó cuidando caballos en la entrada de los artistas. Encontró muy poco trabajo en teatro, tuvo éxito como actor, y vivió en el centro del universo haciendo amistad con todo el mundo, practicando su arte en las tablas y hallando incluso acceso al palacio de la reina. Entretanto, su dotadísima hermana, supongamos, se quedó en casa. Tenía el mismo espíritu de aventura, la misma imaginación, la misma ansia de ver el mundo que él. Pero no la mandaron a la escuela. No tuvo oportunidad de aprender la gramática ni la lógica, ya no digamos de leer a Horacio y a Virgilio. De vez en cuando cogía un libro, uno de su hermano quizás, y leía unas cuantas páginas. Pero entonces entraban sus padres y le decían que se zurciera las medias, o vigilara el guisado y no perdiera el tiempo con libros y papeles. Sin duda hablaban con firmeza, pero también con bondad, pues eran gente acomodada que conocía las condiciones de vida de las mujeres y querían a su hija; seguro que Judith era, en realidad, la niña de los ojos de su padre. Quizá garabateaba unas cuantas páginas a escondidas en un altillo lleno de manzanas, pero tenía buen cuidado de esconderlas o quemarlas. Pronto sin embargo, antes de que cumpliera veinte años, planeaban casarla con el hijo de un comerciante de lanas del vecindario. Gritó que esta boda le era odiosa y por este motivo su padre le pegó con severidad. Luego, paró de reñirla. Le pidió en cambio que no le hiriera, que no le avergonzara con el motivo de esta boda. Le daría un collar y unas bonitas enaguas, dijo; y había lágrimas en sus ojos. ¿Cómo podía Judith desobedecerle? ¿Cómo podía romperle el corazón?
Sólo la fuerza de su talento la obligó a ello. Hizo un paquetito con sus cosas, una noche de verano se descolgó con una cuerda por la ventana de su habitación y tomó el camino de Londres. Aún no había cumplido los diecisiete años. Los pájaros que cantaban en los setos no sentían la música más que ella. Tenía una gran facilidad el mismo talento que su hermano, para captar la musicalidad de las palabras. Igual que él sentía inclinación al teatro. Se colocó junto a la entrada de los artistas; quería actuar, dijo. Los hombres le rieron a la cara. El director- un hombre gordo con labios colgantes- soltó una risotada. Bramó algo sobre perritos que bailaban y mujeres que actuaban. Ninguna mujer, dijo, podía en modo alguno ser actriz. Insinuó… ya suponéis qué. Judith no pudo aprender el oficio de su elección. ¿Podía siquiera ir a pasear a una taberna o pasear por las calles a la medianoche? Sin embargo ardía en ella el genio del arte, un genio ávido de alimentarse con abundancia del espectáculo de la vida de los hombres y las mujeres, y del estudio de su modo de ser. Finalmente -pues era joven y se parecía curiosamente al poeta-, con los mismos ojos grises y las mismas cejas arqueadas-, finalmente Nick Greene, el actor-director, se apiadó de ella, se encontró encinta por obra de este caballero y -¿quién puede medir el calor y la violencia de un corazón apresado y embrollado en un cuerpo de mujer- se mató una noche de invierno y yace enterrada en una encrucijada, donde ahora paran los autobuses, junto a la taberna del “Elephant and Castle”.
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"(…) Quizá esto sea cierto, quizá sea falso, -¿quién lo sabe?- pero lo que sí me pareció a mí, repasando la historia de la hermana de Shakespeare tal como me la había imaginado, definitivamente cierto, es que cualquier mujer nacida en el siglo XVI con un gran talento se hubiera vuelto loca, se hubiera suicidado o hubiera acabado sus días en alguna casa solitaria, en las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y burlas."
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“Aquí tenemos a una mujer que hacia el año 1800 escribía sin odio, sin amargura, sin miedo, sin protesta, sin predicar. “Así escribía Shakespeare”, pensé… y cuando comparan a Shakespeare con Jane Austen, quizá quieran decir que, mentalmente, ambos habían reducido a cenizas todo impedimento; por ese motivo no conocemos a Jane Austen, y tampoco a Shakespeare, y por ese motivo Jane Austen domina cada palabra que escribió, igual que Shakespeare.”
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No podía remediarlo; la inquietud era innata en mí; me agitaba a veces hasta el dolor… Es inútil decir que a los seres humanos debe satisfacerles la tranquilidad; necesitan acción –y si no la tienen, la crean-. Hay millones de seres condenados a un destino aún más quieto que el mío, y millones en silenciosa revuelta contra su suerte.
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Woolf se detiene a observar los edificios universitarios para varones exclusivamente y a reflexionar sobre las posibilidades dadas a las mujeres para acceder a la educación superior y así ubicarse socialmente en un mundo que por ese entonces era fundamentalmente masculino:
"Uno pensaba en todos los libros congregados ahí; en los retratos de viejos prelados y notables pendiendo en las paredes artesonadas [...] Y (perdónenme la idea) pensé también en el humo admirable y la bebida y los profundos sillones y las agradables alfombras; en la urbanidad, la dignidad, la afabilidad que son los frutos del lujo, del retiro, y de la amplitud. Indudablemente nuestras madres no nos habían suministrado nada comparable a todo eso nuestras madres que se extenuaban para juntar treinta mil libras, nuestras madres que tenían trece hijos de pastores protestantes en Saint Andrew."
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"Si encaramos el hecho (porque es un hecho) de que no hay brazo en que apoyarnos y de que andamos solas en el mundo de la realidad, entonces la oportunidad surgirá."
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"El mundo no pide a las personas que escriban poemas y novelas e historias; no los precisa."
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"A finales del siglo XVIII, se produjo un cambio que yo, si volviera a escribir la Historia, trataría más extensamente y consideraría más importante que las Cruzadas o las Guerras de las Rosas, la mujer de la clase media empezó a escribir."
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V. W. dice de Mary Carmichael:
"Escribía como una mujer, pero como una mujer que ha olvidado que es una mujer, de modo que sus páginas estaban llenas de esta curiosa cualidad sexual que sólo se logra cuando el sexo es inconsciente de sí mismo".
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Traductor: Jorge Luis Borges.
Editorial: Alianza editorial.
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Las olas
(fragmento)
El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido o cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías.
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(…) «Has estado leyendo a Byron recientemente y has subrayado los párrafos que exaltan aquellos sentimientos que se asemejan a los tuyos. Encuentro trazos del lápiz debajo de todos aquellos versos que revelan un temperamento irónico, pero apasionado; una impetuosidad semejante a la de la polilla que se lanza sin vacilar contra la dureza del vidrio. Al pasar la punta del lápiz por aquí, pensabas:
«También yo arrojo la capa así, también yo chasqueo los dedos ante el destino.» Sin embargo, Byron no preparó jamás el té como tú lo haces, llenando de tal modo la tetera que el agua se desborda cuando colocas la tapa y forma sobre tu mesa una laguna parda que corre entre tus libros y papeles. Ahora lo secas torpemente con el pañuelo que has sacado del bolsillo. Y después te vuelves a meter el pañuelo en el bolsillo. No, éste no es Byron. Este eres tú. Este es tan esencialmente tú que si algún día dentro de veinte años pienso en ti, cuando los dos seamos famosos, con gota e inaguantables, te veré en esta escena. Y si has muerto ya, lloraré.
Cierto tiempo hubo en que fuiste un joven Tolstoi. Ahora eres un joven Byron. Y quizás llegue el día en que seas un joven Meredith. Entonces visitarás París durante las vacaciones de Pascua, y volverás con una negra corbata, convertido en el discípulo de cualquier detestable francés de quien nadie ha oído hablar. Entonces romperé contigo.
“Soy una sola persona: yo. No suplanto a Catulo, a quien adoro. Soy un estudioso sumamente disciplinado, con un diccionario a un lado, y al otro una libreta en la que anoto curiosos usos del participio pasado. Pero no se puede vivir siempre dedicado a disecar con cuchillo para mejor comprender estas antiguas frases. ¿Viviré siempre así, corriendo las rojas cortinas de sarga, y viendo el libro, como un bloque de mármol, pálido a la luz de la lámpara? Sería maravilloso dedicar la vida a la perfección, seguir siempre la curva de la frase, me llevara donde me llevara, a desiertos y arenas movedizas, haciendo caso omiso de señuelos y tentaciones, ser siempre pobre e ir siempre mal vestido, parecer ridículo en Picadilly.
“Pero soy demasiado nervioso para terminar debidamente mis frases. Hablo aprisa, paseando arriba y abajo, para ocultar mi agitación. Me irritan tus pañuelos manchados de grasa. Mancharás tu ejemplar de Don Juan. No me escuchas, te dedicas a hacer frases sobre Byron. Y mientras tú gesticulas, con tu capa y tu bastón, yo intento revelarte un secreto que a nadie he comunicado todavía. Te pido (ahí en pie y dándote la espalda) que tomes mi vida en tus manos y me digas si es mi destino causar siempre repulsión a quienes amo.
“Te doy la espalda y nervioso muevo los dedos. No, ahora mis manos están en perfecta inmovilidad. Con exactitud abro un espacio en la librería y en él inserto el Don Juan. Ahí. Prefiero ser amado, prefiero ser famoso a seguir el camino de la perfección a través de las arenas. Pero ¿estoy condenado a producir asco? ¿Soy poeta? Tómalo. El deseo que llevo tras los labios, frío como el plomo, pesado como la bala, aquello con lo que apunto a las dependientas de comercio, a las mujeres, a las ficciones y a la vulgaridad de la vida (porque la amo), sale disparado hacia ti, cuando te arrojo – tómalo – mi poema.”
“Como una flecha ha salido de la estancia”, dijo Bernard. “Ha dejado aquí su poema. Oh, amistad…¡También yo pensaré flores entre las páginas de los sonetos de Shakespeare! ¡Oh, amistad, qué agudos son tus dardos! Ha dado media vuelta y me ha mirado. Me ha entregado su poema. Todas las nieblas retorciéndose se alejan de la techumbre de mi ser. Conservaré esta confianza hasta el último día de mi vida. Como una larga ola, como un avance de pesadas aguas, se ha acercado a mí, y su devastadora presencia me ha abierto de par en par, dejando al descubierto los cantos rodados de la playa de mi espíritu. Todos los parecidos han quedado unidos. “No eres Byron, eres tú. Cuán extraño es que otra persona te concentre en un solo ser".
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“Cuán extraño es sentir cómo el hilo que de nosotros surge, se adelgaza y avanza cruzando los nebulosos espacios del mundo que entre nosotros media. Se ha ido. Aquí estoy, en pie, con su poema en la mano. Entre él y yo media el hilo. Pero ahora, qué agradable es, cuánta confianza infunde, saber que la ajena presencia ha desaparecido, que la escrutadora mirada se ha apagado, ha sido cubierta por una capucha…Con qué satisfacción cierro las ventanas y me niego a recibir otras presencias. Con qué satisfacción advierto que, de los oscuros rincones en que se refugiaron, vuelven esos desastrados huéspedes, esos parientes, a los que él con su superior poder obligó a ocultarse. Los burlones y observadores espíritus que, incluso en la crisis y la vacilación del momento, se mantuvieron vigilantes, vuelven ahora en rebaño al hogar. Con su ayuda soy Bernard, soy Byron, soy esto y lo otro. Como en anteriores tiempos oscurecen el aire y me enriquecen con sus bufonadas y sus comentarios, nublando la hermosa sencillez de mi momento de emoción. Sí, puesto que yo soy más yos de lo que Neville cree. No somos tan simples como nuestros amigos quisieran para satisfacer sus necesidades. Sin embargo, el amor es simple. (…)
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Traducción: Andrés Bosch
Editorial Lumen
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Foto tomada de losuciodelosangeles.blogspot.com/
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
2 comentarios:
Ahh Un cuarto propio...
Ahhhh Las olas..."Has estado leyendo a Byron..." uno de mis fragmentos favoritos. Qué buen comienzo de día. Gracias.
Gracias a usted; Irene
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