lunes, 9 de agosto de 2010

La Muerte guarda silencio

Conversación con INGMAR BERGMAN 
(Uppsala, Suecia, 1918- Fårö, íd., 2007)
en 1989, publicada en el libro Toda la vida preguntando

Por Juan Cruz
De Diario El País 30/07/2007
(Fragmento)

PREGUNTA: Es usted muy reacio a que lo entrevisten?

RESPUESTA: Sí, es una cuestión de principios. Cuando trabajé haciendo películas tenía que hacer muchas entrevistas y me presionaban para que participara más pero ahora? Ahora quiero proteger mi privacidad y eso significa que se acabaron las entrevistas. Es muy difícil ver a alguien durante una hora. Te puedes encontrar con alguien que no te gusta y tienes que sentarte con ese alguien durante una hora. Lo que sale de allí son simples opiniones y malos entendidos. Si son míos, no hay problema pero si vienen de otra persona sí.

P: Lo que acaba de decir no solo es una declaración a los periodistas sino una llamada al silencio. Como espectador español, siempre tuve la sensación de que algún día usted iba a decir: "Ya no voy a hablar más".
R: Sí. Esto (la entrevista) es puro accidente. Ahora estoy alejado del mundo de las películas y soy un campesino. Solo quiero sentarme en mi mesa a escribir y leer.

P: Esta mañana estaba releyendo el comienzo de su biografía y mi hija, que está conmigo, estaba durmiendo. Todo estaba en silencio. Leía en un silencio absoluto y pensaba que al escribir sus memorias debió encontrarse con el silencio. Me conmovió mucho su biografía por razones personales. Usted es tan apasionado que más que hablar de sí mismo, parece que habla de los demás.
R: Soy un niño. Ya lo dije una vez: toda mi vida creativa proviene de mi niñez. Y emocionalmente soy un crío. La razón por la que a la gente le gusta lo que hago o hacía es porque soy un niño y les hablo como un niño.

P: ¿Se siente usted conmovido al verse a sí mismo en esa postura? ¿Comparte usted sus emociones?
R: Su pregunta es muy ingeniosa e inteligente pero he de decirle que me gusta cuando la gente ve y lee algo que he hecho, siempre que se me escuche con el corazón y con las emociones. En teoría, no tiene mucho que ver con el intelecto. Todo lo que he hecho en mi vida ha sido emocional y lo emocional se lo he entregado a mis películas. Pueden crear emociones para la gente que las ve y recibe. Pero no son mis emociones. A veces, incluso pueden llegar a ser negativas. Lo que detesto es la indiferencia. Cuando conozco a alguien que es indiferente me hace sentirme muy infeliz.

P: Usted es un hombre de palabras y de silencio. ¿Cómo lleva usted eso de usar a otras personas y emplear una técnica, como es la de hacer películas, para poder expresar lo que quiere?
R: No soy un hombre de palabras. Las palabras me resultan muy, muy difíciles. He trabajado durante 50 años y nunca me he fiado de las palabras. Durante mi niñez comprendí que mis padres decían ciertas cosas cuando querían decir lo contrario. Yo se lo notaba en las caras, en los gestos, en las voces. No comprendía lo que decían pero lo sentía. Toda mi vida he pensado que los grandes escritores usan las palabras como un abrigo para sus emociones y a veces las palabras pueden ser muy enigmáticas. Estoy pensando en Ibsen o en Shakespeare. He luchado para comprenderles toda mi vida y cada vez que los leo el significado de sus textos cambia. Ser músico es mucho más simple. Las notas son un instrumento que refleja perfectamente las emociones humanas. Pero cuando tenemos que interpretar palabras, es muy, muy difícil. Ese es el primer obstáculo: las palabras. Luego tienes a los actores y a los técnicos. Tienes que ser muy cuidadoso a la hora de elegir a los actores y a tu equipo porque lo importante es saber entenderse sin palabras. Por eso siempre he trabajado con las mismas personas. Creo que he hecho más de 50 películas y sólo he tenido a tres operadores de cámara.
Cuando estábamos trabajando en Munich, el equipo alemán se sorprendió. Se preguntaban qué hacían todos estos escandinavos trabajando sin hablarse. No teníamos que hablar. Con los actores es diferente. Me llevó mucho tiempo encontrar a actores que fuesen capaces de hablar conmigo sin palabras. Necesitaba a gente que me entendiera emocionalmente. Son como un niño o un perro que no entienden las palabras pero saben cómo suenan. No pueden decir nada pero lo entienden perfectamente. Es muy interesante. Poco a poco, encontré a la gente con la que quería trabajar.

P: Esto me recuerda a una anécdota de Samuel Beckett. Él y su amigo, Patrick Whalberg, jugaban al billar todos los días en París. Jugaban durante cinco horas sin decirse nada. Y cuando acababan de jugar, cada uno se iba a su casa sin decir nada.
R: (IB se ríe) Es como la relación que tengo con Sven Nykvist. Hemos trabajado juntos durante más de 30 años y tan sólo hemos salido a cenar juntos unas 3 o 4 veces en todo ese tiempo. Lo quiero como a un hermano, como a un amigo, pero de nuestras vidas privadas no tenemos nada que compartir. No nos interesa. Por eso entiendo tan bien esa anécdota.

P: Lewis Carroll dijo que quería ver la luz de la vela cuando ésta se apagaba, y cuando se apagaba ni siquiera había vela. ¿Puede existir un mundo sin palabras?
R: Eso sería imposible. Creo que estamos cerca y me da miedo. La Edad Media era una época de imágenes y pocas palabras y creo que estamos cerca de una gran catástrofe si seguimos viviendo en un mundo sin palabras. Ingrid y yo tenemos hijos. Ella tiene 4 y yo 8 así que juntos tenemos 12 hijos. Son mayores y ellos ahora tienen hijos y nos damos cuenta que el lenguaje de nuestros nietos no es tan puro como el de mi generación. Creo que es algo espantoso y hemos de volver al mundo de las palabras porque el mundo ha de vivir hacia fuera no hacia dentro. Aunque a veces nos alejemos de ellas, de las palabras.

P: Pero usted es un buen escritor.
R: Yo no me siento escritor. Para nada. Me siento un hombre de teatro, de películas. A pesar de haber escrito toda mi vida porque escribí todos mis guiones e incluso he escrito guiones para otros, el hacer películas y hacer teatro me resulta más preciso que escribir porque tiene que ver con mis emociones y yo al público no podría dárselas directamente.
Incluso cuando hablo mi propio idioma, siento que no puedo expresarme. Siempre es una tortura cuando escribo porque nunca encuentro las palabras adecuadas.
Me gustaría haber sido músico. Violinista o pianista. Porque ellos ven una nota y la pueden recrear. También hubiese querido ser director de orquesta. Miran la partitura y la pueden aprender de memoria y la pueden llevar consigo a todas partes. Puedes alcanzar cierta precisión.
Tomada de www.tijeretazos.net/Cuadernos/Bergman/Bergman904.htm
**
Fragmento del guión de El Séptimo Sello

El Caballero se encuentra arrodillado delante de un pequeño confesionario.

Aquella parte de la iglesia está sumida en una casi completa oscuridad
Todo es silencio a su alrededor, en medio de aquel frescor que le envuelve.
Las imágenes de los santos lo miran con sus ojos vacíos e inexpresivos.
El rostro de Cristo, en lo alto, tiene la boca abierta, como si estuviera emitiendo un grito.
Y, bajo la bóveda, un demonio acecha a una pobre alma humana toda desnuda. El Caballero oye de pronto un rumor tras la rejilla del confesionario y se vuelve inmediatamente.
Por un instante, se entrevé el rostro de la Muerte. Pero el Caballero no lo ve.

EL CABALLERO: Quisiera hablarte con toda la franqueza que me sea posible. Sin embargo, siento que mi corazón está horriblemente vacío.
La Muerte guarda silencio.

EL CABALLERO: Ese vacío es como un espejo vuelto sobre mi rostro, por lo que me veo obligado a mirarme a mí mismo, con lo cual siento un profundo asco.
La Muerte continúa en silencio.

EL CABALLERO: Mi indiferencia por los hombres ha terminado por colocarme fuera de su comunidad. En realidad, vivo en un mundo fantasmagórico, encerrado por completo en mis sueños y en mis fantasías.
LA MUERTE: Sin embargo, y a pesar de ello, tú no deseas morir.

EL CABALLERO: Es cierto.
LA MUERTE: En tal caso, ¿qué es lo que esperas aún?

EL CABALLERO: Quiero saber.
LA MUERTE: ¿Acaso buscas garantías?

EL CABALLERO: Llámalo como quieras... ¿ Por qué no es posible percibir a Dios con los sentidos? ¿Por qué es necesario que se oculte en la niebla de las promesas expresadas por medio de milagros que nadie ha visto?
La Muerte guarda silencio.

EL CABALLERO: ¿Cómo podemos los creyentes creer en Él cuando no creemos ni en nosotros mismos? ¿Y qué será de los que deseamos tener fe y no podemos conseguirlo? ¿Y de los que no pueden ni quieren tener fe?

El Caballero espera una respuesta. Pero no le responde nadie.
El más completo silencio se hace a su alrededor.

EL CABALLERO: ¿Por qué, al menos, no me es posible matar a Dios en mi interior? ¿Por qué prefiere vivir en mí de una forma tan dolorosa y humillante, puesto que yo lo maldigo y desearía expulsarlo de mi corazón? ¿Sabes? Estoy a punto de llegar a una conclusión... Creo que Dios es una especie de realidad engañosa, de la cual los hombres como yo no podemos desprendernos. ¿Me escuchas?
La MUERTE: Te escucho.

EL CABALLERO: Por ello, yo quiero saber. No deseo creer. Ni suponer, sino saber... Deseo que Dios me tienda su mano, ver su rostro y que me hable.
LA MUERTE: Pero se calla.

EL CABALLERO: Así es... Le grito en medio de la noche, pero es como si no hubiera nadie en ningún sitio.
LA MUERTE: Puede ser que no haya nadie.

EL CABALLERO: Sí, ya lo he pensado. Pero, en ese caso, la vida sería un horror absurdo. Nadie es capaz de vivir con la Muerte ante sus ojos y creyendo que todo ha de desembocar en la nada más absoluta.
LA MUERTE: La mayor parte de los hombres no piensan ni en la Muerte ni en la Nada.

EL CABALLERO: Sin embargo, tiene que llegar un día en que se encuentren sobre el borde mismo de la vida.... y entonces habrán de mirar hacia la Noche.
LA MUERTE: En efecto. Y ese día puede ser cualquiera...

EL CABALLERO: A veces pienso que tal vez fuera necesario que los hombres hiciésemos una imagen de nuestro miedo y que a esta imagen la llamáramos Dios.
LA MUERTE: Te encuentro inquieto... Demasiado.

EL CABALLERO: Es que la Muerte ha venido a verme esta mañana. He comenzado a jugar con ella una partida de ajedrez, con lo cual puede decirse que me he comprometido a cumplir una misión urgente.
LA MUERTE: ¿Y cuál es esa misión?

EL CABALLERO: Mi vida ha sido algo completamente vacío, sin sentido. He cazado, he viajado, he convivido con todo el mundo. Pero todo ha sido inútil... Lo digo sin vergüenza y sin remordimiento, porque sé que la vida de los hombres está hecha así. Es precisamente por eso por lo que deseo utilizar mi aplazamiento: para realizar aunque sólo sea un único acto que tenga alguna significación.
LA MUERTE: ¿De modo que ese es el motivo por el que juegas al ajedrez con la Muerte?...

EL CABALLERO: Sí; aunque no ignoro que es un adversario muy considerable. Sin embargo, hasta ahora, no he perdido ni una sola pieza.
LA MUERTE: ¿Y cómo has planteado tu juego ante tal adversario?

EL CABALLERO: Pienso jugar con una combinación de alfil y caballo, de la cual todavía no se ha dado cuenta mi contrincante. En la próxima jugada, atacaré su flanco izquierdo.
LA MUERTE: Lo tendré en cuenta.

Por un instante, la Muerte muestra su rostro tras la rejilla del confesionario.
Y desaparece enseguida.

EL CABALLERO: Esto es una traición. Pero nos volveremos a encontrar. Hallaré una salida...
LA MUERTE (invisible): Nos encontraremos en el albergue. Y allí continuaremos la partida.

El Caballero se incorpora.
Y, levantando su mano, la contempla a la luz de un rayo de sol que penetra en el interior de la iglesia a través de una pequeña ventana.

EL CABALLERO: Esta es mi mano. Puedo moverla. Mi sangre corre por mis venas. El sol está aún alto. Y yo, Antonius Block, juego al ajedrez con la Muerte.

Cierra la mano.
Y, finalmente, la lleva a su sien.
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[El séptimo sello, traducción de Julio C. Acerete, para Aymá]
Foto tomada de http://todolosolido.com.ar/weblog

1 comentario:

hugo luna dijo...

qué bueno Irene, gracias

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char