martes, 12 de octubre de 2010

Puro abismo el campo sin luna

LILIANA GUARAGNO
(Buenos Aires, Argentina, 1947)


Arcos arcos después
de Campo degli Apostoli
Piedra y bancos
del frío
Oscurece vagones
de arcos
Vidrieras con turistas
a ambos lados
y baranda
***

San Lucas
con pincel y tela
dibuja
una virgen alta
on bambino

Y ángeles
de figuritas
***

Hacia el sur
cortan blanco el cielo
las colinas

casitas torres saltado revoque
“sognare non costa niente”
las alas de los ángeles
son de colores

de El Tiempo Uno

***
INCENDIO


La mujer se va quemando porque tiene la piel seca y el sol está muy fuerte, la ropa molesta. Arde. También arde por dentro. Tira el cigarrillo porque se está quemando, su garganta, su vientre. Humea desde dentro. Camina una, dos, tres, seis cuadras. Ya empieza a formarse desde su boca saliendo, como desde la lámpara de Aladino, un humo azul, y luego, pequeñas combustiones rojas brillan desde sus poros. Aumenta el calor. Al fin cae, cae envuelta en llamas. Ya se oye la sirena de los bomberos. Ella no veía nada, pero alguien la vio a ella, incendiada.
***
de Los vientos amarillos

No era la caída
sino mantenerse
de pie
aunque alrededor fuera
puro abismo el campo sin luna

El vértigo construye su pasión por lo oscuro

De pie
con la muerte alrededor
entrelazando sus encajes
pero no es la caída
sino en constante tambalear
en este punto
**
Foto tomada de  elquilmero.blogspot.com

2 comentarios:

Sandra Pasquini dijo...

Lo mejor de esta noche, ha sido arribar a este blog.
INCENDIO, me parece de una construcción magnífica, algo así como ver a través de esa mujer en llamas,que en medio de esta noche, con la luz de su fuego hace el resplandor para ser vista y no amaina.
Un abrazo
www.sandrapasquini.blogspot.com

Irene Gruss dijo...

Gracias, Sandra. Mi saludo, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char