viernes, 13 de enero de 2012

Me acercaba para no llegar

REINA MARÍA RODRÍGUEZ

(La Habana, Cuba, 1952)


dos veces son el mínimo

aquí media luz; afuera, la mañana.
miro por la abertura de la media negra
que hace un ángulo exacto con mi pie que está
arriba. un mundo que me interesa
aparece por la cicatriz: un deseo que me interesa
rehusando la prudencia.
los ruidos bajo el sol entrada la mañana.
por la abertura en triángulo del muslo hasta el pie en tu boca
hay un canal.
la total ausencia de intención de este día,
un día en que uno se expone y luego enferma.
un día formando un gran arco entre el dedo que roza
el labio y la media.
dos veces son el mínimo de confianza
para lograr la ilusión. yo, al amanecer,
estaba junto a la ventana (era la única imagen
en la que podría refugiarme) me acercaba para no llegar
y estar convencida -nunca reafirmada-
«como si, para mí, tú, la otra, te abrieras, o te rompieras,
del modo más suave contra el alféizar».
(las palabras siempre son de algún otro, se prestan
para consolar a la sensación que también
viene de allá afuera, incontrolable) otra cosa
es lo que yo hago con ellas aquí adentro:
las caliento escuchando bien un sonido que me revela la tonalidad
de lo que expongo (una ilusión) de ser aquella
que algo vio en el triángulo cuya cúspide es tu boca
absorbiendo también de la sustancia.
yo sólo me aproximaba a la ventana
-escritora nómada- que mira con devoción
en vez de coger a ciegas (la primera vez) sabe que
dos veces son el mínimo de vida de ser.
júrame que no saldremos del «territorio del poema» esta vez
que si estrujo y pierdo en el cesto de los papeles
este cuerpo
no voy a renacer al espectáculo. estamos juntos
en el diseño con tinta de un día que no es verdadero
Porque osa comprimirse en la línea del encanto.
-de la cintura hacia arriba está la carne, el día.
de la mitad inferior del tronco (abajo) media negra hasta la noche, el fin.
júrame que no saldremos de aquí
una casa prestada con ventanas que miran hacia el mar de papel
donde nos desnudamos, rodamos, prestamos, palabras para lavar
y volver a teñir en el crepúsculo. era mi cuerpo ese
promontorio que tú colocabas al derecho, al revés,
sobre el piso de mármol?
fue esa tumba siempre, los ojillos de los poros
como gusanos olfateando mis pensamientos
para nada?
yo siempre quise ver lo que tú mirabas
por la abertura del triángulo
(ser los dos a la vez) algo doble en el mismo sitio
de los cuerpos y en los pies, longitudes distintas
«para aquel contacto de una suavidad maravillosa».

dos veces son el mínimo de la vida de ser.
yo, una vez más, ensayo la posibilidad de renacer
(de la posteridad ya no me inquieta nada).
***
DEJA VER SI VINO…

Deja ver si vino la libreta verde jaspeado musgo
con tapa de cartón,
algo donde espiar la algarabía del otro.

Dime Ismael, ¿por qué estoy triste?

Perdía los espejuelos pecosos,
perdí la esquina de San Rafael
tu mano parda.

Estoy en el lado este de las cosas
donde no hay metafísica o rumor
que apañe el gong que llama.
Una sombra entra al comedor
otra sale de mí.
El perro –monstruo alucinante
me apresa en su mordida sin rabia.
Depositada entre piel y diente
la saliva viscosa del mundo
me embarra la boca amarga del desinterés.

Dime Ismael, ¿por qué estoy triste?

Deja ver si vino la libreta verde,
tal vez me salve de la inmediatez
que al fin, me espanta.
La libreta verde de sobrevivir la ridícula
escasez de vivir.

¿A quién llamar Ismael
en estas “vacaciones en el mundo”
lejana a todo lo que sea
un círculo perpetuo e
imposible?
***
Los países no son las catedrales

en cualquier parte del mundo
qué importan las catedrales
los turistas que vienen y van
las instantáneas sus ruinas
y lugares bellísimos.
el hombre habla todavía demasiadas lenguas
necesita un farol el soplo de una luz.
sólo el niño sonríe
saca la lengua grita
hemos perdido sus símbolos.
este es el único encuentro que tengo
me pertenece es un niño de Praga o de
cualquier planeta tiene
la inteligencia de las hormigas
sólo sus ojos negrisimos abiertos mirándome
mirándome.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char