jueves, 29 de julio de 2010

Una diferencia de tono y de estrategia

"GOMBROWICZIDAS"
por JUAN CARLOS GÓMEZ


WITOLD GOMBROWICZ Y JORGE CALVETTI

En los primeros años de su vida en la Argentina Gombrowicz pasó verdaderas hambrunas, sin embargo, siempre tuvo a su disposición compinches muy ingeniosos que lo ayudaban a sortear algunos apuros. Una tarde, en la que estaba devorando con la vista las comidas que se veían en algunas vidrieras de la calle Corrientes, uno de esos amigos lo invitó a comer un cadáver, o mejor, de un cadáver. En efecto, lo llevó a un velatorio en el que la gente después de despedir al difunto pasó a una sala contigua donde sirvieron sandwiches y vino..

El compinche le manifestó que con frecuencia buscaba esos cadáveres generosos por esos barrios obreros cuyas direcciones conseguía en la sacristía de la iglesia. Al final de su vida en la Argentina, cuando ya Europa lo había descubierto, tampoco tuvo demasiada suerte.

Un amigo poeta, Jorge Calvetti, que había compartido con Gombrowicz muchas noches del Rex, le hizo una entrevista con la intención de publicarla en el diario “La Prensa”. En ese tiempo se lo estaba traduciendo a la mayoría de las lenguas europeas, sin embargo, Manuel Peyrou, se lo reprochó violentamente aduciendo que se había dejado embaucar por las imposturas de Gombrowicz.
Manuel Peyrou fue uno de los comensales de una cena que dio Bioy Casares en su casa en homenaje a Gombrowicz y a Borges en la que no pasó nada, por lo menos nada de lo que todos esperaban que ocurriera. Después de haber pasado por sinsabores del mismo gusto que el de la comida cadavérica Gombrowicz, poco a poco, fue convirtiendo en arte el acto de ser entrevistado.

Declaraba en esos encuentros su incapacidad para plasmar en las entrevistas que le hacían toda su grandeza, la fuerza, la majestad y el horror de su vida. Que él ofrecía en las entrevistas una vida novelada, embelleciendo y dramatizando su existencia para no cansar al lector, que el arte es siempre algo más, que aparecía precisamente ahí donde escapa a la interpretación, que la obra está en otra parte.

La actitud que tiene Gombrowicz cuando escribe en sus diarios es un poco distinta a la que tiene cuando es entrevistado, y esto es así porque en los diarios sólo conversa con su doppelgänger y con los lectores, mientras en las entrevistas hay más interlocutores. Hay una diferencia de tono y de estrategia en lo que Gombrowicz escribe sobre la Argentina en el “Diario” y en “Testamento”.

Una de las diferencias que existe entre una obra literaria y la comida es que la comida se empieza a digerir cuando está dentro, y la obra literaria cuando está afuera. Sea cual fuere la razón por la que Gombrowicz se haya quedado en la Argentina, la cosa es que fue aquí donde empezó a digerir, es decir, a comprender su obra fundamental: “Ferdydurke”.

Un mes antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial fue depositado al otro lado del océano, en una tierra desconocida para él. Y para ofrecerle una vida novelada le dice al Hasídico que su viaje a la Argentina no fue una casualidad, fue la mano del destino la que lo depositó aquí y no en Europa porque, si no hubiera ocurrido así, tarde o temprano habría terminado viviendo en París, y ése no era el deseo de su estrella.

Con el tiempo se habría convertido en un parisino, pero él tenía que ser antiparisino, tenía que estar alejado de los mecanismos literarios escribiendo para los cajones. La Argentina era un país europeo en el que se sentía la presencia de Europa más que en Europa misma, un territorio de vacas donde no se apreciaba la literatura. Gombrowicz se alegraba, a pesar de todas sus desventuras personales, de haberse quedado en la Argentina.

Aquí empezó el relajamiento de su forma, mientras que los europeos se encontraban atrapados en nuevas formas más rígidas aún: el ejército, el servicio y la acción. Hay que decir, sin embargo, que la Argentina no le era tan necesaria a Gombrowicz, los conflictos con la forma y sus tentaciones con la inmadurez los podía haber tenido en cualquier parte del mundo.
Miremos si no lo que le pasaba con Polonia y con Francia, dos mundos que había convertido en símbolos en todo lo que concierne a la forma, dos mundos que quería redimir y conquistar. Lo que aparece más o menos claro en todos sus escritos es una invariante gombrowiczida: él terminaba dándole importancia al lugar del planeta donde estaba viviendo, es decir, al lugar donde existía.

La vida y la obra de Gombrowicz tienen un formato especial, un formato que ha puesto en aprietos la perfomance de las escritores argentinos. Cuando hablo de la performance de los escritores argentinos me refiero exclusivamente al desempeño que tienen en el asunto Gombrowicz. La primera sensación que uno tiene leyendo sus escritos sobre Gombrowicz es que nos encontramos en un campo literario en el que las ideas se ponen al servicio de las palabras.

La primacía de la semántica y de la ilación en el desarrollo de los movimientos cognoscitivos de estos seres compelidos a escribir sobre Gombrowicz, a veces contra su propia voluntad, nos coloca en un mundo de características borgianas. En Gombrowicz las cosas ocurren exactamente al revés, mejor expresado, las palabras se ponen al servicio de las ideas y, en el límite, el significado de las palabras no tiene importancia, o importa poco.

Si bien es cierto que el discurso de los hombres de letras hispanohablantes no es tan homogéneo que digamos pues se mueve en un rango que va desde la más declarada logomaquia del Orate Blaguer a la hermenéutica un tanto sofocante del Vate Marxista, en muy pocas ocasiones estos jinetes que sujetan con fuerza las riendas del caballo de las palabras se montan en el caballo de las ideas de Gombrowicz.

Podríamos decir que Gombrowicz los convierte en unos seres incompletos pues sólo comprenden la parte suya que está en ellos, pero esta parte de Gombrowicz es la parte más pequeña. Para ponerlo de una manera distinta, no utilizamos bien el tiempo cuando salimos de nuestro hogar para cazar jabalíes con una red o cuando nos vamos de pesca con una escopeta.

Jorge Calvetti, poeta, periodista y traductor, albacea literario de Carlos Mastronardi, conoció a Gombrowicz en la primera época argentina, el tiempo de sus mayores penurias, y participó en la traducción de “Ferdydurke”. En el año 1962 publicó un artículo sobre Gombrowicz en el diario “La Prensa” alrededor del cual se armó un verdadero escándalo.

“(...) Wladimir Weidlé, célebre autor del ‘Ensayo sobre el destino actual de las artes y las letras’, dijo: ‘Ferdydurke me ha revelado a un gran escritor’, y Mario Maurin, en ‘Lettres Nouvelles’, de París, refiriéndose a ‘La náusea’ de Sartre, y a ‘Ferdydurke’ de Gombrowicz, afirmó: ‘Pasmosa proximidad de estas dos obras maestras a las que será necesario recurrir de hoy en adelante para situar el clima intelectual de la época y conocer su expresión más vigorosa, más rica y más aguda’ (...)”

La entrevista, a pesar de toda la seriedad que tenía Calvetti, resultó un tanto estrambótica por ciertas respuestas que le dio Gombrowicz.

¿Qué significa la palabra ‘Ferdydurke’?
 –Es el nombre de una de las calles de mi ciudad natal (...)
En Polonia mi situación depende de lo que se le antoje al gobierno: durante el régimen stalinista fui proscripto y la prensa en general no se atrevía ni a mencionar mi nombre. En 1947, con el advenimiento de Gomulka al poder, se permitió la edición de casi todos mis libros, pero poco después fui puesto nuevamente en el Index. Creo que se dieron cuenta de que habían cometido un error considerándome un pájaro raro cuyos complicados cantos eran inofensivos (...)”
En una nación sometida a una modalidad espiritual muy simple como Polonia, crece la necesidad de lo difícil, del sendero que se aparta y busca su propia salida. La aparición de mis libros dio oportunidad para una descarga violenta de un espíritu demasiado amansado. Mi modo de escribir privado, personal, por ser apolítico, resultó bastante perjudicial para la política (...)

¿Cómo es su vida en la Argentina?
 –Tranquila. Perfectamente desconocido, converso en los "cafés" con dos o tres amigos. Hubo un tiempo más animado, hace quince años, cuando emprendí la audaz tarea de traducir ‘Ferdydurke’ al castellano. La realizamos en un clima elegante de generosidad y de un fervor juguetón, pero cuando se publicó, editada por Argos, mi novela desapareció (...)”
No los ejemplares que, al contrario, no querían desaparecer de las librerías, sino la novela como ente espiritual. Se la tragó la Nada, y sólo dejó tras de sí unas cuantas reseñas tibias y un tanto desorientadas, que guardo religiosamente en un cajón de mi escritorio. Soy una persona de poca seriedad. En medio de mis desgracias: destierro, miseria, anonimato, fracaso y alguna que otra humillación, lo único que me quedaba era divertirme (...)
La seriedad en las condiciones en que yo vivía habría sido mortal para mí. Pero le aclaro que no tengo ni el más mínimo resentimiento contra nadie. Reconozco que mi caso es difícil y que yo no hice nada para facilitarlo; por otra parte, debo anotar ‘en mi cuaderno que leo todos los días’, como dice Shakespeare, no pocas demostraciones de simpatía y de comprensión por parte de mis colegas argentinos (...)

¿Qué opina de la literatura argentina?
 –No soy de los que opinan de literatura. Acerca del hombre argentino escribí varias páginas en mi ‘Diario’, desconocidas aquí pero conocidas en Europa. Añadiré algo: creo sinceramente que soy, entre los escritores extranjeros, el que más ha sido fascinado por la Argentina, y mi permanencia tan larga aquí no es casual, pero es una fascinación difícil y quién sabe si no dramática (...)

Jorge Calvetti cuenta cuál fue el motivo del escándalo que se armó con esta entrevista, y Gombrowicz da su versión de hasta qué punto había llegado el escándalo, versión que Calvetti desmiente por lo menos en parte.

“Manuel Peyrou, que se encontraba en la redacción, al ver mi artículo declaró que no se debía publicar porque se trataba de una impostura; nadie conocía a Gombrowicz, ya que su estilo carecía de interés, por lo que, en resumidas cuentas, se oponía a la publicación del texto (...)”
Por fin apareció la entrevista. Peyrou no dijo nada, pero se escondía siempre que me veía. Gombrowicz ha contado en ‘Testamento’ que Weidlé, de paso por Buenos Aires, informó que era muy conocido en Europa (...)

“Eso es cierto, pero no es cierto que uno de nosotros, Peyrou o yo, tuviera que ser encerrado en un ascensor para que no llegáramos a las manos. Todo lo que acabo de contar es exactamente así. Los campesinos de mi provincia dicen: ‘Está muerto, y no me deja mentir’ (...)”

Gombrowicz le había dado su versión al Hasídico sobre esta historia en las conversaciones que aparecen en “Testamento”, una versión parecida a la de Calvetti pero con una diferencia.

“Manuel Peyrou, amigo de Borges, se encontró con Calvetti en la redacción y le reprochó violentamente que se hubiera dejado embaucar por mis mentiras (...) Calvetti fue a quejarse al jefe de redacción (...)”

“Afortunadamente, un conocido crítico de París, el ruso Wladimir Weidlé, cuyos libros tenían éxito en la Argentina, se encontraba de paso por Buenos Aires. El jefe de redacción le sugirió a Calvetti que fuera a verlo para comprobar sus afirmaciones, y Weidlé confirmó que, efectivamente, yo era un escritor conocido y apreciado en Europa, un veredicto que Calvetti utilizó en la entrevista (...)”
“Según parece, la agarrada entre Calvetti y Peyrou fue tan tormentosa que hubo que encerrar a uno de los dos en un ascensor, e inmovilizar el ascensor entre dos pisos a fin de evitar que llegaran a las manos: ‘Se non e vero...’ (...)”
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Tomado de http://cinosargo.bligoo.com/ 
Imagen: Amarillo, rojo y azul - Vasily Kandinsky


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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char