domingo, 24 de mayo de 2009

Oscurecía un azul arrebolado


LA MARGARITA

DE MAURICIO ROSENCOF
(Florida, Uruguay, 1933)
MUSICALIZADA POR JAIME ROOS (Montevideo, Uruguay, 1953)


EL REGRESO

Usaba blusa blanca y pollera tableada
En paño inglés de pleno azul marino
En su pobre roperito lo más fino
Con mocasines nuevos quedaba ni pintada

Yo miraba llegar su silueta delgada
Lánguido el brasero, el paso cansino
Y se llenaba de duendes el camino
Y palomas y plantas saludaban al hada

Nadie vino a mí con más frescura
Y a nadie aguardé más anhelante
Volverla a aguardar fue la locura

Locura guardada a cada instante
Pero hay en su regreso tanta ternura
Que aguardo y aguardo y vuelve palpitante.

ENCUENTRO

La vi una mañana cuando iba al almacén
La calle estaba llena de verano.
Llevaba un vestidito tan liviano
Que el corazón se me fue para la sien.

Me sentí en el aire sin sostén
Y un sudor tibio humedeció mi mano
Cuando se fue con su pasito tan ufano
Coqueteando la pollera en un vaivén.

Fue como si me hubiera dado cita
Desde entonces a esa hora la esperé
Ella, sin hablarme, comprendió mis cuitas

Y a veces me miraba con un no sé qué
Me enteré que se llamaba Margarita
Y sin deshojarla supe que la amé.

TURBACIÓN

Cuando la muchachada copaba la esquina
Y ella pasaba rumbo a algún mandado
La barra, respetuosa, se hacía a un lado
Y ella saludaba lo más fina.

Era ley no piropear a una vecina
Además Margarita era un ser alado
Leve el andar, el gesto delicado
Y una voz seriecita y cristalina.

Dejaba en el aire tal perturbación
Que nadie hablaba ni con la mirada
Y era tan honda nuestra conmoción

Que sin causa para ser provocadas
Cualquier motivo nos daba la ocasión
Para trenzarnos, ahí nomás, a las trompadas.

LA MIRADA

En la esquina sólo una era la esquina,
Lucía el barrio con orgullo su tablado
Con colecta, puerta a puerta, levantado
Solo la casa más bacana fue elegida.

Sobre el humo de la parrilla colgaba la serpentina
Y el tocadiscos que el Club había prestado
Le daba y le daba al baión delicado.
Y al decir de Margarita era música divina.

Allí estaba ella, muy arregladita
Sabiendo que la miraba, no miraba
Y el aire indiferente la hacía más bonita

A su lado, en una silla, la tía vigilaba
Pero al irse y al descuido me dejó una miradita
Temblorosa de rubor… también ella me amaba.

SANDÍA

Nunca faltaba al tablado Don Ramón
Con su carga de sandías relucientes
Armando el despacho para los clientes
Con dos caballetes y un tablón.

Y mientras calaba su fresco pregón
De risueñas picardías inocentes
Comparaba la tajada con labios ardientes
Y guiñaba a la barra entonando la canción:

“Sándia calada, sándia colorada
Jugosas para las mozas enamoradas”.
Y a mí y a Margarita nos cohibía

Entonces para que nadie sospechara nada
En vez de cruzar nuestras miradas
Las dirigíamos sugestivas a las sandías.

INDIFERENCIA

Llegó de portafolios bajo el brazo
La gente murmuró “Representante”.
Saco blanco de frac, muy elegante,
La cara pintada, de camisa con lazo.

El público, respetuoso, le abrió paso
Saludó al tesorero con aire distante
Y cuando, solemne, lo anunció el parlante
Él contaba los pesos por si acaso.

A Margarita le encantó ese coso
Así que vi la performance murguera,
Entré al boliche amargado y caviloso

Le pedí al Tincho una caña habanera
Que fue lo que me puso lacrimoso
Y me reí fuerte para que ella lo oyera.

CONVERSACIÓN

La encontré en una velada familiar
Matinée bailable del club Tuyutí
Yo era muy disquero y así, cuando la vi,
Saqué un cigarro y empecé a fumar.

Ella, impresionada, tuvo que admirar
La cancha de hombre con que recibí
Su endomingada aparición que agradecí
Con la leve seña de “¿Querés bailar?”

La tía, que en el baile es todo un rango,
Le pregunta a la nena “¿Dónde vas?”
Pero al verme inofensivo, con aire de guarango

Le dice: “Suficiente, andá nomás.”
Entonces le hablé, bailando un tango:
“¿Qué le gusta más? ¿La típica o la jazz?”


EL BESO

Aquel atardecer era el día señalado
Una amiga, Albita, nos iba a acompañar
Caminábamos los tres, sin conversar,
Oscurecía un azul arrebolado.

Llegamos al fin al baldío abandonado
Chircas, tártagos, rumos de mar
Y esperamos la noche para consumar
Lo que fue primera nostalgia de enamorado.

En la esquina, vigilando se quedó la Albita
Emocionada de audacia, desfalleciente,
La voz precipitada cuando va y nos grita:

“Ahora, dale ahora que no hay gente”.
Bajó sus pétalos mi Margarita
Y dejé en sus labios un beso aún latente.

FAMA

Guardaba a Robert Mitchum, tapa cancionera,
Porque decía que se parecía a mí
Y tanto me impresionó que desde allí
Sonreía irónico a su manera

En cambio no acepté que me dijera:
“Robert Mitchum, por favor vení”.
Porque si la oían los del Tuyutí
Me iban a cargar la vida entera.

Fue en verano y en la heladería
Estábamos los dos sentados afuera
La barra andaba por ahí, yo la veía.

Y en eso se me vienen en hilera
El Tito me alcanza una fotografía
“¿Me la firma?”, dice, y me da la lapicera.

LLUVIA

Aquel atardecer, nos pescó el chaparrón
Comentando el film que acabábamos de ver
Riendo y de la mano echamos a correr
Hasta que anclamos en un viejo portón.

La calle desierta nos dio la sensación
De que sólo nosotros veíamos llover
El universo sin pájaros, vacío, por hacer.
Entonces callamos, ya en plena ilusión.

La lluvia paró, y volvimos a andar
Los faroles rielaban en la calle mojada
Cuadras y cuadras sin poder hablar.

La tarde oscurecía desolada
No nos podíamos separar
Fuera de nosotros no existía nada.

NOCTURNO

Crecimos, ella empezó a trabajar
En una farmacia del Cordón
Salía a las siete y en alguna ocasión
Arreglaba mis cosas para irla a buscar.

Me pasaba en la vidriera para verla despachar
Menudita y rubia de blanco almidón
Y eran tales sus gracias y mi metejón
Que no había caso y me ponía a fumar.

Bajábamos del bondi en la otra parada
Ganando dos cuadras para caminar
Y mirando atentos que nadie viera nada.

En un racimo de sombra íbamos a ocultar
Que ella se limpiaba la boquita pintada
Que aquello era una de besar y besar.

GOLONDRINAS

Al salir del Metropol íbamos a un bar
Para hablar como mayores del futuro.
Era un tema manso, sin apuro,
Y el futuro, enorme, ¿a qué apurar?

Allí, dichosos, nos dejábamos estar
Todo era diáfano, fácil, seguro
Cuando ese universo, poético y puro,
Llegaba el mozo: “¿Y qué van a tomar?”.

Entonces lo mirábamos desde mi lado
Con el desdén de los soñadores
Y con él: “Yo un té”, apenas murmurado

Ella volvía a colgar cortina de colores
Y en la pared de un patio sombreado
Golondrinas de yeso y otros primores.

MAGA

Nos sentábamos en las rocas mirando el mar
Embriagados de sol y agua salada
Ella reclinaba en mí su espalda dorada
Y adormilada comenzaba a divagar.

Pieza a pieza iba armando el ajuar
Traje de novia, batería esmaltada.
Y cuando en su lista no faltaba nada
Suspiraba un: “Ya nos podemos casar”.

Ese era el final feliz de la poesía
Que con anhelos y vidrieras hizo
Recostando su fresca piel contra la mía.

Yo quise con ella cuanto quiso.
Pero amé más que a la tierna fantasía
A la maga que la creaba con su hechizo.

OTOÑO

Aquella tarde de otoño era dorada
Árboles y casas tras un tul amarillento.
Las copas calmas, el cielo tenue, el sol más lento.
Sus ojos sonreían, estaba enamorada.

Caminábamos los dos la hora encantada
En que el farol garúa su primer aliento
Cuando salta a su paso un presentimiento:
“Dios mío”, dice, “¡que nunca pase nada!”.

“¿Qué puede pasar? Nada. Nada va a pasar.”
“No sé… es que todo esto es tan hermoso.”
Nos besamos con miedo y volvimos a andar

Pero tanto silencio se nos hizo penoso.
Entonces eligió hojitas secas para pisar
Y el juego volvió el dorado más luminoso.

EN LA ESQUINA

¿Qué misteriosa brisa de la memoria
Refresca con el tiempo aquel amor?
¿Qué misteriosa brisa del amor
Refresca con el tiempo mi memoria?

Y no hay final para esta historia
Tierna, sencilla, de puro candor.
Estuvo y está en pleno verdor,
Viviendo su eternidad transitoria.

En el entrevisto atardecer dorado
Y en la hoja otoñal que crepita
En las calles de un barrio añorado

Con faroles que encienden la hora de la cita.
Y en esas veredas que camino confiado
Porque sé que en la esquina aguarda Margarita.

***
Nota: Había una vez un guerrillero tupamaro llamado Mauricio Rosencof (escritor y periodista) que estaba preso en Uruguay en condiciones horribles (onda desaparecido y torturado). Corría 1982, hacía 10 años que estaba preso en esas condiciones, y no pensaba sobrevivir. Tenía acceso a una lapicera pero no a papel, así que decidió escribir su historia de amor adolescente y la tituló La Margarita.
a) En 25 sonetos: los sonetos tiene 14 versos de 11 sílabas cada uno y otras reglas.
b) En papeles de cigarrillos. Sí, esos finitos que se enrollan.
Esa fue la forma que encontró para poder sacar esos sonetos de la cárcel, por si él no llegaba a sobrevivir. Al final sobrevivió. Luego, Jaime Roos se encontró con esos sonetos, y, con la autorización de Rosencof, eligió 15 de los 25 para musicalizar.

Tomado de
http://alejandrorampazzi.spaces.live.com/blog/cns!2C055CA5FAD97969!345.trak
El libro está editado por Colihue, colección Los fileteados.

1 comentario:

La fragua dijo...

Irene, qué belleza; justo hace unos días le comenté a Flor de este disco, que se lo quería prestar... es tan lindo. El tono, el clima, el ambiente que recrean los textos. Y la música que le puso Jaime Ross. Todo.
Hoy no pude estar en MOCA, me dio mucha pena. Espero acercarme la próxima.
Un abrazo

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char