sábado, 20 de agosto de 2011

Habla, aquí, un mísero e impotente Sócrates

PIER PAOLO PASOLINI
(Bolonia, Italia, 1922-Ostia, Italia, 1975)

Versos sutiles como rayas de lluvia

Hay que condenar
severamente a quien
crea en los buenos sentimientos
y en la inocencia.

Hay que condenar
igual de severamente a quien
ame al subproletariado
carente de conciencia de clase.

Hay que condenar
con la máxima severidad
a quien escuche en sí mismo y exprese
los sentimientos oscuros y escandalosos.

Estas palabras de condena
han empezado a resonar
en el corazón de los Años Cincuenta
y han continuado hasta hoy.

Mientras tanto la inocencia,
que efectivamente existía,
ha empezado a perderse
en corrupciones, abjuraciones y neurosis.

Mientras tanto el subproletariado
que efectivamente existía,
ha acabado por convertirse
en una reserva de la pequeña burguesía.

Mientras tanto los sentimientos
que eran por su naturaleza oscuros
han sido atropellados
en la añoranza de las ocasiones perdidas.

Naturalmente, quien condenaba
no se dio cuenta de todo eso:
él continúa riéndose de la inocencia,
desinteresándose del subproletariado

y declarando los sentimientos reaccionarios.
Continúa yendo de casa
a la oficina de la oficina a casa,
o si no enseñando literatura:

es feliz por el progresismo
que le hace parecer sagrado
el deber enseñar a los domésticos
el alfabeto de las escuelas burguesas.

Es feliz por el laicismo
por lo que es más que natural
que los pobres tengan casa
coche y todo lo demás.

Es feliz por la racionalidad
que le hace practicar un antifascismo
gratificante y elegido,
y sobre todo muy popular.

Que todo esto sea banal
ni siquiera se le pasa por la cabeza:
en efecto, que sea así o que no sea así,
él nada se mete en el bolsillo.

Habla, aquí, un mísero e impotente Sócrates
que sabe pensar y no filosofar.
el cual tiene sin embargo el orgullo
no sólo de ser un entendido

(el más expuesto y descuidado)
en los cambios históricos, sino también
de estar directamente
y desesperadamente interesado en ellos.

Versión: s/d
***
Análisis tardío
(Fin de los años sesenta)

Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo;
que también el humorismo forma parte del bloque inamovible;
que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada;
que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola;
que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura;
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.

Versión de Hugo Beccacece
***
De "La riqueza, 2"

¡Ah, replegarse en uno mismo, y pensar!
Decirse, sí, ahora pienso –sentado
en el asiento, cerca de la amigable ventanilla.
¡Puedo pensar! Quema los ojos, la cara,
con las podredumbres de Piazza Vittorio,
la mañana, y, mísero, adhesivo,
mortifica el olor del carbón
la avidez de los sentidos: un dolor terrible
pesa en el corazón, de nuevo vivo.

Animal vestido de hombre –un chico
enviado de paseo, solo, por el mundo,
con su abrigo y sus cien liras,
heroico y ridículo voy al trabajo,
yo también, para vivir... Poeta, sí,
pero aquí estoy, en este tren
cargado tristemente de empleados,
como un chiste, blanco de cansancio,
aquí estoy, sudando mi estipendio,
dignidad de mi falsa juventud,
miseria de la que, con humildad interior
y ostentosa aspereza, me defiendo.

¡Pero pienso! Pienso, en el amigable rinconcito,
inmerso, la entera media hora del recorrido
de San Lorenzo a las Capannelle,
de las Capannelle al aeropuerto,
en pensar, buscando infinitas lecciones
en un solo verso, en un bocado de verso.
¡Qué estupenda mañana! ¡A ninguna otra
igual! Ahora, hilos de magra
neblina, ignorada entre los terraplenes
de acueducto, recubiertos
de casuchas pequeñas como caniles,
y calles tiradas allá, abandonadas
al uso de solamente esa gente pobre.
Ahora, arrebatos de sol sobre praderas de grutas
y cuevas, natural barroco, con verdes
extendidos por un mendicante Corot; ahora soplos de oro
sobre las pistas donde, con deliciosas grupas marrones,
corren los caballos, montados por muchachos
que parecen aun más jóvenes, y no saben
qué luz hay en el mundo alrededor de ellos.

Versión de Jorge Aulicino
***
A los críticos católicos

A menudo un poeta se acusa y se calumnia,
exagera, por amor, su propio desamor,
exagera, para castigarse, su propia ingenuidad,
es puritano y tierno, duro y alejandrino.
Es incluso demasiado agudo en los análisis de los signos
de las herencias, de las supervivencias:
tiene también un pudor excesivo en concederles
algo a la razón y a la esperanza.
Pues bien, ¡ay de él! ¡No hay un instante
de vacilación: basta con mencionarlo!

Versión: s/d
***
AL CORAZÓN DE HOMERO

Casi he terminado una novela, estoy en las últimas páginas:
releo, corrijo, copio, rehago, pienso, me acuso.
Nadie sabe estas cosas, ninguno quiere saberlas.
El espectáculo del dolor es espina sin rosas.
Pero tú, llegaste de improviso a través de no sé qué lectura,
con el color puro de un antiguo mar absoluto,
corazón de Homero, canta como una golondrina, sobre estas páginas
confusas, bárbaras, impuras, desesperadas, ambiciosas:
haz que recobre la fe en un misterio de mármol,
en las oscuras esperanzas, en los desalientos mágicos.

Traducción de Hugo Beccacece

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char